Tú me recuerdas un poema que no logro
recordar una canción que nunca existió
y un lugar al que jamás habría ido.
INTERIOR-NOCHE
Música de Sex Pistols.
Me llaman Rep —diminutivo de reptil— desde que recuerdo. Mido seis pies y peso ochenta y un kilos (Como los cowboys de Marcial Lafuente Estefanía), tengo ojos negros y hundidos como agujeros de escopeta a punto de disparar, la boca sensual y una verga de 25 centímetros en los días calurosos. No soy eyaculador precoz ni suelo tener mal aliento, me gusta cortarme las uñas hasta hacerlas sangrar, tengo huellas de acné en la cara y el culo, unos dientes fuertes y el olor natural de mi piel es fascinante. Para la eficaz e inolvidable sacudida que toda mujer sueña, soy el tipo indicado. También me destaco bebiendo. No sé bailar ni cantar, pero si los que saben hacer esas cosas pudieran hacerlo como yo, estarían en la cima. Mis amigos piensan que soy la verga herida, mis enemigos que soy un fantoche. A y B son opiniones acertadas, aunque ya sabrán cuál prefiero. Soy heterosexual y mi inteligencia es feroz. He recibido heridas de bala, cuchillo y objetos no identificados. Jamás he matado a nadie pero he dejado a muchos al borde de la muerte física o espiritual. No es bueno meterse conmigo. Mi corazón es dentado como esquirlas de explosión. No me gusta la gente quejumbrosas ni las madres que golpean a sus hijos. Existe una bella mujer llamada Nilda que me encanta.
Este es un cuarto pequeño pintado de negro. En las paredes hay afiches de Teo Monk, Sócrates y Morrison. Hay fotografías de Ma-pi, Adriana Cadavid y Uma Thurman. Las persianas están cubiertas de una delgada capa de polvo donde a veces escribo nombres y teléfonos porque me divierte ver cómo el polvo los borra. Si sobreviven tres días es mala señal y entonces los borro yo mismo. Siempre hay mujeres rondando por aquí y si tengo ganas o algún especial interés les pongo el aceite a punto. Algunos dicen que soy cruel, sin embargo, jamás mato a una cucaracha si no es necesario. Tengo una grabadora, libros, abanico, cama, máquina de escribir y un cenicero para las visitas.
El tipo que canta se llama Sid Vicious, un demente de la peor calaña. La mujer que amó se llamaba Nancy Spungen: juntos trataron de hacer lo mejor posible, romper los duros bordes de la realidad y para eso tiraron con saña, se taparon la crisma con todo tipo de drogas, vomitaron su rabia en hoteles malolientes. Hicieron valer —en todo sentido— su libertad en un mundo de muñones caminantes. Quisieron robar un pequeño espacio de vida en el reino de la muerte. Vivieron como ángeles infernales y cayeron como perros callejeros. Nancy sostuvo una dulce sonrisa mientras Sid hundía el cuchillo en su pecho catorce veces. Gary Oldman interpretó a Sid en un film de Alex Cox pero Oldman no estuvo a la altura, era un caguetas, ¿Alguna vez has visto un caguetas? Yo sí, justo cuando estuve enamorado de cierta chica pero ella no era como Nancy, ella era blanda como un flan y terminó casándose con otro flan y tuvieron flancitos. Ella quería ser actriz pero con su blanda personalidad no habría podido interpretar ni una voz en off. Sentados en la playa mirábamos la luna y yo le inventaba con palabras un reino de duendes alucinados y castillos medievales, gastaba el poder de mi mente en ella, una mujercita que usaba la cabeza para separar las orejas, adentro solo había piojos de ratón enfermo. Sid era el alma de los Sex Pistols pero cuando lo enterraron vino otro hijo de perra y la fiesta siguió tal cual. En realidad se trataba de unos escolares tratando de ser malos pero se les olvidó que los malos no cantan ni bailan. La gente que tiene pelos en el corazón y piensa mucho antes de dormirse jamás consigue ser mala. Sid habría podido serlo pero meneaba el trasero con verdadera gracia y eso es un imperdonable desliz.
No digo que soy malo pero digo ten cuidado. Soy de una raza indómita, que se mueve rápido, esa clase de seres que deja a su paso un rastro de ansia. Ya no digo mentiras porque perdí la imaginación pero no hay nada que sea confiables en mis verdades. Abro los ojos y miro el cielo raso. Eso me da ganas de pensar. Pienso echado muchas horas. No siempre fue así, como Sid y Nancy, yo también traté de llegar a tiempo para la cena pero las vallas publicitarias y las señales de tránsito fueron pudriéndome la sangre. Mamá venía cada noche a revisar mi sueño: primero me quitaba el libro de las manos, luego me arropaba bien, me bendecía dos veces, apagaba la luz y se iba sin hacer el menor ruido. Como Sid y Nancy, yo también adiviné formas en las nubes y no siempre fueron agradables. Como ellos, me aburrí viendo desfilar hediondos profesores y bandas de guerra mientras al fondo soltaban feroces escupitajos y pedos entrecortados. Entonces salté por la ventana y pisé el acelerador a fondo, entré en contacto con el pasto y las libélulas, y luego ya no hubo pasto sino un tictac prometedor, un brusco amago de música y otros que como yo buscaban la comba al palo.
*** ¿Alguien tiene alguna sugerencia sobre cada cuánto suba capítulos? :)
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Érase una vez el amor pero tuve que matarlo.
Novela JuvenilEnvolverá tu infernal y realista vida.