La curiosidad puede más que mi miedo y eso me preocupa, pero, por otra parte, Maddison sabe que estoy aquí y si la cosa se pusiera fea... Puedo usar mi magia. Besarle ha sido estúpido pero es que tiene esa clase de vibración seductora que me embauca por completo, aunque yo quiera convencerme de que no. Los libros de autoayuda no son los únicos, también tiene un tocho enorme azul marino de Shakespeare, algo de Tolstói, Austen e incluso libros románticos. Románticos de verdad, de esos de amor absoluto e incondicional, de los que a mi me gustan porque me hacen soñar con algo que sé que no existe.
—¿Por qué ibas a tener libros de autoayuda? ¿Es que son de tu novia?
—¿Te parece este sitio habitado por una mujer?
—¿En realidad? Sí.—Lo digo con seguridad porque la única referencia que tengo de un chico joven es mi hermano y nunca ha sido particularmente limpio. Sé que eso no es algo decisivo ni generalizado, claro, que depende mucho de la personalidad de cada uno y su madurez, pero... Sí, todo está limpio y no solo eso, organizado.
—Pues no lo está y los libros son míos.—Se levanta dándose una palmada en las piernas y camina hasta la cocina, que está abierta con el salón. No es demasiado grande, pero lo suficiente como para dos personas, un apartamento íntimo y recogido, tal vez incluso acogedor. Quisiera decir que hay algo de color pero la realidad es que apenas lo hay y cuando lo hay, sigue siendo oscuro. No tengo nada en contra de la sobriedad en la decoración y desde luego lo prefiero a colores estridentes.
—¿Por qué lees libros de autoayuda?
—Porque ayudan.
—¿A qué?
—¿Es que no sabes leer? Lee los títulos.—Dice de manera jocosa mientras pasa por mi lado para llegar a la cocina, de armarios verdes o grises, no lo sé, un color muy en medio, muy sin definir. Me pregunto si la decoración ha sido escogida por el también o ha sido efectos colaterales de la supuesta no novia que no tiene, claro.—Si tengo que enseñarte a leer, voy a necesitar más de veinticuatro horas.
—Sé leer.—Le digo demasiado picada.
—Me impresionas.—Se burla y yo lo miro de reojo. De algún modo, encaja en este sitio, tan lúgubre y sencillo, lleno de paz. Coge dos vasos de un armario y les da un remojón debajo del grifo. Los llena con una jarra de agua filtrada y él se bebe uno por completo, dejándolo en la pica de nuevo.—El agua no está envenenada, ni he escupido en ella.
—Te he besado, supongo que lo de la baba no me importa.—Digo demasiado rápido como para arrepentirme. Me hago la interesada en los libros mientras intento alcanzar los de la estanteria más alta solo con los ojos, pero no lo logro. Espera, ¿es una biblia? Me pongo de puntillas y toco el lomo del libro, lo suficiente como para que se precipite sobre mi cabeza. Cierro los ojos por puro instinto y agacho la cabeza, pero el golpe nunca llega. Oigo su suspiro y su gruñido antes de abrir los ojos, aliviada de no tener la esquina de un libro clavada en la frente.
—¿Nunca te advirtieron de que la gravedad puede hacerte daño?—Dice cómicamente mientras me pasa el libro. Está cerca de mi, tanto que puedo oler su perfume e incluso verle los brazos con más detalle, como si necesitara eso. El collar brilla en su cuello, plateado y probablemente cálido por estar contra su piel, pero no es solo eso lo que llama mi atención. También lo hace la incipiente barba negra que parece llevar dos días en su cara, o el maldito hoyuelo que alcanzo a ver ahora.
—¿Una biblia?—Pregunto sin más mirándole las manos. Aún lleva mi anillo, además de los suyos, lo cual no me agrada, sino que me inquieta. Tengo que quitárselo, obviamente, porque lo convertirá en un juego y no podré simplemente reclamarlo de vuelta. —¿Tienes una biblia?
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Cursed devotion ✔️
FantasyLa vida de Saddie está a punto de dar un vuelco cuando por su 19 cumpleaños, una vieja maldición que corre por su familia desde que su antepasada Sarah murió quemada en una hoguera en Salem en el año 1862 se haga real en su día a día.