𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 20 - 𝓐𝓵 𝓫𝓸𝓻𝓭𝓮 𝓭𝓮𝓵 𝓹𝓻𝓮𝓬𝓲𝓹𝓲𝓬𝓲𝓸

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Ada ascendía sin prisa por un pasadizo angosto que parecía conducir a los pisos superiores de aquella macabra estructura que tan sólo mostraba en la superficie su parte menor. Leon caminaba tras ella a una distancia prudencial vigilándola atentamente, sin fiarse de su aparente sumisión.

—¿Con quién te has casado, Leon? —la mujer preguntó con voz frívola rompiendo aquel tenso silencio mientras reducía el ritmo de su marcha y se giraba para mirarlo.

—Sigue caminando, Ada —el agente tan sólo le ordenó sin contemplaciones.

Pero ella se detuvo abruptamente y, a pesar del cañón de la pistola que sintió sobre sus costillas de inmediato, se encaró con su captor sin un atisbo de miedo.

—En serio, Leon, tienes que escucharme: Ashley sabe que Claire y Chris Redfield han venido contigo. Y a estas horas ya debe haberlos apresado —le aseguró con voz que parecía angustiada.

El rubio alzó suspicaz una ceja; jamás la había visto mostrar preocupación por nada ni por nadie. Así que, aquella actitud no podía ser más que otra más de sus sucias argucias.

—Eso es imposible —afirmó desdeñoso—. Camina.

—No, no lo es.

—Estando Chris de por medio, lo es. Camina, Wong —insistió con voz fría.

—Tú no la conoces realmente. Ella te culpa por no haberse curado —intentó explicarle a la desesperada.

—Yo tampoco lo he hecho; a día de hoy, sigo infectado —tan sólo respondió sin inmutarse.

—¡Lo sé, cabeza hueca! ¡Pero no del modo en que ella lo está!

«¿Ada Wong perdiendo los papeles? Esto es nuevo...».

—Explícate.

—Por fin vas a escucharme, ya iba siendo hora —afirmó con desprecio.

—No he dicho que vaya a creerte.

Ella hizo una mueca frustrada y desdeñosa, pero comenzó a hablar.

—Al darse cuenta de que jamás te tendría, aun continuando ambos infectados con destino a estar juntos, Ashley se sometió a un experimento biológico aún más avanzado, que en teoría le iba a permitir controlar mentalmente a todos los infectados, incluido tú, para que hagáis exactamente lo que ella desea. Pero no fue así, y sí obtuvo una fuerza aún mayor que la fuerza sobrehumana que ambos tenéis, pero nada más. Y los efectos secundarios han sido brutales —explicó sin ningún tipo de emoción en su voz—. Ella sufre dolores terribles y constantes, y tan sólo una especie de inhibidor que se inyecta todos y cada uno de los días, impide que mute en un ser horrendo y esperpéntico. ¿Lo entiendes? Ella ha deformado la realidad, ha acabado creyéndose su propia mentira, que tú te curaste y ella sigue enferma; te culpa de todo su sufrimiento porque no es capaz de asumir su propia culpabilidad.

Él la observó incrédulo.

—Espera, espera: ¿fuerza sobrehumana? ¿De qué demonios estás hablando? Ni ella ni yo adquirimos ningún tipo de fuerza sobrehumana debido al virus; al menos, no de un modo permanente.

—Eres tú quien te equivocas —insistió con voz firme—. El virus que se os inyectó a vosotros estaba destinado a proporcionaros habilidades sobrehumanas en todos los sentidos. Como te he dicho, debíais ser los padres de una nueva raza evolucionada y perfecta.

Leon negó con la cabeza, harto de escuchar tantos despropósitos.

—Estás loca, Wong.

—No, no lo estoy. Ahora vas a subir ahí, te enfrentarás a ella abiertamente, y ella se reirá en tu cara y te manipulará a su antojo porque ha apresado a la mujer que amas y a su hermano. ¿No lo entiendes? —insistió nerviosa de nuevo.

𝐏̸𝐑̸𝐎̸𝐓̸𝐄̸𝐆̸𝐄̸𝐑̸𝐓̸𝐄̸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora