Cuando el telón cayó por fin, la algarabía y el desenfreno inundó aquel escenario sumido repentinamente en la oscuridad. Todo había salido a la perfección. La ovación del público aún resonaba en sus oídos, eran estrellas, todos ellos lo eran, habían trasmitido, habían volcado su ser, se habían dejado el alma y la piel tras la gruesa cortina roja que ahora los separaba del mundo real.
Ya estaba hecho, habían representado La Cenerentola en la mismísima Ópera Garnier, sus carreras despegarían irremediablemente, Renaud estaba seguro de que su ahora no tan pequeña compañía no tardaría en recibir multitud de ofertas de los mejores teatros de Europa, sabía que les esperaba una gira, una exhibición por la cuna del arte occidental en la que todos serían amados, adorados y tratados como auténticos dioses. Todo por lo que había luchado, aquello que quiso desde niño, el maldito sueño de su vida, estaba apunto de cumplirse.
Y estando allí, tras el telón bajado al terminar la función, avasallado por la ingente cantidad de feromonas omegas que sus compañeros desprendían, presos de la algarabía y la pasión por el arte, Renaud se sintió más vivo que nunca.
Se olvidó de todo, se olvidó de que era un alfa y debía controlarse, se olvidó de todas sus dudas e inquietudes, desterró de un plumazo aquella vocecita que aún le acosaba, diciéndole que aquel no era su sitio. Se entregó al estado de plena dicha que los poseía, abrazando a sus compañeros mientras se colmaban mutuamente de felicitaciones, atrapado en un estado de éxtasis y serotonina del que no quería salir jamás.
Al menos, hasta que una figura pequeña, delgada y con un penetrante olor a mantequilla se le echó encima.
El mundo quedó reducido a una masa de rizos oscuros, el suelo desapareció bajo sus pies, el teatro entero quedó silenciado y el universo y todas sus cósmicas intrigas perdieron su valor. Renaud quedó reducido al tacto de unas piernas firmes que rodeaban su cintura, sus fosas nasales llenas de olor a mantequilla y pan de leña, su vista nublada y al mismo tiempo centrada en unos brillantes ojos negros que sonreían, acompañando a una boca llena de dientes blanquísimos.
—¡Lo hemos conseguido!
El grito eufórico de Hugo resonó en su cerebro embotado, pero no logró traerlo de vuelta a la realidad, no fue capaz de tomar consciencia de la situación, de todos los omegas que lo rodeaban, ni del público expectante que aguardaba tras el telón a que los aclamados actores salieran a saludar.
Renaud ya no era Renaud, Renaud ahora era un alfa, reducido a su estado más primigenio. Se limitó a gruñir como un depredador que defiende su presa cazada, afianzando el agarre del cuerpo duro y delgado colocando los brazos bajo sus muslos y aferrándolos con fuerza. Enterró el rostro en el cuello de aquel omega, embriagándose con su aroma, y liberando accidentalmente sus propias feromonas para dejarlas por toda aquella piel. Le estaba reclamando, y lo estaba haciendo de una manera tan vulgar y evidente, que no sabía cómo todo el teatro no se había percatado ya de ello.
Hugo se retiró al instante, clavando en él una mirada sorprendida. Fue el desconcierto en aquellos ojos negros lo que trajo de vuelta a Renaud a la realidad, y súbitamente, toda la sangre de su cuerpo pareció concentrarse en sus mejillas.
Las piernas del omega aún rodeaban su cintura, y él lo mantenía así en un agarre posesivo sobre sus caderas. Se sintió terriblemente avergonzado por su imprudente reacción y quiso soltarle de inmediato, pero Hugo se lo impidió, acercándose de nuevo para susurrar sobre su oído.
—Respira, contrólate o todo el mundo se dará cuenta. —Hizo una pausa, desenroscando lentamente las piernas de su cintura— Así, muy bien, ahora bájame despacio, no pasa nada, nadie se ha dado cuenta.
El corazón de Renaud iba a mil por hora, estaba mudo de la impresión. Había hecho algo terrible, jamás en toda su vida había permitido que sus instintos lo dominasen de esa manera. ¿Qué tenía ese omega que lo hacía tan especial, tan diferente a los demás? Llevaba rodeado de omegas desde su niñez, y muchos habían tratado de seducirle sin éxito, él no deseaba estar con un omega de esa forma, él solo aspiraba a ser uno más de ellos sobre el escenario, y ahora llegaba Hugo, con sus sonrisas luminosas y su cabello ensortijado, y destrozaba sus esquemas, su autocontrol, su ser. Se introducía en su mente sin su permiso, llenándola de su esencia y obsesionándole, conquistándole, y arrasándolo todo a su paso sin ni siquiera pretenderlo.
Se separó de él y retrocedió escandalizado un par de pasos, pero Hugo se le acercó de nuevo, colgándose de su cuello sin pudor alguno y alzándose de puntillas para poder volver a alcanzar su oído.
—Puedes disimularlo, no ha pasado nada. Ahora corre a abrazar a los demás, no permitas que lo noten.
Se alejó de él con una enorme sonrisa, como si lo que acababa de pasar no hubiera sido más que una muestra de cariño entre colegas de profesión, dejándole vacío, solo y con el frío instaurándose en sus entrañas.
Renaud se quedó estático, clavado en los tablones de madera del escenario mientras lo veía alejarse y abrazar y ser abrazado por el resto de sus compañeros. Era una suerte que aquel pequeño espacio estuviera tan cargado de feromonas de omegas felices que nadie hubiera notado las posesivas del alfa, debía dar las gracias por ello.
No salió de su estado de shock hasta que Dominique, su compañera de reparto y la actriz que había encarnado a Cenerentola le abrazó con fuerza y cariño, emocionada como una chiquilla en navidad. Correspondió como pudo al abrazo de su amiga y a todos los que le siguieron, aún con la mirada fija en Hugo, que se había situado estratégicamente al otro lado del escenario, lo más lejos posible de él.
Y entonces el telón se alzó de nuevo, y el tiempo para el autodesprecio terminó. Volvía a ser un actor, su persona volvía a no tener importancia, y su único deber en ese instante era entregarse al aplauso del público, responder a la ovación colectiva con el corazón en la mano, junto a sus compañeros.
Ya lidiaría más tarde con sus instintos desatados.
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Mi pobre Renaud que solo quiere actuar y ser buena persona y llega este omega a revolucionarle la vida.
Me ha dado lastimita ver cómo trataba de controlarse y reprimir sus instintos, menos mal que este omega también es un amor, y ha sabido mantener la cabeza fría y ayudar al pobre alfa a relajarse.
¿Qué opináis de mis chicos? Yo los amo.
Lola Benez.
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El Mundo Es Un Escenario (Omegaverse)
RomanceEl mundo es un escenario y nosotros simples actores. Renaud nunca fue un alfa como los demás. Él tenía un sueño, un sueño inaceptable para alguien de su condición. El mundo del teatro, la ópera y el ballet, eran monopolio absoluto de los omegas, y q...