Epílogo

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Dany

Son la primeras Navidades que pasamos juntos, las dos familias quiero decir. Y no, no estoy nerviosa, porque ya hemos pasado por otras reuniones familiares. El cumpleaños de Alex fue la primera, y ahí si que estuve incómoda, pero sobreviví.

Y aquí estoy, sonriendo a todos y cada uno de ellos como una idiota, porque esta familia ahora es también la mía, la nuestra. Siento la mano de Alex aferrando la mía debajo del mantel, como si de aquella manera tuviésemos un pequeño espacio solo para nosotros.

Puedo oler el perfume de mamá a mi derecha. Se ha puesto muy guapa, y sé que no es solo porque esté en casa de mis suegros, sino porque enfrente está Manuel, el tío de Alex. Él no aparta la mirada de mi madre, y sé que es porque le tiene coladito. Desde que se conocieron en la fiesta de cumpleaños del abuelo, él no ha dejado de adularla en cada ocasión que tiene. Sé que se está esforzando por conquistarla, incluso se ha metido a un gimnasio para ponerse en forma. Ha perdido esa barriguita que le sale a todo cincuentón casado, para conseguir esa tabla de planchar que nos gusta a todas. Abdominales, eso quiere conseguir, aunque seguramente se quede en el camino. Como dice mamá, ahora está estupendo, no tiene por qué matarse a hambre. Pero yo no he dicho nada, que luego alguien dirá que me he chivado.

—¿Ya habéis decidido el nombre? Apenas os queda tiempo. —Acaricio mi abultado vientre mientras Alex contesta a su primo Carlos.

—Dany quiere verle la cara antes. Dice que es mejor esperar, que volver loca a la gente cambiando de nombre. —Él suelta el aire desesperado. Sé que esa insistencia es por deshacerse de la ropita de bebé que tiene en casa. O quizás es porque Natalia está bordando un babero para mi pequeño, y quiere saber el nombre para poder coserlo antes de que el tiempo se le eche encima. La menos han asimilado que lo de los colores no son importantes para nosotros, al menos para mí. Puedo ponerle a mi peque bodis y pijamas de todos los colores, verdes amarillos, azules y rosas, no tengo nada en contra de eso, aunque Alex sí. Ha dicho que a nuestro pequeño no le pondrá nada rosa.

Siento otro pinchazo directo a mis riñones. Este día me está matando. Tengo unas ganas de que llegue el 5 de enero que no me puedo aguantar. Se supone que salgo de cuentas ese día, para regocijo de mi padre, que espera que como primeriza me retrase, y mi bebé nazca el mismo día que su abuela.

Y esa es otra, ¿cómo demonios me metí en esta locura? Pues es que no lo sé. De un día para otro estábamos formalizando nuestra relación, en un parpadeo me quedé embarazada, algo que todavía no logro entender porque tomamos precauciones para que eso no ocurriese. Como iba diciendo, me quedé embarazada, para asombroso deleite de Alex. Creo que él piensa que me ha atrapado ahora que voy a tener un hijo suyo, aunque le he recordado como cien veces que yo me crie sin padre. Y no fue para que se casara conmigo, porque el que insistió hasta la extenuación fue él. Conseguí retrasarlo hasta hacerlo coincidir con mis vacaciones en septiembre, pero a cambio tuve que ceder y casarme en la capilla del pueblo. No es que yo sea mucho de iglesia y santos, pero su familia sí, así que le concedí ese capricho.

Lo único que no he podido conseguir es que me deje trabajar en el muelle. He tratado de explicarle que llevar el registro de entradas y salidas no es peligroso para una embarazada, pero dice que me conoce, y que si hay una carretilla cerca, soy capaz de ponerme a arrastrar palés, o a tirar de las correas de sujeción de un camión, o cosas de esas. Ya, como si alguno de los de la fábrica me dejasen. Mi tripa les tiene acojonados a los chicos, y tremendamente serviciales a las chicas.

El único que parece mirarme de forma resentida es Adolfo. Parece como si me culpara por haberme quedado embarazada del hijo del jefe. ¿Saben lo que pienso? Que este bebé nunca habría sido de él, pero no lo acepta.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora