DIVISION

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La vida de la nación entera está en tus manos y lo primero que haces, es guiarla directamente hacia la muerte.

Ya no quiero seguir repitiendo esa oración en mi cabeza. Deseo que se quede en silencio. No quiero pensamientos o emociones. Solo quiero calma. Y ojalá la consiguiera, pero, lo acontecimientos ocurridos lo evitan.

Llevo encerrado en la oficina real por demasiados minutos, exasperantes. El caos yace afuera de la puerta y me aterra ver de nuevo las miradas avergonzadas y decepcionadas, en las personas que más estimo.

El peor de los escenarios. Nunca lo imaginé. Ahora debo enfrentar la realidad. Y debo comenzar en este momento, cuando siento que golpean con desenfreno la puerta. Percibo la ira del sujeto que permanece al otro lado. Aun así, me levanto de la silla y abro.

— ¿Así es como solucionarás el caos? ¿Escondiéndote, como siempre?

No, hermana. Solo necesito asimilar y aceptar lo que acaba de suceder. Y también me ayudo a controlarme. El príncipe heredero no puede tener un ataque de ansiedad frente a todos. Sobre todo en estas circunstancias, donde envíe a la nación directo a la muerte.

Guardo mis palabras, mientras ella ingresa con desenfreno.

—Armida, por favor. Sal de aquí —hablo con detenimiento, midiendo mis palabras.

Ella niega. Su expresión es seria y enfadada.

— ¿Sabes cuantos muertos hay?

Una información que muy pronto me rebelará el consejo.

—Te lo vuelvo a repetir, por favor. Sal de aquí.

— ¿Has pensado si quiera en sus familias?

—Desde que escuché la explosión.

—No lo parece.

Me quedo estático. No creo que mi rostro o mis acciones demuestren que el sufrimiento de mis ciudadanos, no me afecte.

—Por supuesto que me duele, Armida. Más de lo piensas —el tono de mi voz se eleva. Intento controlarme —. Tus palabras se repiten en mi cabeza una y otra vez. Y es porque estás en lo correcto. Envié a la nación directo a la muerte.

—Pues enmienda tu error, Archibeld.

— ¿Cómo?

—Devuelve el ataque. Ya sabes que ellos no se detendrán.

Espero que ella no encuentre la ubicación exacta de los caídos. Porque si lo hace, destruirá todo en un día. Armida es así. Y no quiero que la desesperación por encontrar a Fernanda, la siga cegando de esta manera.

—Jamás lo haré —añado, tajantemente —. Velaré por la seguridad de aquellos que aún puedo proteger y eso incluye a Calíope, Gustav y Fernanda.

La maldición de los caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora