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Yifan


Anoche me quedé dormido sobre el escritorio, estaba escribiendo otra carta. Otra carta para ti. Al despertar, la hoja se había quedado pegada en mi cara y una mancha de saliva había hecho que se corriera la tinta, así que, siendo las 7:00 am, me puse a pasar a limpio la carta. Adopté esa costumbre un día después de tu muerte, porque tú me llamaste y me dijiste lo que sentías, y tú nunca pudiste escuchar mi respuesta. Me gusta pensar que si te las leo en el cementerio me podrás escuchar. Soy un iluso, lo sé.

Me levanté de la silla y me lavé la cara, me afeité y me puse crema hidratante. Más tarde, después de despejarme, fui a la cocina y abrí el armario de los tés. Ahí estaba. Tú té favorito, en la bolsa plateada con dibujos azules y amarillos. Suspiré y lo cogí, quería tomar un poco de ese té. Calenté el agua y fui al pequeño altar que hice para ti, encendí dos velas y volví a la cocina. Serví dos tazas de té, y de mi comida cogí arroz, salmón y un poco de sopa para ti. Lo llevé todo y encendí incienso, recé por ti y te miré a los ojos. Luego acaricié la foto, como si fuera a sentir tu calor. Volví a la cocina y allí desayuné.

El día se hacía espeso, en la oficina no paraban de llegar reclamaciones y el jefe se estaba poniendo de los nervios. Preferí no salir del despacho, aquello era un caos. Era mejor quedarme en mi pequeño espacio, en tranquilidad, haciendo mi trabajo.

Llegó la hora del almuerzo y me pasé por el restaurante de sushi de enfrente. Ahora como solo, no tengo fuerzas para estar acompañado. Pensarás que es estúpido porque han pasado ya varios años, pero es algo que sencillamente no puedo hacer. Yo sólo quiero tu compañía. Pedí el sushi que nos gustaba a ambos, no ha cambiado, sigue siendo el mejor. Me gusta hacer las mismas cosas que hacíamos juntos, me hace sentirme un poco más cerca de ti. Mientras comía un maki, una mujer se sentó a mi lado. Le llamé la atención, ¿quién se creía que era? Cogió mi mano y acarició mis dedos, me molesté mucho y le dije que se fuera. Entonces escuché a un niño; "mamá, ¿por qué ese hombre habla solo?". Giré mi cabeza y lo miré, luego volví a mirar a la mujer. ¿Me estoy volviendo loco? Quizás era el estrés del trabajo, últimamente todo se acumula y no paran de haber malas noticias. Suspiré e ignoré aquella alucinación, y seguí comiendo. La mujer colocó una galleta de la suerte sobre la mesa y se marchó. Creo que debería de ir a un psicólogo, quizás tu muerte me afectó más de lo que yo pensaba. Pagué y me levanté.

-Perdone caballero, ¿no se lleva la galleta? - preguntó una camarera

Me giré. Entonces la galleta es real. La cogí y sonreí, salí del local y la abrí.

"Tu dolor impide que tus metas se logren, tus fallos del pasado obstaculizan las victorias del presente. El melocotón te dará buena suerte"

Arrugué el entrecejo y la guardé. ¿El melocotón? ¿Debo comprar uno? Si es así, hay una frutería cerca del trabajo, así que, ¿por qué no? Compré 12 melocotones, el 12 era tu número favorito, y los coloqué en una cesta en la cocina nada más llegar a casa.

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