Chris dirigía el hidrodeslizador hacia el centro del pantano como si lo hubiese estado haciendo toda su vida. Al frente, Leon y Claire oteaban los alrededores mediante las miras de infrarrojos de sus rifles semiautomáticos. La hélice de aviación hacía más ruido del que habrían deseado, pero no habían encontrado otro modo eficaz de recorrer aquella laguna traicionera plagada de árboles y plantas por doquier que en muchas ocasiones dificultaban su avance.
Conocían su destino: tenían su ubicación y sus coordenadas exactas. Y sabían que estaban muy cerca. Esperaban hallar una pequeña isla en medio de la descomposición más profunda, donde quizá se hubiese construido una edificación opulenta y estrambótica muestra de la mente desquiciada que la había ideado. Pero cuando alcanzaron tierra firme bajo la bruma que los envolvía insistente, tan sólo vieron una especie de larga avenida hacia una enorme mansión de estilo sureño escoltada por una treintena de casuchas destartaladas situadas a ambos lados.
Chris detuvo el motor controlando de reojo a los enormes cocodrilos albinos que los habían estado vigilando durante todo el trayecto. No los habían atacado en ningún momento, y ahora sabía porqué: no estaban allí para impedirles alcanzar su destino, sino para garantizar que jamás salieran de aquel maldito lugar.
Nada más los tres compañeros hubieron tomado tierra, los enormes arcosaurios que triplicaban en envergadura a cualquiera de estos que hubiese sido normal, se abalanzaron sobre la aerolancha dispuestos a no dejar ni una sola astilla que pudiera flotar. Claire soltó un grito de alarma y Leon, asqueado, les lanzó un par de granadas con munición eléctrica que los frieron de inmediato.
El rubio se mostraba infinitamente serio y silencioso desde que habían comenzado su oscuro viaje por aquel pantano. Claire temía por él, porque el anclaje que mantenía su mente torturada pegada a su cordura se estuviera debilitando. Sabía cuánto él había sufrido en España y no sólo por haber sido infectado, sino porque sentía que todo aquel rescate de la hija del presidente había sido un despropósito, comenzando por la más que dudosa colaboración de la rescatada. Y lo había hecho solo, absolutamente solo, pues la ayuda totalmente cuestionable de la traicionera Wong no había servido más que para abrir una herida aún más profunda en su corazón maltrecho desde los sucesos de Raccoon.
A pesar de que no había ningún organismo vivo a la vista, un zumbido extraño comenzó a salir de todas y cada una de las casas. De inmediato, Leon intercambió el rifle de francotirador que había manejado por una escopeta de gran calibre.
—No tenemos tiempo para esto —bufó desdeñoso.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —Chris afirmó decidido—. Sabemos dónde está esa maldita loca; vayamos a por ella.
Ambos fijaros sus miradas en la ostentosa mansión que se perfilaba a poco más de media milla de allí. Su estructura sureña estaba resguardada por la típica terraza cuyos dos pisos estaban plagados de arcos alancetados separados por celosías ostentosas sobre una recia y no menos atractiva cerca baja. Cuatro columnas dóricas custodiaban el edificio en toda su altura, y en concreto su entrada principal, acabadas en un bello tejado a dos vertientes. Desde la distancia, pudieron contar cinco de aquellos tejados imponentes sobre la elaborada estructura, que aún poseía un tercer piso menor terminado en cuatro pequeños torreones a modo de chimenea con una atalaya con tejado piramidal.
—Acabemos de una vez —el capitán insistió, y echó a andar hacia la casa por el lado derecho de la avenida.
Leon lo hizo por el izquierdo, forzando a Claire a situarse en el centro protegida por ambos. Para sorpresa del agente, ella no protestó.
A medida que se fueron acercando, les llamó la atención una especie de ancha y baja columna que estaba situada frente a la construcción a pocos metros de esta. Chris fue el primero en alcanzarla. Su parte superior estaba cincelada en vertiente y mostraba una serie de huecos que formaban un extraño dibujo: cuatro diamantes alargados intercalados con cuatro lágrimas, y en el centro la señal inequívoca del Yin y el Yang dividida en dos mitades.
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𝐏̸𝐑̸𝐎̸𝐓̸𝐄̸𝐆̸𝐄̸𝐑̸𝐓̸𝐄̸
ФанфикCuando Claire Redfield comienza a sentir que a su mejor amigo, Leon, le acecha un terrible peligro del que sólo ella puede protegerlo, no es capaz de saber de qué se trata, cuándo sucederá ni cómo, tan sólo que, nada más él la ha invitado a ser su p...