32: Las elecciones del alma

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MARIE BALANCEO LEVEMENTE EL TÉ ANTES DE VOLVER A APOYAR LA TAZA SOBRE LA MESITA A SU LADO. Detrás de la ventana a la que estaba enfrentada, la lluvia caía con intensidad y en la espesura de la noche se podría apreciar como el viento mecía las copas de los árboles.  Soltó un suspiro y paso la página mientras esperaba que Anne volviera con los bocadillos que había prometido. Estaba leyendo el libro de Charlotte Bronte que Theodore le había regalado por insistencia de la menor de las hermanas. Marie paseo su mirada por las oraciones preparándose mentalmente para decirlas en voz alta. La lectura en su cabeza siempre era mucho fácil que cuando lo tenía que expresar con los labios, aún así, seguía mejorando cada día.

Anne le estaba enseñando todas esas cosas que no sabía cómo herramientas para leer más rápido en voz alta, o las difíciles matemáticas de las que tan alejada se sentía.  Habían pasado dos días de la -bastante desastrosa - fiesta, y solo había silencio: de parte de Edward, de Theodore y en su propio interior. Quizás eso era lo que necesitaba. Estar sola y pensar con la lluvia de fondo.

──El señor Dunlop se comió los de membrillo, pero quedan estos...── informo Anne en tono de queja acercándose con un plato repleto de dulces amasados. Le tendió uno a la mayor, la cual, agradeció. Ese fin de semana lo había disfrutado con su hermana al máximo. Habían hecho manualidades, oyó a Anne quejarse mil veces mientras hacía un bordado sobre lo difícil que era, habían recolectado algunas plantas antes de que la lluvia comenzará y habían preparado algunas infusiones para Matthew en conjunto con Marilla. En definitiva, fueron buenos momentos de calidad con las personas que amaba. En especial con su hermana, sentía que aquel último tiempo ambas se habían dejado algo de lado por sus propias vivencias individuales. ──Continua, Marie.

La voz suave de su hermana la saco de sus pensamientos y ambas se acomodaron mejor en el sofá para prestarle atención a la novela romántica que tenían enfrente. Marie aclaro su garganta antes de volver a la lectura. ──Poco después de la comida, Caroline engatusó a su prima institutriz para
que subiera a vestirse: esta maniobra requería destreza.Insinuar que la falda corta, el cubrecorsé y los papeles de rizar eran objetosdetestables o, en realidad, cualquier cosa menos puntos meritorios, habría sido
una felonía. Cualquier intento prematuro por acelerar su desaparición era, por
tanto, poco sensato, y probablemente daría como resultado que mademoiselle
perseverara en llevarlos todo el día...

Anne lanzó un bufido al aire ──¿Lo notas? ── indagó inquieta ──Hasta las señoritas de las famosas historias son rehenes de la estructura social. 

Marie sonrió de lado. ──Encuentro cierta belleza en la ropa que usamos.

Anne rodó los ojos ──Porque te gusta confeccionar la ropa que usamos, y que algo sea bello no lo libera de ser...── pareció pensar una palabra que cubriera todo lo que quería decir ──un verdugo de la libertad femenina.

──¿Verdugo?── pregunto Marie elevando una ceja ante el uso de esa palabra en particular, Anne elevó el mentón y movió la mirada azul hacia la ventana. ──Como sea, verdugo, ¿puedo continuar con el relato o...

──Creo que deberías dejarlo para más tarde ──interrumpió la menor. Marie frunció el ceño pero antes de poder preguntar, Anne tironeo de su brazo y señaló la lejanía detrás de la ventana.

──¿Qué es eso?── Marie se incorporó de su lugar para acercarse a la ventana viendo a un figura cada vez más cerca de la casa. Estaba en un caballo de porte aguerrido pero pasos dubitantes y solo la luz de la luna iluminaba su figura desde lo alto del cielo. Le costó unos minutos reconocerlo. ──¡¿Theodore?!

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