Capítulo 4

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Entra al pensionado con el corazón desbocado. Siente el cuerpo caliente y tembloroso ante las sensaciones novedosas vividas con el hombre adulto, ha huido antes de que pudiese decirle algo. Tiene temor porque no necesita ser mayor para saber que las relaciones entre hombres son un taboo social, lo cual le parece irónico, ya que es un secreto a voces que los ricos de Hokkaido tienen amantes hombres escondidos. Naruto no tiene experiencia amorosa y mucho menos sexual, pero entiende su propia condición económica y social. Él es un refugiado, huérfano de padre, al que Japón ve como arrimado. No suficiente con la problemática anterior, es demasiado pobre. Un diplomático adinerado no se tomaría en serio a un chiquillo exótico como él, lo sabe, lo entiende y lo asimila. ¿Quién llevaría a la ruina social a su familia por únicamente deseo sexual?

—Hey rubio—le mira curioso—¿Dónde te metiste?

Cierra la puerta de la habitación muy lentamente para tener tiempo de pensar su respuesta—... Camine un rato por la costa.

—¿Por eso no fuiste al instituto? —entrecierra los ojos en señal de sospecha—Nunca habías faltado.

—Pues me sentía algo indispuesto—miente y se encoge de hombros.

—Ah, ya veo—el castaño le mira dudoso.

Avienta su maletín sobre la vieja silla de madera y saca ropa casual de la pequeña cómoda. Cambia su uniforme del instituto bajo la mirada escrutadora del otro.

—Hay algo diferente en ti—espeta sentado a la orilla de la cama con un gesto altivo similar al de haber descubierto algo importante.

—Kiba—voltea a mirarlo mientras se abotona la parte superior de la indumentaria—No sé de qué hablas.

—No te conozco de mucho Naruto—explica—Pero no eres de esos que saben mentir.

El rubio suspira pesado después de ponerse el pantalón y se sienta en la orilla de la cama.

—Te lo diré...

El adolescente castaño le interrumpe—¿Es el hombre de la estación? ¿Cierto?

—Si—suspira resignado—Tenías razón.

—¿En qué parte? —pregunta burlón.

—Le gusto—las adorables mejillas se arrebolan.

—Jajajajaja—ríe a carcajadas—¿Te lo dijo?

—No—desvía la mirada preso de la vergüenza—Me dio un beso.

—Mmmm—murmura pensativo—¿Y te gusto? —indaga pícaro.

—Si—contesta honesto—Kiba...

—¿Qué?

—¿Tú lo has hecho? —interroga con un rostro infantil—Ya sabes...

—¿Sexo? —se mofa porque al otro le da pena decir la palabra.

—Si—asiente.

—Pues solo una vez, con una chica—aclara y mira hacia arriba recordando.

—Y... ¿Cómo se siente? —verbaliza intrigado.

—Pues, se siente muy bien—enuncia reflexivo—pero entre hombres he escuchado que es diferente.

—¿Di... Diferente cómo? —los profundos ojos azules están atentos.

—La verdad no lo sé—se encoge de hombros—Solo sé que uno de los dos la tiene que meter—suelta desvergonzado.

—Me... Meterla—la incredulidad y el bochorno que le causa escuchar tal cosa, le hace explotar la cabeza.

—Si— Kiba hace un gesto de tapar su trasero y una mueca de dolor—Si fuera mi caso, no me gustaría ser el de abajo.

—¡Suficiente! —reclama asustado—Estudiaré un poco—se incorpora de la cama y toma su maletín para sacar su cuaderno.

—Oye Naruto— le mira y se sorprende de tono serio que usa—Solo cuídate, ¿sí? —aconseja—Ya sabes... A esa gente le gusta jugar...

—Lo sé—sonríe sincero—Gracias Kiba.

El zagal adolescente siente esa enorme necesidad de escribir, de sacarlo todo, todo eso que le abruma, que le asusta y que a partes iguales le hace perder la cabeza debido a la emoción. Saca la pequeña libreta secreta donde lleva mucho tiempo capturando los momentos relevantes de su vida. Ser escritor ya es un sueño perdido para él, pero no por ello dejará de lado la satisfacción que recorre su ser, cuando puede plasmarlo todo en el papel. Graba en ese cuaderno cada suceso y cada sentir desde que lo vio por primera vez, tiene la sensación de que esa libretilla con sus mejores memorias, lo acompañara hasta el final de sus días.

*************************

La mujer que ha vivido 80 primaveras fuma su pipa de opio, habitó usual de los ricos, recostada en el tatami. Ha adquirido el gusto por esta droga al segundo día que murió su esposo, ha dejado de caminar también por voluntad propia, vive así, postrada. Ha perdido las ganas de ser feliz. Parte de su alma salió de su cuerpo ese maldito día en que su hijo mayor y su amado consorte partieron de este mundo debido al atentado de los chinos. Únicamente existen dos motivos que aún atan a Mikoto a este plano: su hijo menor y vivir un poco más para conocer al nieto que hará resurgir su clan. Los negocios Ilícitos extinguieron a los Uchiha, causando que ella y su vástago huyeran a la isla de Hokkaido a buscar vivir en paz, para posteriormente mandar a este unos años a estudiar a París, mientras ella continuaba haciendo dinero, aunque ya fuesen asquerosamente ricos.

—Adelante—La voz rasposa de la anciana resuena en la habitación de la mansión tradicional japonesa.

—Madre—la reverencia respetuosamente—He venido este día a hablar con usted para poder hacerle una petición.

La mujer estira su mano desde el elegante tatami para que su hijo se la bese en señal de respeto.

—Bien dime—clama seca desde su lugar.

—Yo... Yo—vacila ante la falta de palabras que tiene repentinamente—Yo quiero renunciar a continuar con nuestra línea sanguínea.

El silencio es sepulcral, tan tenso que incluso la temperatura parece descender peligrosamente. La mujer usa el tono más impersonal que su hijo ha escuchado alguna vez.

—¿A qué te refieres? Sasuke—la voz es tan calma que asusta.

—Yo no quiero tomar una esposa, no ahora y no después—la mira a los ojos casi suplicante.

—Pensé que sabías que no era opcional—se incorpora con dificultad para quedar sentada sobre su tatami y con su pipa en la mano— Que nuestro clan está a punto de desaparecer y es tu deber mantener su honor.

—Madre...

—¿Quién es? —aunque la voz se mantiene serena, el tono es terrorífico—¿Quién te ha distraído de tus obligaciones para con tu clan?

El pelinegro sabe que no puede confesar, no ahora, por lo que recurre a modificar los hechos—Una chica menor y muy pobre del instituto inglés—resopla sarcástico burlándose de sí mismo porque sabe que se debe escuchar ridículo.

—¿Una pequeña puta? —enuncia inflexible.

El otro calla con la mirada puesta en el suelo, no sabe en qué momento se le ocurrió que su madre le apoyaría cuando sabe que el honor de su clan está en primer lugar.

—No tirarás tus deberes por la borda a causa de una pequeña puta—afirma imperturbable—Ahora retírate.


Continuará ....

15 AÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora