Capítulo 4

19 9 28
                                    

1

Frank desató la correa de Capu, quién respiraba por el hocico, agitado.

—Ve a tomar agua, anda, a la casa.

Capu acató sus palabras, troto hacia la cabaña de los empleados y oficina de Doña Dalia.

—La pasé bien —expresó contenta Génesis y dio un salto satisfecha.

—Y yo, gracias por dejarnos ir con ustedes, Frank.

La morena sonreía, enseñó unos perfectos dientes blancos. Recién él se dio cuenta que, les faltaban unos centímetros para tocarse.

—No hay de que. Cumplieron lo de ayudarnos.

—Somos de palabra firme —aseguró David—. Fue un paseo interesante, si omitimos la parte de los perros escandalosos.

—Una cosa, si se puede, manten tranquilos a tus primos. Se ve que eres el líder.

El joven corpulento alargó su sonrisa orgullosa.

—Sabes a que raza pertenecemos.

—Lo intuyó —contestó Frank sin indagar demasiado.

—Bien, gracias otra vez. Veremos que hacer por ahí.

David empezó a retirarse, Anikey los despidió con la mano.

—Muy agradable la Anikey. Es guapísima, morena, tiene un cuerpazo y amo como se le ve el cabello.

—Mmm...

—Y su primo —la expresión de Génesis cambió, se mordió el pulgar—. Es un adonis, un bombón. Intente no babear cuando lo veía, él condenado ni volteó a verme.

—Volteó, varias veces.

—¿En serio?

—No te emociones tanto. Tú dijiste que es de La Sierra.

La vampiresa recordó ese detalle, finalmente terminó quitándose los lentes.

—Eso no me detendrá —murmuró su amiga, en sentido de tramar algo—. ¿A donde vamos ahora?

—Con Doña Lucero.

—Ay, es verdad. Estos se fueron sin llevar las bolsas.

—Pero si eres tremendo monstruo, te vi levantar un automóvil una vez.

—La intención Frank, eso es lo importante.

2

Lucero de Villa Cedeño, cocinera del campamento, pertenecía a una raza especial. «Medios», nombre acuñado de «Halfling» o Medianos, por ciertas similitudes; Baja estatura, orejas puntiagudas, ojos grandes. Las diferencias comenzaban en la piel, solían tenerla rosada, amarilla o verde. Tonos muy disimulados, seis dedos y capacidades físicas sobrehumanas.

Los Medios tenían el reconocimiento de lograr construir una próspera villa, donde vivían todas las familias pertenecientes a su especie.

Doña Lucero trabaja aquí cada año. Preparaba tres comidas al día, así fueran cadáveres putrefactos, animales muertos, sangre, puros huesos, ojos humanos. Cumplía esa labor con la firme regla «Si se pasa la hora, te toca cocinar a ti».

—Hey niño. ¿Trajiste todo?

—Claro.

—Que favor me hiciste. Ahora vinieron más crías, muchos no son de comer un puerco recién sacrificado y crudo.

Lucero bajo del banquillo situado cerca de la pulcra barra, adornada de diminutos azulejos cuadrados.
La cocina resultaba cómoda, cálida, reinaba el orden y estaba iluminada por velas.

Aquí en Panteón Verde. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora