13: Los ojos verdes del señor de la figura indefinida.

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Maratón 1/3

Londres, 17 de octubre de 1814

Justo cuando los dos enmascarados salieron del edificio, dejaron a sus espaldas ese edificio, ahora consumido por el fuego y dejando caer del aire grandes trozos de escombros de la fábrica de cerveza, reduciéndola en cenizas. En sus manos, el mayor botín que habían conseguido en todo el año, ahora era suyo y de nadie más. No pensaban que realmente iban a ser los ladrones más buscados en Londres en los últimos meses.

Algo les desconcentró de su plan. Momentáneamente, oyeron campanas acercarse hacia el edificio mientras que sonaban. Decidieron huir, pero no sin coger su recompensa, que se encontraba en el suelo. Empezaron a huir hacia el oeste de la ciudad; se metieron en recintos privados, saltaron las vallas de una obra y corrieron a través de un túnel subterráneo secreto hasta llegar a la alcantarilla de un jardín lleno de césped hermoso y verde. Desde las rejillas de la alcantarilla, pudieron alcanzar a ver una fachada hermosa, con decoraciones azules cian y blancas.

Entonces sabieron que estaban a salvo.

Levantaron lentamente el trozo de metal y asomaron la cabeza mirando de un lado a otro. Finalmente, salieron del subsuelo al exterior con el maletín en la mano de uno de los enmascarados. Después, se acercaron a uno de los pilares y, con unas cuerdas, empezaron a escalarlo hasta llegar a un balcón escondido detrás del edificio. Allí, entraron a lo que parecían unos pasillos ocultos de madera y llenos de escombros. Caminaron rápidamente por ellos hasta encontrar una pequeña sala, con unos pocos muebles, como sillones recubiertos de telas antiguas y cogines viejos. En el suelo habían varias alfombras de distintos tonos de colores, algunos complementarios y otros del mismo color pero en distinta saturación. En una esquina, había un amplio armario de madera oscura, tallado con flores de distintas especies y, en las esquinas de las puertas del armario, también se podían ver pequeños cuervos en pleno vuelo.

Una de las personas abrió las puertas para, luego, empezar a quitarse su vestimenta negra y colgarla en un maniquí pintado con flores y plantas.

El otro enmascarado, con el maletín en las manos, lo posó en uno de los sillones e hizo exactamente lo mismo que su compañero. Empezó a quitarse su vestimenta negra y gótica, primero por sus botines negros y altos.

Finalmente, la primera persona acabó con su máscara, que era similar a la calavera de un cuervo pero, en los costados, diminutas flores azul de prussia se asomaban pintadas por los extremos de la máscara blanca. Debajo de ella, dos angelicales ojos azules y cristalinos fueron descubiertos antes del resto del rostro del juvenil chico. Sus cabellos, tan largos que llegaban hasta sus caderas, se condulaban reflejando su belleza con los rayos de sol que se colaban entre los huecos de las ventanas tapadas por dentro con paneles de madera. El joven rubio, debajo de esas oscuras, fúnebres y solemnes prendas, vestía una valiosa y blanca camisa debajo de su grisaceo chaleco de lino. No llevaba nada cubriendo sus pies que, aunque normalmente llevaba chanclas de cuero, en eventos formales debía de llevar zapatos bien atados de cuero.

Su compañero, acto seguido de quitarse su máscara de jabalí mismamente decorada como la de su compañero, dejó al descubierto hermosos y espléndidos cabellos rojizos que se prolongaban diminuyéndose hasta su cuello. Sus ojos, rojos como la sangre pura, eran delicadamente caídos y alargados reflejándose con los rayos de luz. Su mirada, feroz como la de un león, reflejaba el odio por la humanidad que sentía, como si se tratase de que él fuese totalmente diferente al resto de personas. La piel de su rostro era tán pálida como la tez de los vampiros, que parecían perlas valiosas colgadas del cuello de una dama. Los únicos tonos de color en su rostro eran sus rosas y pálidos labios. El grisaceo de su piel se extendía por todo su cuerpo, volviéndose extremadamente blanco en los dedos de sus manos. En estas, múltiples rasguños y arañazos se veían debido a la exagerada práctica con espadas y cuchillas y, en la parte baja de su cuello, se ocultaba bajo los ropajes una pequeña y delicada cicatriz horizontal acompañada de un colgante de oro, en el que se veía una pequeña esmeralda llamativa.

𝐃𝐢𝐞 𝐎𝐧 𝐖𝐚𝐫 ||| 𝐃𝐫𝐞𝐚𝐦 𝐒𝐦𝐩 𝐅𝐚𝐧𝐟𝐢𝐜𝐭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora