-Vale. Patinar sabes, enronces, ¿quieres hacer giros, saltos y esas cosas?- Me pregunta Martín.
-Sí.- Le digo.
-Pues vamos allá.
Después de una hora (creo) sé como hacer algunos trucos.
-Muy bien.- Me dice Martín.- Aprendes rápido.
-Gracias.- Le contesto sonriéndole.
Nos sentamos en un banco. Él saca de su mochila una bebida. Es una Monster.
-¿Quieres una?- Me pregunta.
-No, gracias.- Le contesto.
-¿Nunca las has probado?- Me pregunta mirando la lata.
-No, la verdad.- Le contesto tímidamente.
-Bueno, si quieres una me la pides.
De pronto se forma un silencio. Solo se oyen las gaviotas y el sonido de las ruedas de los monopatines de los chicos, chocar sobre es suelo.
Decido romper el silencio.
-Oye, a ti, ¿quién te enseñó a montar en el monopatín?
-Mi hermano. Cuando él tenía 15 años era el mejor del barrio. Se le daba genial. Yo debía de tener 10 años. Por aquel entonces quería ser como él. No le importaban las normas, era libre y expresaba esa libertad patinando. Me enseñó de muy pequeño, me regaló mi primer monopatín cuando yo tenía 12 años.- Me dice con aire melancólico.- A mi madre nunca le gustó que yo siguiera a mi hermano en su urbana vida. No le gustaba que llegara a ser como él. No sacaba buenas notas, había tenido algún percance con la policía...
-Entiendo.- Le contesto.
-Bueno... mi hermano murió cuando yo cumplí los 14 años.- Comienza a decir muy triste.- Él iba con el monopatín por la carretera, vino un coche y, ya te puedes imaginar.
Sus ojos se llenan de lágrimas, lágrimas atrapadas en los párpados, que no salen.
-Lo siento mucho Martín.- Le digo.- No lo sabía.
-Ya lo sé.- Me contesta.- Tranquila.
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Te prohibo enamorarte de mí
RomanceSiempre sentí que mi vida era aburrida. No destacaba en clase y tenía mi grupo de amigas. Aún así, me gustaba estar sola, escribiendo o leyendo alguna novela. Pero todo cambió un día. Exactamente un lunes.