Heartaches

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Quackity había vivido una vida demasiado corta, lo sabía, tenía solamente 2 décadas en aquel mundo; pero en la duración de esos 20 años el chico tuvo tantas experiencias que no se preocupaba tanto por el futuro que le había sido arrebatado. 

Una parte de el temía sobre lo que habría después de la bala que atravesaría su corazón; pero eso ya sería un problema del Quackity futuro, por el momento el chico solamente podía esperar a que el alcalde acabara su discurso que parecía no tener ningún fin, a lo mejor estaba intentando atrasar lo que él mismo ocasionó. 

Los ojos del pato habían analizado a el público que se encontraba frente a el, todos esperando su final con ansias, algunos se les notaba con miedo; pero la gran mayoría parecían no poder esperar a el gran espectáculo que se les había prometido durante toda la semana. 

Antes de llegar a aquella plataforma el pato había sido preguntado si tenía algún último deseo que se pudiese completar con facilidad, el chico entregó una carta y ordenó que se le diera dicho papel al oso que seguramente se encontraba escondido entre el público, sabía que los secuaces probablemente iban a leer las palabras que él había escrito para el peliblanco en específico; pero no podía hacer nada por ello, solamente podía confiar en que su último deseo sería respetado. 

El pato creyó haber visto a varios de sus compañeros que se encontraban dentro del público,  divisó a aquel enderman que le había visitado al principio de su condena, también notó la falta de aquel druida que había confesado las razones de muerte que el mexicano siempre sufría; pero el moreno no pudo ver al oso de pelo teñido, cosa que le calmaba, no quería que viera su muerte. 

Aunque el chico sabía que el otro se encontraba allí, escondido entre el público, esperando el momento en que el de gorro hiciera algún tipo de señal para poder intervenir, Quackity lo conocía muy bien, sabía que haría todo lo posible por salvarlo de algo que no tenía que ser salvado, de algo que no quería ser salvado. 

El alcalde terminó su discurso, comentando que el moreno podía dar unas últimas palabras hacia el pueblo si así él lo quería, los ojos color carmesí del hombre se postraron sobre el chico, no importaba cuantas veces lo había notado, la falta de aquel brillo tan particular que el español solía tener seguía afectando a Quackity. 

El mexicano soltó un fuerte suspiro y caminó lentamente hacia el micrófono para así poder dar el último discurso, intentar resumir todo aquello que pensaba en unas pocas palabras, tratar de sintetizar todas las reflexiones que había tenido en aquella semana que había sido tan ajetreada. Sabía que jamás podría decirlo todo, sabía que se arrepentiría de callarse algunas cosas; pero aquello no le iba a afectar durante mucho tiempo. 

Quackity se encontraba ahora frente al micrófono, el sol le pegaba directamente haciendo que se encontrase incómodo ante sus rayos que se sentían tan violentos, hubiera tomado dicho micrófono con sus manos; pero estas se encontraban atadas detrás de su espalda y no podía hacer mucho para solucionar aquello, por lo cual se dispuso a acercarse un poco más para así poder asegurar que todos en el pueblo escucharan todo lo que tenía que decir. 

"Gente de Karmaland" Su voz sonaba ronca, hueca, no era aquel tono tan característico que solía tener. "Gracias por todo lo que me han dado, gracias a todos los que algún día he considerado amigos y gracias a todos aquellos que creyeron en mí" El pueblo se encontraba totalmente callado, estaban escuchando a un muerto viviente. "El día de hoy ustedes podrán presenciar mi muerte anunciada; pero tomen este suceso como un símbolo de libertad, tomen mi asesinato por parte del gobierno como un perdón a todos aquellos que perdieron su vida en el campo de batalla y más que nada, tomen mi muerte como un llamado a defender la democracia que ha sido destruida en este pueblo."

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