ANILLO

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DANDARA

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DANDARA

Hago una mueca, de molestia. Un dolor punzante en mi cabeza, me hace analizar que estar acostada es un buen plan. Pero me sigo convenciendo que no debo descansar, hasta por lo menos saber lo que se hará con Fernanda. No tengo información al respecto. Quizá se la lleven al clan dolor o tengan la intención de pedir un monto de dinero por su rescate. Esto último lo veo poco probable, ya que, la rebelión espera. No hay que perder más tiempo del que hemos perdido durante mil años.

Subo las escaleras hacia la oficina de reuniones. Solo deseo no encontrarme con Alex, porque ella me enviará de vuelta y ni siquiera podré protestar. A veces odio obedecer órdenes absurdas, más en este momento. Quiero estar ahí.

Dejo mi cuerpo caer sobre la muralla potente y gruesa. Debo recuperar el aliento. Mi corazón es una bomba amenazando con explotar. Inhalo y exhalo. Odio ver lo débil que estoy físicamente. Bueno, añado el hecho de no ser una soldado altamente entrenada. Lo máximo que he subido, son los escalones que llevan a mi habitación en la torre y es una distancia relativamente corta. Retomo la subida.

Pienso en la condición del reino actualmente. Con la muerte de la reina y el secuestro de Fernanda. Un escenario negativo para la realeza, en especial para Armida. El verdadero objetivo. Debilitar emocionalmente a la estratega del ejército. Hacerle recordar que es humana al igual que nosotros, que también puede sufrir y sangrar. Que mejor manera de quitarle a su prometida, debe estar desecha.

Llego al primer piso, los vehículos parecen haber llegado sin contratiempos. El plan de Estela, ha sido inteligente. La mujer que ha llegado a ser representante, siempre demuestra por qué lo es. Escucho murmullos en la oficina, pero antes de llegar, me encuentro con mi compañero de misión. Su brazo permanece pegado a su pecho, su hombro está inmovilizado. 

—Creí que Alex te recomendaría quedarte en reposo —comenta. Sus ojos verdosos demuestran cansancio.

—Pues yo también pensé que te diría lo mismo a ti —señalo su hombro y brazo.

Él hace una mueca de dolor.

—Lo hizo, pero la curiosidad es más grande.

Asiento. En su caso es el instinto curioso que tiene. En el mío es el saber, estar ahí. Creo que si no lo veo con mis propios ojos, no lo creeré.

—Entonces, debemos apresurarnos. Quizá ya empezaron —digo.

Ambos caminamos más cerca de la oficina.

— ¿Esperaremos las ordenes de Cataldo? —pregunta. Al parecer es Evan.

Unos segundos de incertidumbre.

—Sí, conforme se planeó —es la voz de Alex —. Estela envió un grupo con la información de que teníamos a Fernanda. Volverán en un día.

—Deberíamos haber recibido una orden antes de secuestrarla.

La maldición de los caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora