03 ;; galvanizar

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Amelia cumplió su promesa, el día siguiente a las 10:35 estaba en la puerta de la casa de los Tate. Su hermano la había llevado y esperado a verla entrar. El señor Tate había guardado todas las armas, trampas y posibles daños que las chicas pudiesen encontrar.

—Muchas gracias por dejarme venir a su casa, señor Tate. 

—No es molestia —murmuró, suspirando mientras la llevaba a la habitación de Malia—. Le caíste bien, y necesita ayuda femenina, eso es seguro. Gracias a ti.

El hombre le dio un intento de sonrisa y golpeó la puerta, abriéndola segundos después. Malia los miraba fijamente desde la cama, con poca actitud humana y gran actitud animal. 

—Malia, soy Amelia. ¿Me recuerdas? 

La chica se levantó, olfateó suavemente y se pegó a Amelia. El señor Tate frunció un poco el ceño, pero lo dejo pasar mientras las dejaba solas. La mujer coyote frotó su cara contra su cuello y hombro una vez que su padre se largó, intentando ocultar el olor a lobo. 

Se olvidaba lo posesivos que podían ser los animales. Le pasaba todo el tiempo; Scott e Isaac tenían una tonta pelea de quien podía dejar más su olor en Amelia, cosa que tenía a la chica con la nariz arrugada todo el tiempo; Malia ahora se sumaba a la lista, queriendo ocultar el aroma de los lobos. 

—¿Cómo estás? ¿Pudiste dormir? —preguntó. Malia soltó un gruñido, que entendió como un sí. Luego de unos segundos, se alejó satisfecha—. He traído regalos.

Le mostró el bolso negro, dejándolo encima de la cama para abrirlo. Había traído ropa, productos para la menstruación (el señor Tate ya había arreglado una cita en el hospital, para hacerle un chequeo médico a su hija), libros, y maquillaje. 

Durante dos horas y media, Amelia le enseñó a Malia alguna que otra palabra medio difícil, oraciones para poder mantener una conversación, y un poco de lectura. La hora siguiente a esas, se probó toda la ropa; descartaron la que no le gustaba y la que no le entraba, y guardaron los productos en el cajón del baño. 

El maquillaje fue una experiencia totalmente nueva, pero fue abrir un mundo nuevo para Malia. No sabía quedarse quieta, y miraba con ojos de ciervo a Amelia. La bruja reía suavemente y procuraba que el maquillaje no se corriera. 

—Herida.

—¿Qué? —preguntó confundida, agarrando el rímel.

—Herida —señaló las cicatrices de su cuello.

—Ah —suspiró—, tuve encuentros feos con personas.. malas. Son cicatrices. 

—Cicatrices —repitió—. ¿Más?

—Sí, tengo muchas más —asintió—. Cierra las ojos, Mal.

—¿Mal? ¿Mala? —cuestionó, su tono aumentando en preocupación.

𝐦𝐞𝐫𝐚𝐤𝐢, stiles stilinskiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora