6. Desvío a Pozo Dragón

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La puerta chirrió cuando la abrió. No había muebles ni ventanas, solo algunas velas bañando de luz las paredes desnudas de madera carcomida. Al centro de la estéril habitación, con la espalda pegada en la pared, Jacaerys le devolvía la mirada, envuelto en una vieja capa negra y tan receloso como un animal acorralado.

Aegon por fin pudo respirar en horas. El olor de Jace lo inundó agradablemente, destensando un poco sus músculos y apaciguando a su alfa.

—Jacaerys —suspiró entrando y cerrando la puerta.

Los ojos marrones del omega brillaron y su rostro se suavizó de alivio, una temblorosa sonrisa apareció en sus labios.

—Aegon —reconoció.

Su cuerpo se movió solo, como si una cuerda lo jalara hacia el omega. Jace lo alcanzó a medio camino, arrojándose a él y rodeando su cuello con los brazos, tan fuerte que casi lo tira. Aegon envolvió su cintura con una mano y con la otra acunó su cabeza contra el hueco entre su cuello y hombro, odiando cada espacio entre ellos. Ni siquiera se dio cuenta de que los pies del moreno abandonaron el suelo.

—Jace, Jace, Jace —cantó ahogándose en su esencia, perdiéndose en su tacto—. Mierda, casi me matas de angustia —susurró contra su cabello.

—Lo siento, de verdad, lo siento —repitió con voz ahogada, su rostro contra su pecho.

Aegon se separó después de unos segundos, bajándolo al suelo, y movió sus manos hasta sujetar el rostro del menor. Sus pulgares acariciando sus mejillas.

—¿Estás bien? — preguntó desesperado—. Esa mujer dijo que algo ocurrió, ¿fuiste herido?

Jace cubrió con sus manos las ajenas, inclinándose al tacto. Negó con la cabeza.

—No, no, no estoy lastimado.

Aegon asintió, la última línea de tensión liberándose. Ahora que estaba seguro del bienestar de Jace se permitió disfrutar la cercanía, impregnarse del calor ajeno hasta que su corazón latiera normalmente otra vez. Se vio tentado a dejar de lado su buen juicio y pasar la noche abrazando a Jace hasta que este recordara que lo odiaba, pero no podía relajarse aún, debía llevar al menor a la Fortaleza Roja o Rhaenyra echaría abajo la ciudad en su búsqueda.

Dio un pequeño paso atrás, poniendo algo de distancia entre ambos. Ignoró el sentimiento de pérdida y dejó que sus manos cayeran en los hombros del contrario.

—¿Qué sucedió? —cuestionó suavizando su tono.

La sonrisa de Jace desapareció. Se apartó lo suficiente para deshacerse del toque de Aegon, apretó los puños a sus costados y bajó la cabeza.

—No quieres saberlo —murmuró.

—Sí que quiero, Jace, por favor —respondió tratando de buscar su mirada—. Lucerys solo dijo que harías un recado.

—¿Él te contó?

—Estaba preocupado, debías regresar a la medianoche y no lo hiciste — aclaró metiendo las manos en sus bolsillos, para evitar tocarlo otra vez—. Tu madre ya lo sabe, los Capas Doradas están por toda la ciudad, buscándote. Piensan que alguien te secuestró o que te fugaste —explicó, notando a su sobrino encogerse un poco ante sus palabras—. Él me pidió venir por ti.

Jace levantó la vista de golpe después de su última oración, admiró con desconcierto como su ceño se fruncía y toda la suave vulnerabilidad que había mostrado, se transformaba en irritación.

—¿Viniste por qué Lucerys te lo pidió? —siseó entre dientes— ¿O solo era algo más de lo que ocuparte mientras haces tu visita rutinaria a la calle de la Seda?

Cintas y humo [Jacaegon/Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora