Capítulo 3

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El jolgorio a mi alrededor no evita que mi cabeza divague. Tengo esta mala costumbre, la de dejarme atrapar por algún pensamiento mientras debería estar prestando atención en otra cosa, aunque solo me ocurre cuando es algo banal en intrascendente, como lo es en este momento la anécdota que está contando César de cuando éramos pequeños. Para mí es mucho más interesante el trazar una línea de acción que empezar a aplicarla a partir del día 26 de diciembre, el próximo día que la fábrica volverá a llenarse de trabajadores. Tengo que encontrar la manera de presentarme delante de Dany y pegarme a ella como un chicle en la suela del zapato. De los dos, he tenido que decidirme por uno, y ella parece que conoce mejor a sus compañeros.

—¿Verdad que sí, Alex? —Alzo la cabeza hacia César. Está esperando mi respuesta a su pregunta.

—Eres tú el que lo está contando, a mí no me metas. —Alzo las manos como desentendiéndome de todo el asunto.

—A mí no me engañas, Alex. ¿En qué estás pensando? —El abuelo Gabriel mi mira con los ojos entrecerrados. Puede parecer un viejecito muy agradable, pero es vivaz como una ardilla.

—Nada importante, algo del trabajo.

—Ah, no. En casa no se hablan de esas cosas, y menos esta noche. —protesta la abuela.

—Tiene que ser importante si le preocupa a Alex. —Genial, papá también quiere enterarse de lo que me ronda por la cabeza.

—No puedo con vosotros. —La abuela se desespera y se va a buscar otro trozo de turrón de chocolate de la bandeja. ¿No sería más cómodo que la dejase encima de la mesa? Lo sé, ella dice que si está lejos no pica tanto, pero al final se levanta como cien veces y come lo mismo. Si todos sabemos que ella sola se come media tableta. Menos mal que no tiene problemas de azúcar.

—¿Y qué es eso que te ronda? —Ataca el abuelo.

—Estaba pensando en lo que me dijo papá, en lo de conocer mejor a los empleados. —Mi padre alza las cejas sorprendido. Lo sé, he sido un poco escéptico con ese asunto, para mí lo importante para mantener la empresa a flote es cuadrar las cifras.

—¿Y bien? ¿Has decidido hacer algo más que una tonta fiesta? —Este es mi turno de fruncir el ceño.

—Pues a mí esa idea me gusta. —Creo que todos giramos la cabeza hacia mi madre. —¡¿Qué?!, la gente tiene derecho a divertirse, y la mejor forma de conocer a alguien es cuando está borracho. —Creo que a nadie le pasa inadvertida la mirada soslayada que le da a mi padre. ¿Así fue como ella conoció a papá? La verdad, nunca me lo habría imaginado borracho, pero claro, esas cosas uno no se las imagina de su padre.

—¿Ves? Ella me apoya. —Cojo el cable que me tiende mi madre.

—Está bien. —Cede reticente mi padre. —Pero nada de hacerla la víspera de Reyes, que muchos tienen niños. —Ese día los papás hacen de Reyes Magos, nada de tenerles hasta altas horas y emborracharles, entendido.

—Podemos hacerla en Noche Vieja. —Ofrezco.

—Fiesta de empresa en Noche Vieja, a mi me suena bien. —Me apoya Cesar.

—Hablaré con Julia de la Hostería, ella podría preparar el cotillón en el salón de las bodas. No suele hacer cotillones, así que es probable que lo tenga disponible. —Dice pensativo papá.

—¿Y por qué crees que se encargará del nuestro? —le pregunta mamá curiosa. Quiero escuchar su respuesta.

—El otro día se quejaba en la junta vecinal, de que estos dos últimos años no ha tenido tantas bodas y comuniones como antes. Un evento así puede darle un poco de dinero extra. —Papá no solo es de los que conoce a sus empleados, sino que también parece conocer a los otros empresarios de la zona y sus problemas.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora