Cita a ciegas

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Jamás vuelvo a escuchar a Jimena. ¿En qué estaba pensando? Voy en camino a una cita a ciegas a la que ella debía asistir por perder una apuesta conmigo. Pero la muy astuta ha conseguido zafarse ofreciéndome pagar mis deudas a cambio de que asista. ¿Cómo llegué a esta situación? Digamos que en los últimos meses no he tomado buenas decisiones. 

Estoy rozando los 30, por lo tanto decidí invertir en una cadena de supermercados que parecía muy prometedora. Gasté todos mis ahorros en ello; y si, llámenme crédula, pero quien no arriesga no gana. Al final, todo fracasó ya que debido a un asunto de sanidad no llegaron a abrir y me quedé en la ruina. No los demandé porque sería una pérdida de tiempo y dinero.

Esto es tu culpa Rosa Melano; debí haber compartido aquella cadena sobre aquella muchacha de 17 que murió atropellada y quería hablarme de Jesús.

A ti te debo mi mala suerte Rosa Melano; por eso Jeremy me dejó por la víbora de mi hermana, por eso el día en que iba a ir al concierto de Taylor Swift llovió y el estadio quedó inundado, por eso me caí enfrente de mi crush y me rompí la nariz.

¿Y si me topo a un asesino serial a lo Jeffrey Dahmer? ¿O si me encuentro a un pervertido al que le va el sadomasoquismo? Bueno, esa última parte no sería una idea tan mala.

Pero volviendo al tema, por lo menos tendré una buena comida ya que la cena es en el mejor restaurante italiano de la ciudad, punto para Jimena. Peino mi cabello con mis dedos por una última vez antes de internarme en el local.

—¿En qué puedo ayudarla? —preguntó cortés la chica de la recepción.

—Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Jimena Gonzalez.

—Oh si, la señorita Jimena me avisó que vendría. Acompáñeme por aquí, por favor.

La seguí a través del comedor. Estaba alumbrado por las llamas de las velas dándole un toque íntimo al ambiente. 

—Que tengan una buena velada, con su permiso.

Rosa Melano, al fin me sonríes. Dios, que hombre.

Irradia un aura de poderío indescriptible. A la vista queda su camisa a la que parece que están por saltársele los botones. Sus iris negros hacen que no pueda apartar mi mirada de ellos. Se levanta de su silla sacándome de mis pensamientos.

Se posiciona detrás de mí y aparta mi silla para que me siente.

—Vaya todo un caballero. Están en extinción —comenté cruzando las piernas por debajo de la mesa. Él vuelve a su puesto.

—Eso es cierto —sin apartar la mirada de mí llevó a sus labios la copa de vino tinto que reposaba sobre el mantel.

—Empecemos por el principio. ¿Cuál es tu nombre? 

—Maximus Andersen —Podría derretirme con solo escuchar su voz. Tengo algo con las voces, debo admitir —. ¿Y el tuyo?

—Claudia Díaz.

—Claudia... —Escuchar mi nombre en su voz envío un estremecimiento por toda mi espina dorsal; cálida, áspera y calmada.

—¿Y a qué se dedica señor Andersen? —cuestioné con mis dedos jugando al borde de mi copa.

—Llámame Maximus, por favor.

—Maximus —acaricié su nombre entre mis labios.

—Soy un hombre muy ocupado, señorita Díaz.

—Claudia, puedes llamarme Claudia.

—Como te decía Claudia, soy un hombre muy ocupado. Cuando no estoy viajando por el mundo soy el CEO de MXEnterprises —Jimena, en este momento eres mi persona favorita en el mundo, te rezo.

—Vaya, eso es mucho más interesante a lo que hago yo —pronuncié acomodándome en mi asiento.

—¿Y qué haces que no es lo bastante interesante?

—Soy bibliotecaria. Aunque amo mi trabajo para muchos es aburrido.

—¿Qué puede tener de aburrido estar entre libros? —ladeó la cabeza verdaderamente confundido —. Percibir el aroma de las páginas, sumergirte en sus historias y nadar entre sus letras.

—Wow, en serio estás poniendo todo tu esfuerzo en caerme bien —digo sonriente.

Me devuelve la sonrisa; su sonrisa transmite confianza y algo misterioso que no puedo decifrar.

La charla continuó a lo largo de la cena mientras degustábamos los platillos del menú.

—Disculpa, debo dirigirme al sanitario —me levanté tomando mi monedero.

—Por supuesto, adelante.

Emprendí el camino hasta los baños y al entrar al lavabo de mujeres llevé mi mano a mi boca para ahogar el grito de colegiala adolescente que se me salió en el momento.

Tomé mi celular y marqué el número de Jimena. Lo coloqué sobre el lavamanos y lo puse en altavoz.

—¿Algo ha salido mal en tu cita?

—Jimena, te amo, te rezo.

—Wow, calma. Sabía que Maximus te agradaría. Lo conozco desde hace algunos años ya, es socio de mi hermano. Es completamente tu tipo. Le hablé de ti y le agradaste. Ya era hora de que salieras con alguien, tenías telarañas, arañas y todo tipo de alimañas allá abajo.

—¿Por qué eres así? Per volviendo al tema, gracias Jimena.

—De nada, amiga. Ahora ve a disfrutar de ese bombón.

Colgué la llamada e inspiré hondo. Acomodé mi cabello y retoqué mi lápiz labial. Salí del tocador y me dirigí nuevamente a la mesa. Maximus me esperaba con la mirada fija en la ventana de aquel doceavo piso que daba una vista impresionante del panorama de la ciudad.

—Claudia, lamento decirte que nuestra velada debe llegar a su fin. Me han llamado de la oficina para resolver un asunto importante —¿Escucharon eso? Fue mi corazón de pollo desinflándose —. Pero me encantaría repetirla. ¿Puedes darme tu móvil?

Le entregué mi móvil y tecleó un par de cosas.

—Deberías ponerle contraseña a tu celular, en fin, este es mi número de teléfono.

—Digamos que mi memoria de pez no ayuda —Soltó una leve carcajada.

—Llámame para agendar tu número. Nos vemos pronto, Claudia —se despidió y depositó un beso en mi mejilla, muy cerca de mi boca.

Al llegar a casa, marqué su número y me respondió enseguida.

—Hola, Claudia.

Y ese fue la primera de incontables charlas a mitad de la noche.

Antología: Joyas de Chick Lit Donde viven las historias. Descúbrelo ahora