Capítulo 2

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La tensión en el ambiente es palpable para ambos. El moreno sabe perfectamente a qué se debe, su vasta experiencia lo avala, pero el menor, en la ignorancia de su dulce inexperiencia, no entiende por qué su estómago se siente tan extraño, tampoco comprende cómo su pecho martillea de esa manera, el rubio se retrasa en la juventud. Él apenas ha comenzado a sufrir la metamorfosis de la adolescencia, donde apenas conoce, siente y mira, camina por terrenos desconocidos, donde ha dejado atrás la edad infantil y ha saltado a otro universo tan excitante como inseguro. Y en su corazón se acaba de anidar su primer amor romántico, pero él aún no lo entiende.

—Es aquí—señala—Gracias por traerme—reverencia levemente con su cabeza—Por cierto, mi nombre es Naruto... Naruto Namikaze— esboza una sonrisa hermosa en su inocencia.

—Hm—murmura frío—Sasuke Uchiha.

El chofer abre la puerta del auto y el chico baja, toma su pequeño equipaje y lo mira una última vez.

—Adiós viejo—alza la mano en una despedida tan despreocupada como lo es el mismo.

—Idiota maleducado— bufa con una ligera sonrisa y vuelve a sacar otro cigarrillo.

Naruto corre a las puertas del pensionado y toca la campanilla para que le abran, la elegante limusina no arranca hasta que el rubio ha entrado.

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Cae en cuenta que el tiempo ha pasado para él y que nunca lució en su rostro una sonrisa como la de ese muchacho. Jamás pudo correr, jamás pudo saltar, siempre fue tan perfecto y toda esa falta de vivencias le traen nostalgia de lo que no ha vivido, le han convertido en el amargado y frío hombre que es hoy. Su alma es tan envejecida con tan solo 28 años. Esa es la diferencia entre Naruto Namikaze y él. Naruto es libre y él no. Suspira y su cuerpo tiembla recordando los desbordantes ojos azules, brillantes ante lo novedoso, lo desconocido, lo prohibido...

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Ha entrado a la habitación del pensionado. Hace un par de semanas la comparte con un chico nativo llamado Kiba. Le cae bien, es tan bullicioso como él, por lo que no le incomoda su presencia. Kiba no lo ha mal visto ni lo ha juzgado, no es su amigo, pero tampoco su enemigo.

—Oi rubio, ¿A dónde has pasado el fin? — indaga y avienta una manzana roja que el otro atrapa.

—Lo he pasado con mi madre en Honshu—indica sonriente.

—¿Es bonita? —pregunta curioso—¿Tu madre es bonita? —repite.

—La más bonita—afirma con la risa boba—Están muy buenas ¿Dónde las has conseguido? —se refiere a la fruta.

—Mi hermana me ha visitado, me las ha traído de la capital.

—Llevaba tanto tiempo sin probar una—se sienta en la vieja cama—Son tan caras.

El otro asiente dándole la razón y pregunta—Por cierto, son más de las 7 ¿Abordaste el último transporte comunitario?

—No, me ha traído un hombre—espeta indiferente.

—¿Un hombre?

—Uno adinerado, parece que le he caído bien—encojé los hombros inocente.

—Naruto...

—Mmmm.

—¿Tú entiendes lo exótico que le puedes resultar a las personas de aquí?

—Supongo que si—asiente— Siempre me miran raro, es por ser refugiado—suspira cansino.

—No Naruto... No es por eso— suelta una risita.

—¿A qué te refieres? —verbaliza extrañado.

—Pues...—el castaño busca las palabras para darse a entender— Ya sabes, tu cabello, tus ojos e incluso esas marcas de tu rostro, a los nativos les atrae.

—¿Les atrae? —frunce el ceño en señal de incomprensión.

—Sí, eso—explica impaciente—Les gustas.

—¿Les gusto? —el sonrojo invade el tostado rostro—¿Pero qué dices Kiba? ¡Soy hombre! —manifiesta exaltado.

—No creo que eso les importe mucho—bufa divertido.

—No... No sé de qué hablas—le da la espalda—Yo ya dormiré.

—Como quieras.

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No puede pegar el ojo. La conversación con Kiba le tiene consternado. ¿El gustarle a los hombres?, no lo entiende y tiene muchas dudas razonables para un púber como él. Dentro de la espiral de sus cavilaciones, acuden a su mente los ojos carbón de mirada penetrante que ha visto por la tarde, y esto le causa un cosquilleo que se expande por su cuerpo finalizando en su bajo vientre. Nunca ha cuestionado lo que a él mismo le gusta, porque ninguna situación le había despertado esa curiosidad tan natural.

Hace un par de años ha descubierto el placer sexual de la masturbación, nunca fue un acto frecuente en su persona y cuando lo llega a hacer, el objetivo es buscar la satisfacción con el pensamiento en blanco. Esta vez es diferente, esta vez viaja a su mente ese hombre adinerado, la blancura de su piel, lo sedoso de su cabello y los bonitos labios. La acaramelada mano baja con lentitud y se introduce en la cobija, desciende por el abdomen y acaricia su sexo por sobre la ropa. Cierra los ojos e imagina la sínica sonrisa del otro, la mano se cuela en el pantalón del pijama, sostiene su endurecida carne caliente por el tronco y la aprieta un poco, toma aire profundo y silencioso, no quiere pasar una bochornosa escena si su compañero de cuarto le descubre. Se estimula de arriba hacia abajo en un ritmo lento, imagina la voz baja y grave, ha comenzado a segregar lubricante natural, imagina el cuello pálido y la visible manzana de adán, aumenta la presión y muerde su labio de durazno, imagina las manos nacaradas en un elegante movimiento, desea que los dedos largos toquen su cuerpo tembloroso, imagina que las falanges contrarias sustituyen a las suyas, el ritmo ha aumentado, siente el éxtasis de la liberación arremolinarse en su vientre, en su última visión imagina la desnudez del mayor y la temperatura de su piel, la cálida descarga le arrastra a la catarsis del orgasmo y derrama en su mano el simiente tibio del goce.

A todas estas nuevas sensaciones les acompaña el temor, el temor de lo inexplorado, el temor de lo ilícito. Entiende los tabúes y también comprende que está confundido, asimila que el sujeto adinerado le atrae, pero no logra deducir si le atrae la masculinidad en general o es un sentimiento específico por ese hombre.

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Sale corriendo del pensionado, su mente no le dio tregua y se ha sobrecargado de pensar toda la noche, no ha desayunado y apenas le ha dado tiempo de ponerse el uniforme del instituto inglés.

Corre desesperado las cuatro largas calles que le faltan para llegar, le quedan diez minutos y ya se halla en la esquina, por lo que sonríe triunfal y deja de correr. Camina relajado con los brazos tras la nuca agarrando su maletín.

Mira al otro lado de la calle y lo ve. La limusina negra salida de los libros. Su corazón late desbocado. Se guía por el instinto y atraviesa la estrecha avenida lentamente. Ya está parado frente a la puerta trasera del suntuoso transporte y le mira. Ahí está el hombre que le ha atormentado toda la noche. El mismo que protagonizó su tórrida fantasía y le llevó al orgasmo. Los orbes de día colisionan con los orbes de noche. La mano bronceada se alza y acaricia el cristal en señal de anhelo, haciendo al mayor suspirar profundo.

Ya no hay vuelta de hoja para ninguno de los dos.

Continuará.... 

15 AÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora