La llegada del Velaryon más pequeño reavivó la vitalidad del castillo. En específico las malas lenguas. Incluso Aegon, que tenía una vida social un tanto deplorable, escuchó las habladurías que circulaban sobre la suave pelusa marrón que cubría la cabecita de su nuevo sobrino. Su madre parecía brillar ante cada palabra venenosa y malintencionada que era pronunciada. Para su sorpresa, quien lucía más disgustado con esto no era Rhaenyra, sino Aemond.
Durante uno de sus almuerzos conjuntos percibió el aroma picante de una hoguera proveniente del omega. Desde aquel desagradable comentario de Venly, Aegon evitaba a sus amigos y gastaba su tiempo libre con sus hermanos, a tal punto que casi se sentía tan unido a ellos como cuando eran niños pequeños. Se metió otro puño de fruta confitada a la boca y se reclinó en su silla, disfrutando el sol invernal en su piel.
—¿Y ahora qué? —preguntó con la vista puesta en Aemond, que entrecerró los ojos en su dirección—, ¿madre volvió a hablarte de matrimonio?
Aemond se estremeció de disgusto. Los prospectos que Alicent tenía para él le doblaban la edad y algunos ya iban por su segunda unión. A veces Aegon se preguntaba cómo su madre no se daba cuenta de que era más probable que su hermano los apuñalara en su noche de bodas a que se consumara el matrimonio. Lo único que evitaba que el omega fuera prometido era la renuencia de su padre, que alegaba en contra por ser demasiado joven aún.
—No es eso —gruñó apartando su plato y cruzándose de brazos—, de todos modos, le dije que me fugaría primero antes de dejar que me casen con alguno de esos cerdos decrépitos —escupió.
Aegon sonrió. Se preguntó qué pasaría si él lo hiciera. Si estar cerca de Jacaerys valdría lo suficiente para soportar semejante martirio. Lo era, lamentablemente.
—Lucerys está molesto —comentó con tono ligero Helaena.
—¿El pequeño cachorro se enojó contigo? —cuestionó alzando las cejas, impactado—. No creí que eso fuera posible —dijo apoyando los codos en la mesa para acercarse más ahora que su curiosidad fue despertada—, parece que estaría encantado incluso si le rompieras la nariz.
—Guarda silencio —chistó el menor a su hermana, un suave sonrojo pintando sus mejillas.
—No, no, no —tarareó Aegon sonriendo—. Ahora debes contármelo todo, no puedes dejarme a la mitad.
—Puedo y lo haré —decretó frunciendo el ceño.
—Lucerys está enojado por lo que la corte dice del pequeño Joffrey —informó Helena empujando trocitos de manzana en dirección a la oruga en su plato—. Y Aemond le molesta que lo hayan hecho enfadar, le pone triste.
—¡Helaena! —chilló.
—Oh —exclamó Aegon.
Ahora tenía sentido. Aemond y Lucerys eran en exceso cercanos, casi la sombra del otro. Era algo que fastidiaba muchísimo a su madre, pero como el rey lo veía con buenos ojos, no había quien pudiera separarlos. No le sorprendía para nada que el mal humor de uno influenciara al otro, en especial siendo Aemond tan propenso cuidar los sentimientos de Lucerys.
Aemond bufó molesto y giró el rostro en otra dirección, haciendo a Aegon reír.
—No te desgastes en eso, hermanito —aconsejó con un perezoso movimiento de mano y reclinándose otra vez en su lugar—. La corte pronto encontrará algo más con lo que entretenerse —aseguró—. Si quieres puedo hacer que una criada me sorprenda con un par de omegas en algún rincón indiscreto y antes del desayuno nadie recordará siquiera el nombre de Joffrey —ofreció con una sonrisa maliciosa.
—Eso no le gustará a Jacaerys —murmuró distraídamente Helaena.
Aegon se tensó. De repente el sabor dulce de las frutas confitadas le supo amargo.
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Cintas y humo [Jacaegon/Lucemond]
Fiksi PenggemarAegon no es un buen alfa, ni un digno Targaryen, es la mayor decepción de su abuelo y el pesar de su madre. No importa, él no quiere ser rey y le tiene sin cuidado si la historia lo olvida a favor de su hermana. No le interesa ser amado, excepto por...