Capítulo 4

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Pasé toda la noche despierta pensando en cómo me enfrentaría a Arturo después de tres años sin verlo y sin saber prácticamente nada de su nueva vida. Arturo no era una persona fácil; tenía mucho carácter y sabía cómo descolocar a las personas hasta el punto de hacerlas perder la compostura, algo que yo odiaba. Pese a no haber dormido nada, conseguí levantarme sin parecer un zombi y llegar puntual a mi cita con él. Eran las nueve menos diez y yo ya estaba ahí plantada esperando en la puerta de su despacho. Tenía tanto miedo que no quise coger el metro y fui en taxi hacia la universidad para no perderme otra vez buscando la salida de la estación. Me había vestido para la ocasión con un traje dos piezas compuesto por una chaqueta de cuadros blancos y negros y un pantalón de este último color. Mientras esperaba, movía entre mis manos la tarjeta de estudiante que Marisa con mala cara me había entregado al entrar. Esa tarjeta me serviría para entrar al campus y poder disfrutar de los servicios mi «nueva» vida universitaria.

—Anne— llamó mi atención Arturo con tono serio y sin prácticamente mirarme.

Rápidamente me levanté y me sorprendí ante su cambio de imagen. La última vez que lo vi aún conservaba el color caoba de su pelo. Sí que tenía algunas canas, pero su cara se veía menos arrugada y su pelo no era completamente gris. Ahora tenía un aspecto más cuidado, pero no parecía Arturo Muñedo. Habían pasado tres años desde que nos vimos por última vez, aquel día de mierda que recuerdo más gris que de costumbre. No recordaba nada, pero por lo que me habían contado Arturo hizo un trato con mis padres y tras eso desapareció de Vigo. Unos años después, cuando los médicos por fin empezaron a valorar mi alta, mis padres me hablaron de ese trato, el cual me traía aquí, a Madrid, y a esta universidad. Lejos de Vigo, lejos de todo.

Sonreí y le extendí la mano. Él repitió mi gesto y me pidió que entrara a su despacho. Aún seguía sin mirarme.

Tragué saliva nerviosa y lo seguí. Al llegar al despacho, Arturo me pidió que tomara asiento y, tras cerrar la puerta, hizo lo mismo. Era el mismo despacho en el que me reuní con Marisa así que nada me llamó la atención, excepto una foto con Marisa en un entorno paradisíaco que ahora colgaba en la pared. Mientras la observaba, él comenzó a hablar:

—Así que ya han pasado tres años... —Se balanceó en su silla hablando con tono chulesco.

Suspiré y bajé la mirada.

—Anne, ¿tus padres te hablaron de lo que pasó aquel día?

Negué con la cabeza y él se incorporó en su silla para adoptar una postura más seria.

—¿No has salido de allí en estos últimos tres años?

Volví a negar y él puso los codos sobre la mesa. No entendía qué estaba haciendo, pues sabía perfectamente todos y cada uno de mis pasos desde que entré allí.

—Bueno, pues no seré yo quien te haga recuperar la memoria. Hablemos de esto —dijo con tono serio cogiendo unos papeles de su mesa—. Espero que tus padres al menos se encargaran de hablarte de las normas de esta beca. Por si acaso te las voy a recordar. Es muy importante que no dejes que nadie te conozca aquí ni sepa quién eres y mucho menos lo que pasó. Seguramente hagas nuevas amistades e intentarán saber más sobre ti. No puedes dejar que nadie sepa lo que pasó. Espero que borraras tus redes sociales antiguas como ponía en los papeles que te hice llegar.

Asentí y observé mi móvil. Hacía años que no tenía redes sociales, pues en el sitio en el que estaba no me lo permitían. Si ahora tenía un teléfono era por tranquilidad de mis padres y mi psiquiatra.

—Anne, mírame —me pidió Arturo intentando hacer contacto visual conmigo.

Por primera vez en la conversación levanté la vista y lo miré.

RESILIENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora