Llovían lágrimas de mis ojos, que caían en aquel manto blanco, derritiéndolo a cada gota.
El dolor que llevaba por dentro crecía más y una angustia me invadía poco a poco, haciendo que aquel momento se convirtiera en un mal recuerdo que fuera difícil de olvidar.
Se me empezaron a cansar los ojos y no podía ver con claridad lo que pasaba. Notaba el frío de la nieve, la blancura que me abrazaba, que se extendía por todo mi cuerpo, y podía ver cómo mi sangre se mezclaba con ella.
Me sentía completamente sin fuerzas. Mis oídos solo podían percibir el choque de cada espada y aunque sabia que ya no pertenecería a este mundo, la guerra no había terminado.
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