Capítulo 2

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Una vehemente tormenta arrasaba el océano creciente levantando olas de hasta veinte metros de altura, haciendo que el barco se estremeciera, dando sacudidas violentas de un lado a otro. Lady Laysyl estaba en su camarote aferrada a un pilar que estaba pegado a las paredes, sentada ante un escritorio donde el capitán Altaf revisaba constantemente el mapa y así evitar que se perdieran.

Una fuerte sacudida casi la tiró al suelo y maldijo por dentro a la mariposa de Korm que había visto dos días antes. Sabía que esos horribles insectos solo traían tragedias pero aún así había permitido que se posara sobre ella durante al menos diez segundos, lo cuál evidentemente había sido suficiente para que las desgracias volvieran a alcanzarla.

Encima de ella los gritos no cesaban, pero el ruido de la tormenta impedía las comunicaciones normales, y con cada segundo que pasaba ésta se intensificaba. Comenzaba a pensar que jamás llegaría a su tierra natal, pero la reconfortaba un poco el saber que quien navegaba la nave no era nadie más que el gran capitán Altaf.

Se aferraba con tanta fuerza a la madera del barco que la piel de sus nudillos ya había comenzado a tornarse blanquecina y sus dedos comenzaban a enrojecerse por la presión, pero no se soltó, no podía. Sabía que si se caía jamás sería capaz de volver a levantarse hasta que la tormenta hubiese terminado, y no le apetecía en absoluto la idea de pasar las siguientes horas tumbada en el suelo sacudiéndose de un lado a otro como si fuera un simple saco de papas. El solo imaginarse en esa situación hizo que le dieran escalofríos, y se aferró todavía con más fuerza al pilar.

Pasaron varios minutos más en los que ella luchaba contra la tormenta solo con la fuerza de sus delgados brazos. Le aterrorizó la idea de estar ahí afuera en ese momento, no imaginaba cómo eran capaces los hombres que no paraban de gritar de mantenerse en pie con esas sacudidas tan bestiales, mientras toda el agua del mundo les llovía encima, y además mantener la barcaza a flote al mismo tiempo. Definitivamente sonaba como algo imposible. Pero al final de cuentas esa era la fama del jefe de ese barco; realizar hazañas imposibles y surcar los océanos más violentos de todo Aavaros.

De pronto se hizo el silencio. La tormenta cesó repentinamente, los fuertes vientos habían desaparecido y la lluvia que había estado golpeando el barco desde todas las direcciones durante horas desapareció sin más. Se atrevió a soltarse del pilar al que sus dedos casi habían quedado fundidos y decidió salir a la cubierta para ver qué había estado sucediendo ahí arriba durante todo ese tiempo.

Se puso de pie, aún dudosa de su decisión, y con paso tembloroso caminó hacia los pequeños peldaños de madera sucia. Debajo de sus pies los escalones volvieron a crujir con gran intensidad, incluso más que antes, dando la impresión de que en cualquier momento uno de ellos se destrozaría y su pie quedaría atorado dentro de él.

Sin embargo no le pasó nada, como cada vez que utilizaba esa escalera con el corazón desbocado por el estruendo que generaban, aunque ahora le pareció apenas un susurro comparado con la monstruosa tormenta que acababa de arrasar y por poco hundir su barco.

Cuando salió del camarote, ante ella había una vista casi desoladora. La madera de la cubierta estaba completamente cubierta de algas y todo tipo de plantas marítimas, mientras que algunos pedazos de los barandales habían desaparecido y una de las velas estaba tan desgarrada que caía sobre sí misma hasta tocar la cubierta. Eso la entristeció. Se sintió mal por el capitán que había perdido una de sus velas solo por llevarla a ella de regreso a Tarcto. Al llegar al continente le repondría todas, no solo la rota.

En el horizonte aún se alzaban negruzcas nubes amenazadoras, con tonos rojizos perfilándolas. El ambiente estaba extrañamente calmo, el clima era un poco fresco, pero nada que su túnica de lana no pudiera contrarrestar. Asimismo de los fuertes vientos solo quedaba una brisa que cargaba consigo el olor del mar. Respiró profundamente, y luego cerró los ojos victoriosa por haber sobrevivido a ese ciclón.

Tarcto - Los pormenores de AavarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora