VII

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Un auto pitando detrás de mí me saca de la ensoñación. Avanzo, casi que en automático hasta el apartamento. Dejo las llaves en la mesa del comedor. Bajo y comienzo a trotar, sintiendo cómo pasan los autos a mi lado, el bullicio y las personas.

El tumulto de cuerpos sudados a mí alrededor y mis ganas de querer callarlos a todos.

Alelí estaba parada frente al auditorio de la universidad. Tenía su móvil en manos. Parecía ignorarlos a todos. Me paré frente a ella y tosí.

Levantó la mirada seria.

—¿Podemos hablar? Por favor —rogué.

—Ángel, no hagas esto —suspiró.

—Es que no entiendo. Hoy es martes. Puedes ir y hablar.

—Debes irte —su mirada parecía advertir algo.

—¿Por qué si estoy llegando? —Sara apareció con dos conos de helado.

Alelí comenzó a hiperventilar.

Y como soy idiota, impulsivo y necio, solo abrí mi boca.

—Porque no quiere hablar respecto a lo que pasó el martes —la señalé.

—¿Qué pasó el martes? —Sara parecía confundida.

—Todos los martes, Alelí y yo íbamos a comer pizza y a hablar. Pero, entonces por poco me besa y salió corriendo. Me dejó ahí, sin explicaciones, semierecto y con mil preguntas.

Todo el mundo quedó en silencio, como si se hubiera detenido. Alelí estaba sonrojada y mirándome con odio.

Hasta que algo lo rompió. Sara gritó y le lanzó los conos de helado a Alelí, quien también gritó por la sorpresa de sentir el frío en su rostro.

—Eras mi amiga —gritaba Sara. Cuando comenzó a golpearla, la agarré por el estómago intentando inmovilizarla.

—Maldita mil veces —tenía mirada de loca. Alelí solo estaba ahí en silencio, con el helado encima.

—Eres una zorra —y la "a" la alargó más de lo normal.

—Sara, debes calmarte —susurré a su oído.

—Tú la quieres a ella —Comenzó a llorar, rompió mi agarre y me miró.

Luego solo corrió, dejando el bullicio de la gente, los cuerpos mirando a Alelí y susurrando sobre nosotros.

Pero ninguno sabía que entre Sara y yo nunca hubo nada. Que ella nunca me gustó, que quien me gustaba era Alelí y que Sara era quien me perseguía.

Ellos no sabían que Sara tenía esquizofrenia.

Por eso, cuando la encontraron en el baño de mujeres con las muñecas cortadas. Ensangrentada en el suelo. Con las huellas de manos en las paredes, a quien culparon fue a mí.

Todos menos su madre. Su madre entendió todo.

Su madre tuvo clara la situación y la culpó. Al punto de echarla de su casa.

Y como sí, soy un imbécil, la recogí y la llevé a vivir conmigo en mi apartamento recién heredado de mis padres. Porque me daba lástima dejarla en la calle.

Porque ya sabía cómo se sentía perder a tus padres. Aunque los míos habían muerto en un accidente de tránsito.

Porque Alelí desapareció y no podía darle asilo.

Nunca más volvió a la universidad, ni a la pizzería. Cerró sus redes sociales. No sabía dónde vivía y me daba miedo preguntar o nombrarla. Aunque creo que Sara le tenía más miedo a Alelí.

Poco a poco me dejé arrastrar.

A menudo Sara pensaba que Alelí volvería para vengarse por el bochorno que le hizo pasar.

Y yo deseaba que lo hiciera.

Pero, ya pasaron ocho años. Y yo sigo corriendo esperando ver su cara de nuevo entre el tumulto de gente.

Porque ya ocurrió una vez hace una semana. Creí verla en una tienda del centro comercial frente al complejo de apartamentos.

Ella llevaba una pañoleta que me hizo recordarla. Pero, cuando fui al pasillo donde pensé haberla visto, Sara me llamó para que llevara medio cartón de huevos.

Me distraje y se me perdió.

Entonces, me quedé pensando en cuántas mujeres usan hoy en día un peinado igual. En las probabilidades de encontrarla en una ciudad tan grande.

Y me obsesioné con la idea. Me puse a pensar en ese beso que pudo pasar, en el calor de su respiración.

En sus ojos viéndome tan cerca. Sus pecas alrededor de su nariz y en cómo carajos habrá decidido terminar su texto.

Pensé qué coño habrá hecho de su vida si no es escribir.

Porque cada tanto buscaba a Alelí Sandoval en Google y no aparecía. Así que no entró a ningún medio ni se hizo una escritora famosa.

¿Se habrá casado? ¿Hijos? ¿Cuánto cambia la vida de una persona en ocho años?

Y por qué coño no soy testigo de su vida.

Claro, porque tengo las pelotas del tamaño de un maní.

Trastorno Neurodegenerativo MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora