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La lluvia salpicaba contra la ventana.

Era un día de tormenta, la lluvia no descansaba y el viento creaba un ruido de fondo en la habitación. Tenía el mentón apoyado sobre una de mis manos y con la otra jugaba con mi pelo, inmensa en mis pensamientos.
Sentada en un sofá de cuero, esperaba impaciente, moviendo la pierna sin descanso.
Miraba a mi alrededor las paredes blancas de la habitación, los cuadros repletos de líneas y un par de plantas para hacer menos siniestro aquel sitio.
Escuché la puerta abrirse, por la que entraba el mayor de mis miedos, la psiquiatra.
Desde lo que me había pasado, encontraba a todo el mundo como enemigos, la confianza se había vuelto algo imposible de ganar y los miedos habían comenzado a dispersarse.
Se acomodó en una silla enfrente mía, cogiendo una de sus libretas en la mano y en el otro un bolígrafo.
Llevaba medio año viniendo, y aún no había dicho una frase entera seguida, no lo conseguía.
-Hola Natalie, ¿cómo te encuentras hoy?- cuestionó.
-Como siempre, bien.
-Has dicho eso en todas las sesiones y aún no lo has demostrado.
Quedé en silencio, no encontraba respuesta, ni tampoco me interesaba.
-Comenzaremos con una pregunta que me interesa que respondas, me ayudaría mucho.
-Te escucho.
-¿Cuál es tu propósito de vida?
-Morir- respondí sin parar a pensarlo.
-Morir- repitió con una mueca.
-El propósito de la vida, es estar preparado para morir- le expliqué.
Después de haber perdido todo, lo ultimo que quería era seguir como si nada, quería acabar como todos, sin vida.
-Bueno... llevas días sin ir a tus clases de piano- comentó la psicóloga.
-Asi es.
-¿Y eso por qué es? sabes las consecuencias que corres si no cumples tus obligaciones, ¿verdad?
-Si, por venir unos días más a donde usted no me preocupa mucho.
-No es eso, te ajustarán la medicación, te reducirán el tiempo de ocio y te subirán de planta, ¿quieres eso?
Este centro tenía a los locos divididos en plantas. La planta baja, en la que me encontraba yo, estaban los tranquilos, los que no necesitaban ser vigilados. En la segunda planta, se encontraban los que necesitaban cierta supervisión, a la que me querían mandar. En la tercera los que sufrían de problemas mentales fuertes y en la cuarta los peligrosos.
-Sigo sin verle problema.
-Yo sólo quiero lo mejor para ti, eres de las chicas más tranquilas de aquí, no lo estropees.
-Adiós, señorita Mckencie.
Dije eso y no espere una respuesta, salí por la puerta como si nada. No temía a sus amenazas, estaba cansada de mi vida. Nadie lograba entenderme, tampoco pretendía que lo hiciesen.
La muerte de mi familia había sido muy traumática, ver sus cuerpos sin vida sobre las hojas secas de los árboles, había sido una mala experiencia.
Añadiendo la muerte de mi novio, a él no lo vi, pero dejó una nota diciendomelo. Recordaba esa nota a la perfección, se despedía diciendo que era un cobarde por tener miedo a seguir adelante, que seguramente vería esa nota cuando él ya no estuviese.
Perderlos me había cambiado la vida. Desde ese día no había vuelto a creer en nada, ni en nadie, solo me creía a mi, a ratos.
En este sitio no hablaba con nadie, salvo con una chica llamada Claire. Ella ingresó aquí por petición de sus padres. Llevaba enganchada a las drogas dos años y aunque nunca había robado un euro, se estaba matando. Comenzaron a notarse sus costillas, comenzó a sufrir ataques de ansiedad y antes de que ocurriese una desgracia la trajeron a este lugar. Nunca le había contado el por qué había ingresado aquí, pero tampoco me lo preguntó. Entendía que me había dejado en este estado y no era un tema que debía tocar.
Al salir de la consulta de la señorita Mckencie, fui hacia la biblioteca. Me gustaba pasar tiempo allí, ya que no había muchos sitios donde invertirlo. Desde pequeña me había gustado mucho la lectura.
Recuerdo cuando mi madre me regaló mi primer libro. Llegó a casa y me lo dió. Yo comencé a pasar las hojas y el olor de nuevo era magnífico. Me acuerdo que la abracé y me tumbé en su regazo, mientras ella me leía las primeras hojas, hasta que me quedé dormida.
Acordarme de esas cosas no eran buenas, provocaban pesadillas y noches sin dormir.

En la biblioteca estábamos sólo un chico encapuchado y yo. El chico llevaba el uniforme de la cuarta planta, lo cual me hizo estremecer. Cogí un libro y me senté enfrente de él. Intenté concentrarme en la lectura, pero se me hacía imposible, notaba su mirada sobre mi y me ponía nerviosa.
Estuve así un par de minutos hasta que estallé.
-¿Se puede sabes que te pasa?- pregunté.
-Estoy leyendo, algo común en una biblioteca- dijo relajado, posando sus ojos verdes sobre los míos.
-Si, ya- respondí sarcástica.
-Tranquila Natalie, no te sientas atacada.
-¿Cómo sabes mi nombre?- cuestioné nerviosa.
-Sé muchas cosas- respondió con una sonrisa en el rostro.
No respondí y pose los ojos en sus manos. Tenía los nudillos rotos y una marca en la palma.
-Eres muy curiosa, ¿no crees?
-Y tu muy enigmático, ¿verdad?
-Puede ser.
-Ya veo -murmuré.
Me levanté y guardé el libro en su estante correspondiente, no quería seguir ahí, ese chico me ponía los pelos de punta.
-¿Te vas ya?- preguntó.
-¿Acaso no lo ves?
-Me voy a acabar acostumbrando a que respondas siempre con otra pregunta.
-Pues que bien.
-Nos veremos pronto, bonita.
-Espero que no- respondí yo.
-Antes de lo que tú piensas.
Fruncí el ceño con sus palabras y salí de allí, aturdida.
Iba tan inmensa en mis pensamientos que no me di cuenta que había chocado con alguien.
-¡Natalie ve con cuidado!- exclamó adolorida Claire.
-Perdón, estaba en mi mundo.
-Ya se ve, ¿me ayudas con física?
Llevaba dándole clases de física desde que se le antojó ser profesora en un futuro. Necesitaba esa materia, y sinceramente era un desastre en ella.
A mi se me daban muy bien, en la secundaria era matrícula de honor. Esperaba hacer un máster, pero pasó eso...
-Si, sin problema- respondí intentado quitar esos momentos de mi cabeza.
Nos sentamos en el escritorio de su habitación, y yo preparé los ejercicios.
Estuvimos dos horas allí y solo le salieron un par de ellos.
Tenía mucha paciencia, ya le había dado clases a mi hermana menor. Ella tenía cinco años cuando ocurrió. A ella le daba clases de lengua, se le había metido en la cabeza que quería aprender a leer y escribir antes de la primaria.
Acabamos poco después y me despedí de ella. Cerré la puerta y sentí que alguien tocaba mi hombro. Giré mi cuerpo y lo ví allí, al chico misterioso de la biblioteca.
-¿Qué haces tú aquí?- grité.
-No grites, que me van a pillar.
-Repito, ¿qué haces aquí?
-Te quería dar las buenas noches, Natalie.
-¿Estás loco?
-Si, sino no estaría aquí.
-Yo no estoy loca.
-Hombre, tienes episodios psicóticos, creo que eso es suficiente para llamarte loca.
-¿Cómo sabes eso?- pregunté alarmada.
-Ya te dije que lo sé todo.
-No sé ni tu nombre y tú ya conoces mi vida ¿o qué?
-Pff, decirlo así suena muy crudo, pero si, algo así.
-¿No me dirás tú nombre?
-Soy Aiden, aunque si preguntas por ahí, soy el asesino.
-Oh, ya me quedo más tranquila - respondí sarcástica.
-Tranquila, a ti no tengo pensado hacerte nada.
-Que honor- rodé los ojos.
-Bueno, buenas noches bonita.
-Buenas noches "asesino"
Dije eso y sonrió, yéndose hacia el ascensor.
Me estaba metiendo en la boca del lobo y no me había dado cuenta.

Sólo tú y yo [EN REVISIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora