IV

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—Ángel, cariño, ¿Te vistes para ir saliendo?

Su voz me rompe la ensoñación. Me mira atenta.

—Claro —aclaro mi garganta de nuevo. Es que siento como algo atravesado.

Recorro el pasillo y al llegar a mi habitación, entiendo qué es. Miro el armario al lado de la cama matrimonial, las mesas de noche a cada lado y la ventana que da a la ciudad. Entonces, las lágrimas llegan solas y los recuerdos me lanzan contra la cama.

Ella estaba ahí. De pie frente a la entrada del planetario. Había esperado media hora hasta que apareció, con un top amarillo, la chaqueta negra, unos pantalones altos y una pañoleta amarrada en el cabello de ondas locas.

Las pecas en su rostro se movieron al sonreír.

—Lo siento por llegar tarde. Es que... pasé por la casa de Sara y no va a venir. Tuvo un percance. Vine solo a avisarte. Creo que lo mejor sería irnos.

—¿Irnos? Ella estaba muy emocionada por esto.

Y lo estaba. Sara estuvo por una semana planificando que los tres fuéramos al planetario. A ella no la dejaban salir sin Alelí y a mí no me molestaba salir con las dos.

No es que Sara no me agradara. Podíamos tener conversaciones interesantes y extensas, pero no me causaba lo mismo que Alelí.

Alelí era una conexión real.

Un boom en mí.

Entonces, en ese momento dije lo que sentí. Lo primero que se me ocurrió.

—¿Y si vamos por una pizza?

Ella se volteó y sonrió.

Pasamos la tarde en una pequeña pizzería conversando sobre todo y nada. Viéndonos entre silencios pequeños y comiendo.

Hablamos sobre nuestras teorías de cómo se creó el universo, respecto a política, cine, leyes y hasta de nuestros miedos más profundos. Hasta el chispazo.

Hasta que ella rozó mi pierna con su sandalia levemente. Un clic nos estremeció. Ella disimuló recogiendo su cabello. Yo miré al suelo.

Luego dije —: ¿Y qué percance tuvo Sara para no venir?

Alelí suspiró.

—Tiene esquizofrenia.

La noticia me golpeó como un bate.

—¿Cómo así?

—Sí —dijo—. Pero, no le digas que te dije. A veces tiene crisis. Voces que le hablan y la hacen escribir cosas...

Miró al vacío un rato.

—Tiene arranques psicóticos.

Asentí.

—¿Qué te parece si hacemos esto más seguido?

Ella ladeó su cabeza.

—¿Qué cosa?

—Venir aquí, comer y hablar. Tú y yo.

Pareció pensarlo.

—¿Solos?

Abrí un poco la boca. Quería decir que sí, pero ella solo respondió.

—Claro.

Sabía cómo podía entenderse eso, sabía las interpretaciones que podían cruzar por la mente de cualquiera. Pero, solo dejé que pasara y emocionado agregué mientras ella se levantaba.

—El próximo martes.

El próximo maldito martes. 

Me levanto de la almohada que calló mi llanto silente y me pongo lo primero que veo en el armario. Un short y una franelilla.

Salgo a la cocina y la consigo lavando sus manos.

—¿Vamos? —pregunto abriendo la puerta.

Ella me sigue. Bajamos al estacionamiento del edificio por el ascensor. Ambos en silencio.

Hace mucho que el silencio nos acompaña.

Trastorno Neurodegenerativo MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora