Capítulo 9

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Alex

Algo me está corroyendo por dentro, como un animal que está escondido dentro de mi pecho y luchase por salir. Ver a Dany hablando con los otros camioneros de la larga cola me está poniendo de un humor de perros, y no entiendo por qué. No me gusta que los sonría, no me gusta que ellos compartan su café con ella, y no me gusta que me haya dejado solo.

Lleva un rato ahí fuera, y cada minuto que pasa más ganas tengo de salir de la cabina, ir a buscarla, tomarla del brazo, y traerla de vuelta. Ella no tiene que ser tan simpática con unos desconocidos, ella tiene que estar aquí, a mi lado. No necesito que me hable, me sobra con que esté aquí.

No sé si es rabia lo que siento, pero la estoy descargando con el pobre volante. Si fuese más endeble ya lo habría roto. Menos mal que esto se acaba pronto porque ya la veo acercarse de nuevo a nuestro camión. La puerta del acompañante se abre y ella sube, haciéndome respirar aliviado.

—¡Qué frío! Toma, te he traído un poco de café. Está calentito. —Me tiende un vaso de plástico humeante. Estoy tentado a darle una mala contestación y tirar el café por la ventana, pero llevamos más de 5 horas aquí parados y el frío ha calado en mis huesos más de lo que pensaba. No podemos tener la calefacción todo el tiempo puesta porque consumirá mucho combustible.

—Gracias. —Creo que mi voz ha sonado como un gruñido, pero me da igual. Tomo el vaso y le doy un largo trago.

—Dicen que abrirá en media hora. —Comenta ella mientras observa algo a través del parabrisas.

—Una suerte ser de los primeros. —Casi no me lo creo, llegamos antes de medianoche, y ya había un par de camiones esperando para descargar.

A veces no me doy cuenta de lo privilegiado que soy. No tengo que hacer estos viajes draconianos en fechas tan familiares, pero hay gente que no tiene otro remedio si quiere llevar un sueldo a casa. Lo que me hace pensar en Dany, en los motivos por los que una chica como ella está dispuesta a desempeñar cualquier tarea con tal de trabajar.

Hemos hablado mucho en estas horas, incluso nos ha dado tiempo de echar una cabezadita, a mí por lo menos, así que puedo decir que casi la conozco. Lo que me hace recordar una frase que dijo uno de mis profesores en la universidad «No es el tiempo que estés con una persona, sino la calidad del mismo lo que te hará conocerla». Y eso es lo que hemos tenido, tiempo de calidad, de hablarnos, de contarnos experiencias, vivencias, y datos privados, es lo que me ha llevado a conocerla. Creo que sé más de Dany que de Andrea, y eso que con ella estuve saliendo por 10 meses.

—Me han hablado de una cafetería en la segunda salida en dirección a Madrid que tiene una bollería muy rica. —Mi estómago gruñe, lo que me recuerda que lleva mucho tiempo sin ser atendido.

—Suena bien.

—En cuanto llegue a casa me voy a dar una ducha de media hora y luego voy a dormir durante dos días. —Dice soltando un suspiro y dejándose caer contra el respaldo.

—Te mereces un par de días libres. —No cualquier persona habría cedido a lo que ha hecho ella, y lo hizo sin una queja, como si asumiera que era lo que había que hacer.

—Las horas extra también me vienen bien, porque hay algo que quiero comprarle a mi madre con ese dinero extra. —Aprieto la mandíbula con solo pensar en eso, papá va a rabiar, pero es lo que había que hacer, las pérdidas habrían sido mayores. Además, el que se lo lleve Dany me hace sentir mucho mejor, sobre todo sabiendo el uso que quiere darle.

—¿Y qué le vas a comprar? —Su sonrisa se agranda hasta iluminar toda la cabina.

—Quiero enviarla al parador de La Granja, en Plasencia. Ella se merece que la traten como una reina, y no solo la estancia es de lujo, sino que tiene un balneario.

—Seguro que le gustará. —No sé que tienen las mujeres y los balnearios, pero sé que siempre es un acierto.

—Es mucho mejor que el plan de todos los 7 de enero. ¿Sabes? Desde que tengo uso de razón hemos pasado su cumpleaños rebuscando en las rebajas en busca de las gangas. Este año quería darle algo diferente. —Casi se me estrangula el corazón, ¿por qué me hace sentir estas cosas? Dany está consiguiendo sacar a flote mi lado más sensiblero. Tendría que odiarla por ello, pero no puedo.

—Suena como si esperaseis a comprar vuestros regalos de Reyes ese día. —ella se encoge de hombros, como si no tuviese importancia.

—Somos adultas, no tenemos niños para los que mantener la magia de los Reyes o de Papá Noel, así que nos inclinamos por lo más barato. ¿Por qué comprar un regalo tonto y caro, cuando puedes esperar y comprar algo de ropa que necesitas cuando bajan los precios?

—Pues no sé, es que así parece que le quitas un poco de magia al asunto. Ya sabes, lo bonito es que te regalen algo porque eres importante para esa persona. —Su mirada se aparta para perderse en algún punto al otro lado del parabrisas.

—Yo ya sé que soy importante para mi madre, lo siento cada vez que se despide de mi con un beso, o me abraza en uno de sus repentinos achuchones.

—¿No hay nadie más de quién esperes ese regalo? —ella se vuelve hacia mí mientras, su expresión ha cambiado a otra menos triste.

—Hace tiempo que no hay nadie más. Los hombres me han decepcionado demasiado para esperar algo de ellos. —Casi que lo siento como algo personal.

—No todos somos iguales. —trato de defenderme.

—Pues mira, en eso tienes razón. Eres el único que me ha sorprendido en ese sentido.

—Algo me dice que no ha sido para bien. —digo desconfiado.

—Podría ser directa y sincera, pero eso me causaría problemas con la empresa. —Tengo curiosidad por saber lo que opina de mí. Mi ego tendrá que soportar lo que tenga que decir y no le guste.

—No te cortes, te prometo que por mi parte no habrá ninguna represalia. —la miro muy serio.

—Pues eres un estirado snob, que crees que estas por encima del resto, como si hubieses nacido con una corona en la cabeza. Seguro que piensas que estás por encima de mi porque tienes un título universitario y yo soy una simple operaria. —Me había calado muy bien, y eso me cabrea porque no me gusta que me vea así, aunque sea verdad. —Pero no te ha importado ser el pringado que se ha comido una burrada de kilómetros el día de año nuevo, para cumplir con una entrega que otro ha pifiado. Pocos niños ricos son capaces de sacar las castañas del fuego con sus propias manos. —Esas palabras me hacen sentir como un superhéroe. —Aunque claro, tenías que fastidiarle el día libre a alguien para que se comiese todo el marrón, y me has escogido a mí. Lo siento, pero tengo que odiarte.

—Eras la única que podía ayudarme. —me defiendo ofendido.

—No, era la que tenías más a mano. Y si me paro a pensar... diría que te fastidié la fiesta, por eso me fastidiaste a mí el dormir la resaca. —eso me irrita.

—¿Hubieses preferido que te dejase en las manos de ese toca culos?

—No, pero tampoco me habría importado que te hubieses venido tu solito a este viaje. A fin de cuentas, está claro que te las habrías apañado muy bien sin mí. —¿Está cabreada porque la dejé dormir durante casi todo el viaje?

—Lo anotaré para la próxima. —El camión de delante se pone en marcha, así que yo arranco para seguirlo. Menos mal que tenemos que dejar esta conversación aquí, porque no me está gustando como está yendo.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora