UNO

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Rodrigo Carrera. La puta madre, como odio a ese pibe. Odio que cada día de su vida llegue a quejarse de las grandes cosas (por no decir desgracias) que suceden en su estúpida vida. Es estresante. Habla, habla, y habla. Se queja del clima, del chico que le gusta, se queja de que no le hace caso y... Lo quiero ahorcar.

Cómo justo ahora que está sentado a mí lado, a la vez que estoy dándome de golpes en mis manos. El de caballos castaños está hablando del por qué el chico que le gusta tendría que darle bola. Te juro que me chupa un huevo.

—Él ni siquiera me mira.

Me pregunto, ¿A lo mejor ese chico podría hacerlo callar? También me cuestiono si siquiera le habla.

—¿Al menos le hablás?

Él me mira anonadado. Nunca le había contestado a una de sus preguntas, más que preguntas, nunca le respondí. Aseguraba que apenas conocía mí voz. Nunca me daban ganas de contestarle porque solo sería entrometerme más.

—¿Qué?— él me mira y se cohibe. —Bueno, sí.

—Él te tiene que hacer callar.

—Dale... Vos no creés que hablo tanto...— me observa de nuevo y regresa la vista al frente. —¿O sí?

Suelto una risa amarga y junto ambas de mis manos. A mí lado está Lionel leyendo un libro de la materia, intentando ignorar a la vez al chico que está a mí lado, y Rodrigo solamente tiene miedo de lo que vaya a responder.

Sería un buen momento para decirle que lo odio, que esperaba que se llevara la materia de artes de la que me culpaba por no prestar atención; que quería que se le cayera el sanguche que se comía cada mañana de igual manera. Nunca cambiaba. ¡No lo entiendo! Pero, me resigno a no ser tan malo.

—Sí, eso creo, Rodrigo.

—Uh, ¡sos re malo!— siento un manotazo en mí hombro. Sé que viene de nuevo su gran show y veo a Lío ponerse de pie.

Le pregunto con la mirada del porqué de dejarme en la guerra solo. Siento  miedo del abandono y poco apoyo que voy a tener.

—He estado suficientes veces desayunando con ustedes como para saber qué sigue— habla serio. Cruza las piernas del banco rojo y sonríe. —Además, tengo que devolver el libro.

—¿Qué sigue?— pregunta Rodrigo. El mayor rueda los ojos y me hace un puchero diciendo "suerte". Me giro a ver a Rodrigo y recargo mí mentón en la palma de mí mano. —¡Claro! Ustedes piensan que yo hablo, y hablo, y hablo, ¿no? Oh, sí. Los pibes como ustedes nunca entienden todo esto. Solo miran por...

Me mantengo al tanto de lo que sea que esté detrás de su mirada. ¿Por qué sigo aguantando? ¿Por qué no simplemente me pongo de pie y le digo que deje de joder tanto?

—¡Vos sos malo conmigo? Sólo hablás para decirme cosas feas, ah. ¡Iván casi puedo jurar que te odio!

También lo odio. ¿Por qué no le digo que lo odio? ¿Por qué sigo sentado aguantando que me de golpes en el hombro?

—¡¿Ves? Ni siquiera me prestás puta atención!

Quizá hasta te presto más "puta" atención que a cualquiera que esté en este lugar. Y no sé por qué. ¿Me podés decir vos?

—Cuidá tu vocabulario— menciono vagando fugazmente la mirada en él.

—No me vengás con esas cagadas, ¡¿Por qué sos así, la puta madre?!

Le detengo de una buena vez la vista a los ojos y sonrío falso. ¿Por qué no me voy y ya? ¿Por qué sigo siendo un tarado?

—Los chicos que hablan así no se ven bonitos, ¿Entendés, Hablador?

—¡Dejá de molestarme! Te escuché hablar así, no podés decirme nada. Ah, entiendo, sos de esos chicos— comienza de nuevo. Intentó ahogar una sonrisa en el fondo. —No soy hablador, yo simplemente expreso lo... ¡Dejá de reírte!

Observo bien su cara, está con la mirada fija en algún punto del recinto, quejándose de lo que no me importa. En un momento ya está hablando de lo que le dije. Bien, él pudo interpretar que le dije que estaba "lindo". Sus cejas se juntan porque está enojado y sus labios largos se mueven junto a sus manos. La piel sobre su cuerpo tiene un brillo aquella mañana y su remera amarilla solamente lo hace ver más brioso.

—Iván, prestame atención... ¡Yo soy tu amigo y nunca me prestás atención!

¿Por qué no te callas, Rodri? ¿Por qué no mejor te vas vos?

Bien. Estoy delirando.

—Rodrigo... Rodrigo— él sigue y sigue. Me dan ganas de sonreír pero no, no puedo. —¡Rodrigo!

Él me mira.

—¿Qué?

Por primera vez me presta atención en, que se yo. Tanto tiempo que espere este maldito día, sí. Por fin le voy a decir todo, le voy a decir que lo odio. Que lo odiaba tanto que... No sé, ¡que lo odiaba! Y él por fin se iría con sus amigos, yo me quedaría con los míos. Y nunca más lo iba a ver de nuevo.

Ah, pero no.

—Callate.

Sus cejas se juntan. Sé que sigue, lo sé perfectamente.

—¿Callarme? ¡Callate vos! ¡Dejame hablar, vos siempre hacés tus cosas, y siempre querés decirme qué hacer o qué no!— está enojado. —No, no Iván. Pará de ser así, pará, ¡casi te odio!

¿Por qué, Rodrigo?

Planto un beso en sus labios. Él se mantiene estático, no se mueve. No hace nada. Sus manos se aferran a mí remera cuando yo estoy aferrado a sus hombros. En unos pocos segundos me separo de él.

—Callate, ¿Sí?

¿Por qué me gustas, Rodrigo?

𝐂𝐀𝐋𝐋𝐀𝐓𝐄 » rodrivan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora