Capítulo 12: Para poder conectarnos

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Irene

Hablar con Víctor siempre me relaja. Además de divertirme con sus aventuras amorosas que literalmente no paran, puedo contar con él para desahogarme de cualquier cosa que me importe o inquiete y eso es genial.

Por teléfono y asegurándome de que la nana esté bien lejos y no me escuche hablar, le cuento sobre la conversación que tuve ayer con el padre de Daan, centrándome en las clases particulares que se había ofrecido a darme en caso de que lo necesitara. Víctor me dice que está celoso porque mi "suegro" está contento conmigo y me apoya en mis estudios al contrario del suyo que —según él— ni siquiera apoya a su hijo por ser gay. 

Una tontería mayúscula porque Eduardo no es mi suegro, ni lo será. Y ese hombre tiene que darse cuenta de que vive en el siglo veintiuno y no en la prehistoria.

Luego le hablo de lo que dijeron los padres de Daan justo después: que él también sabe de ADE. 

Me sorprendió y se lo cuento todo como lo viví.

Por algún motivo el hijo de la pareja Jansen no me quiere contar nada personal, nada que estreche un poquito más nuestra relación, eso me molesta. Quiero llevarme bien con él. Algo en mi interior busca saber todo y agh... no sé. Igual soy yo la que se está ilusionando y él no quiere ser mi amigo. Él ni siquiera está aquí porque quiera, ya me lo dijo. Es una obligación impuesta por los padres. 

También hablamos de la confusión con mi teléfono móvil —que no existe— y nombro por alto que antes fue nadador y le he pedido unas clases de iniciación para que vuelva a la piscina.

—¡Tía, pero ve ya! —Víctor no aguanta su alegría y algo de morbo—. O sea te ha ofrecido clases de natación y él es nadador. ¡Ojalá pudiera ver las onzas de chocolate de un nadador tan de cerca! ¡Y la espalda! —fantasea—. Te envidio, amiga.

—¡Víctor! Por favor qué vergüenza. Ya te he dicho que lo hago para que vuelva a nadar. Dijo su padre que ya no lo hacía.

—Ya claro y a mí me gustan las mujeres, no te jode. —se ríe y yo desisto, no le voy a convencer—. Chica, cuéntame cómo son tus bañadores. ¡Tienes que ir como una diosa!

—Como quieras, te llamo en dos minutos. Subo a por los bañadores que tengo y bajo. —Cuelgo la llamada y subo hasta mi cuarto para buscar todas mis opciones. 

Encuentro cuatro en un cajón perdido por el fondo del armario —en diciembre ya no los uso y ocupo el cajón en el que suelen están en verano para meter guantes, gorros y bufandas—, cierro el armario y la puerta de la habitación y bajo a la entrada. El teléfono fijo se encuentra allí esperando a que llame a mi amigo de vuelta.

—¿Los tienes? —mi amigo responde al segundo toque.

— Sí. A ver, el primero es negro de tira* fina. Liso, sin estampado. —lo pongo a un lado cuando él me dice que no—. Tengo otro de flores, así como tropical, la tira es gruesa. También tengo uno que pone brave, es azul y rosa fuerte. —¿No tienes alguno más? 

—La última opción es uno negro hasta justo debajo del pecho y la parte de arriba es rosa palo. Con los tirantes cruzados. ¿Cuál prefieres?

—¿El negro y rosa es el que llevaste a mi casa? —sin estar muy segura afirmo—. Lleva ese estabas super sexy. Todos los tíos te miraban, ¡me dabas envidia!

—Muy bien, ya tengo bañador. ¿Ahora que tengo que hacer señor cupido? —me burlo de mi amigo y espero a sus siguientes palabras.

—Lo que tienes que hacer es ponerte ese trozo de tela. Asegurarte de meter tripa y sacar culo e ir como la diva que eres a la casa de tu novio que aún no sabe que es tu novio. —me río por no llorar y le cuento que ya voy a colgar—. Espera loca, mientras que disfrutas acuérdate de los pobres. Yo también te quiero. —Finge tristeza en su voz y me despido de él. Dejo el teléfono en su sitio y subo a cambiarme. 

Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora