origenes parte 2

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El tipo paso y para Issac, el almacén se había convertido en su hogar. Rodeado de cajas polvorientas, herramientas viejas y el eco de pasos que iban y venían a toda hora, el niño de cinco años se movía entre los rincones del lugar como si fueran parte de un inmenso patio de juegos. Desde su llegada, su presencia había transformado el almacén y, poco a poco, también a las personas que lo habitaban.

A pesar de la reticencia inicial de Jhon, los miembros del grupo criminal también empezaron a aceptar la presencia de Issac, aunque con ciertas reservas. Al principio, muchos de ellos veían al niño como un estorbo, una distracción en una vida que no dejaba espacio para la debilidad ni para las emociones. Sin embargo, la personalidad curiosa e intrépida de Issac pronto empezó a ganarse el respeto y hasta el afecto de aquellos hombres y mujeres endurecidos por las calles de Nova Riven.

Uno de los primeros en acercarse a Issac fue Marco, un sicario veterano que pasaba largas horas en el almacén. Su apariencia intimidante —con tatuajes cubriendo sus brazos y un rostro surcado de cicatrices— contrastaba con la paciencia que demostraba cada vez que el niño se acercaba para observar cómo limpiaba y ensamblaba sus armas.

—¿Puedo ayudar? —preguntaba Issac, fascinado por los movimientos precisos y cuidadosos de Marco.

El sicario, que al principio solo gruñía en respuesta, pronto empezó a ceder y le explicaba cómo funcionaban ciertas piezas, omitiendo los detalles más oscuros y peligrosos.

—Mira, pequeño, esta es la recámara. Aquí se carga la munición, ¿entiendes? —le decía en un tono áspero, pero con un brillo de orgullo en los ojos al ver cómo Issac asentía, tomando en serio cada lección.

Issac también pasó tiempo con otros miembros de la banda. Carla, una experta en abrir cerraduras y evadir sistemas de seguridad, le enseñaba pequeños trucos mientras se divertía viendo la expresión de fascinación en su rostro cada vez que conseguía abrir una cerradura falsa.

—No necesitas mucha fuerza, Issac. Es cuestión de precisión y paciencia —le explicaba, mientras él observaba con ojos atentos, memorizando cada movimiento.

Con el tiempo, Issac empezó a entender, aunque de manera vaga, que sus “tíos” y “tías” no eran personas comunes. Aun así, para él, esas personas representaban una familia disfuncional, pero familia al fin, y él los miraba con un respeto y cariño que, por primera vez en sus vidas, los hacía sentir valorados de una manera diferente.

Para Jhon, sin embargo, la relación entre Issac y el resto del grupo despertaba una mezcla de sentimientos encontrados. Cada vez que veía al niño hablando con los matones o jugando cerca de las armas, una parte de él se preguntaba si estaba bien permitirle esa vida, una que él mismo había elegido pero que jamás habría deseado para alguien inocente. Sin embargo, una parte más profunda —y más oculta— empezaba a sentirse orgullosa de ver cómo Issac aprendía a adaptarse a la vida en Nova Riven.

Una tarde, Jhon entró al almacén después de una reunión, solo para encontrar a Issac rodeado por algunos de sus compañeros, que reían mientras el niño, emocionado, les mostraba cómo lograba abrir una cerradura que Carla le había prestado.

—Vaya, vaya, parece que el mocoso tiene talento para las manos rápidas —dijo uno de los matones con una risa gutural, mirando a Jhon con complicidad.

Jhon, fingiendo indiferencia, se acercó y se cruzó de brazos, mirando a Issac con una expresión neutral.

—¿Y tú qué haces aquí, mocoso? ¿No tienes nada mejor que hacer que molestar a esta gente? —dijo, aunque en su voz había menos dureza de lo habitual.

Issac levantó la mirada hacia él, con una sonrisa desbordante de orgullo y felicidad.

—Estoy aprendiendo, Jhon. Carla me está enseñando cosas de adultos —respondió, como si eso le diera algún tipo de estatus especial.

Hijos de la calle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora