Capítulo 8: Ven conmigo

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Irene

Hoy la nieve ya no cae.

Después de prepararme para ir a la universidad salgo hacia la parada de bus con el misterio en el que ayer me dejó Víctor cuando hablamos de lo que dieron en clase desde el único ordenador del pueblo, situado en la casa de la cultura.

Te tengo que contar una cosa, recuerdo sus palabras al otro lado de la pantalla.

En unos minutos el vehículo aparece y me subo dando los buenos días al conductor.

El trayecto dura menos de lo habitual al ir casi desierto y no tener que parar en prácticamente ningún sitio desde mi pueblo hasta la universidad, se me hace bastante corto.

Al llegar al campus busco a mi amigo por los espacios verdes de la facultad de Economía.

—¡Tía no te lo vas a creer! —me asusto al no ver llegar a Víctor por detrás de mí—. ¡Me ha puesto los cuernos! —grita mientras vamos caminando hacia el interior del edificio.

—Buenos días a ti también, amigo.

—Hola, pero no te preocupes lo llevo bien. —continúa con el tema de antes, no está afectado en absoluto. Se le ve bien para acabar de romper con alguien—. Voy a empezar a hablar con el de insta. Migue ya es pasado. Ahora voy a por Matteo.

—Te deseo buena suerte está vez. —hablamos mientras entramos en el edificio que está aún más abarrotado que los jardines.

—Oye. ¿Sabes ya si el nuevo vecino es gay? —los dos nos sentamos en la tercera fila del aula tres. Nos toca matemáticas y se nos da bastante mal por lo que tenemos que atender y lo mejor es estar cerca de la pizarra. —¡Hazme caso!

No le voy a responder, porque no lo sé. No me lo he planteado y además sigo pensando en el día de ayer. ¿Estará bien después de mi imprudente fallo? ¿Habrá vuelto la garrapata rubia?

—No tengo ni idea. —admito cansada de escucharlo. No sé si respondo a mis preguntas o a la suya pero es demasiado temprano para que una persona intensa y extrovertida me atiborre a estímulos. Estoy cansada.

—Da igual, me lo tienes que presentar. —me pide. —Que un día venga hasta aquí, o puedo ir yo y así llevo a Mortadelo a ver a Oreo—. Mortadelo es el gato de Víctor. Se lleva bastante bien con mi samoyedo.

No puedo evitar volver a pensar en lo que pasó ayer después de mi error en su casa. ¿Estará realmente bien?

—Qué piensas? —dice mi amigo sacándome de mis pensamientos— ¿Estás pensando en él? —se emociona como si fuera una novela de la vida real.

—Es que creo que ayer la cagué un poco en su casa.

—¿La cagaste? ¿En su casa? —pregunta confundido.

Los alumnos poco a poco se van acomodando en las mesas a medida que van entrando. Aún quedan unos minutos para que empiecen las clases, tengo tiempo para explicárselo y contarle mis preocupaciones.

—Ayer fui a ver que tal estaba porque el día que nos conocimos actuó extraño y como no podía venir a clase no tenía nada más que hacer. Me ofrecieron una taza de chocolate y esperé a que se despertara en el comedor. —le explico evitando nombrar el momento en el que analicé cada vello de su cara mientras que dormía, aún recuerdo un mini lunar en su nariz.

—Cuando bajó me sorprendí bastante. Daan no puede caminar. —Víctor abre los ojos sorprendido. —Él no se dio cuenta de que estaba allí hasta después de un rato y parecía algo incómodo con que yo lo viera. Íbamos a ir a hablar a su cuarto, porque el otro día me echó de casa por ese problema pero vino una chica y le acompañé al gimnasio. Empezaron a hacer ejercicios y luego ella recibió una llamada urgente. —hablo más rápido para que me dé tiempo a terminar—. Se marchó y Daan siguió haciendo los ejercicios él solo. Me pidió ayuda para un ejercicio complicado. Yo solo tenía que asegurarme de que no cayera y fallé. —Víctor sigue sorprendido y solo mantiene la boca abierta.

Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora