Mi nombre es Eden, aunque su relevancia en esta historia es tan solo el significado que queramos dar a una etiqueta social.
Digamos que no soy nadie. Una mota de polvo entre los escombros de una casa derruida, un punto en mitad de un cuadro de estilo puntillista, una gota de agua que surca sin censura las turbias aguas de un rio. Formo parte de la especia humana, cuyos aires de grandeza determinan la pureza de nuestra existencia.
Mi relato no es un mar de palabras plasmadas en una hoja en blanco. Verán ustedes que tan solo es una historia más entre millones. Un conjunto, cuya estructura es una serie de experiencias vividas según son recordadas. Una intención de guardar en estas palabras, cada ápice de lo que mi mente sopesa y recuerda.
Son días alternos, días vividos, días que unidos forman un semblante. Su trascendencia objeta ciertos juicios de valor, y una visión objetiva de la identidad de los valores que imperan en nuestro mundo.
Soy un hombre que está cansado, cansado de ver fluctuar las vidas en manos de otros, de ver que la decisión de una persona es tomada a la ligera, y que tiene un imperante significado cuando salvaguarda al que presta la ayuda.
Bien mis apremiantes lectores, voy a situarles en un espacio-temporal para que su imaginación vague por este lugar.
Esta historia comienza en una ciudad situada en la costa mediterránea de la península ibérica, su nombre: Valencia.
En su estación invernal por los años treinta del S. XXI. Muy lejano en nuestros recuerdos, apenas un suspiro en nuestra mente. Vagamente puedo recordar cómo era Valencia en esa época.Un sitio cálido, con temperaturas agradables, incluyendo tal época. Una ciudad que no es ni la quinta parte de lo que es ahora. Las grandes avenidas que adornaban las carreteras llenas de árboles y plantas. El gran paseo del rio, que ahora no es más que un vasto laberinto, por el que solo circula un gran caudal de agua embrutecida. Grandes centros comerciales y de ocio en auge y en plena renovación, pues los que existían en aquella época, eran ínfimos y de una arquitectura desdeñada y anticuada. Todo sea por mantener en alza ese espíritu capitalista que mueve masas por la mera creencia de que la felicidad todavía existe en el materialismo.
Perdonar que me vaya tanto por la tangente. Mejor encaucemos estas palabras en la historia que he venido a contaros y de las que os quiero hacer partícipes.
Volviendo unos renglones más arriba y siendo algo más explícito y concreto, os diré que estamos en las puertas del Hospital H251, en el centro mismo de la gran ciudad de Valencia. Una mañana de enero de 2032, me dirigía hacia la inmensidad del citado hospital para relevar a mi compañero de su larga y agotadora noche de guardia.
El hospital contaba con diecinueve pabellones, distribuidos en torres y pequeños edificios anexos. Yo trabajaba en el pabellón 9-A1. No tiene mayor importancia, pues entiendo que la distribución no os sea conocida, puesto que esta estructuración comenzó en 2028. Aunque esto pueda ser poco relevante, es menester que os ponga en situación del mundo en el que vivía, y vuestra imaginación fluya con soltura por estos párrafos vehementes.
Atravesé las puertas giratorias y crucé la ajetreada y abundante recepción en la que numerosos humanos, esperaban ser atendidos en un alarde desesperado. Todos querían ser atendidos los primeros, se abalanzan y rodean el mostrador de recepción como una manada de hienas sedientas de sangre y carne. Nuestra naturaleza en todo su esplendor.
Como bien os iba diciendo, y no haciendo más referencia a esta absurda y trivial imagen, me encaminé a los ascensores. Por mera costumbre, éstos ya estaban abarrotados de seres individuales que buscan un hueco en medio de una multitud. Entré y me coloqué al final de toda aquella humanidad y me dispuse a ojear el libro que tenía entre manos. Numerosas conversaciones banas se cernían en aquel cubículo mientras una molesta pero delicada voz femenina indicaba la planta en la que nos íbamos encontrando. Un hombre comentaba con una mujer la estupidez que su supervisor había cometido al ponerle dos guardias ese fin de semana. La mujer de pelo castaño, que se disponía a su derecha y justo estaba delante de mí, asentía con la cabeza con la mirada perdida. A medida que aquel invento social se iba vaciando, recuperaba el aire del espacio vital que había sido intimidado por numerosos cuerpos, brazos y manos.
La vocecita informó al personal que estábamos llegando a la planta número once, en la cual yo trabajaba. Por suerte el ascensor estaba ya vacío, pues esta planta, sólo estaba indicada para personal autorizado. Me encaminé por el sinuoso pasillo, tétrico y con luces tenues, que dirigía a la puerta de acceso restringida. En ella pasé el lector de mi tarjeta y posteriormente deposité la mano en el escáner táctil que quedaba a la derecha. De nuevo una voz femenina dijo;
—Buenos días Sr. Eden, bienvenido.
Poco después de cruzar este armatoste de seguridad, me dirigí (como cada jornada laboral) a los vestuarios a uniformarme para iniciar mi turno. Abrí mi taquilla y dejé todos mis enseres personales. Cogí el uniforme y me vestí tranquilamente mentalizándome del inicio del turno. Era imprescindible cambiarse previamente a cruzar a la sala.
Nuestros atuendos consistían en un pijama color azul eléctrico con el logotipo del hospital gravado en el bolsillo izquierdo del mismo. Un largo pasillo lleno de habitaciones a izquierda y derecha conducía al control de enfermería.
—Bienaventurado sea en llegar con quince minutos de antelación —dijo la voz del enfermero, que deseoso estaba de finalizar su guardia—. No esperaba menos de ti. Ven siéntate, tengo que contarte algunas cosas de relevancia considerable.
Él estaba sonriendo mientras ordenaba una serie de papeles en su mesa. Yo le devolví la sonrisa en un alarde de enfatizar con mi compañero
Aquel me invitó a sentarme. Me acerqué a la mesa y tomé asiento justo enfrente.—Bien —prosiguió Francis—. Paciente 11-alfa-264 —miró los papeles—: está en la habitación 11-A. Despertó anoche, y a punto estuvo de atizarnos un par de hostias al Dr. Soto y a mí. Fué algo de lo más gracioso. Ahora está bajo sedación y con fluido de hidratación. Espera que te contaré la historia.
Y así prosiguió durante un rato.
—Francis. Agradezco tu entusiasmo y tu dedicada y enfática manera del cambio de turno, de verdad. Pero podemos centrarnos en la relevancia de esta tarea, por favor. —Repliqué.
Apenas fueron diez minutos, pero aborrecía su verborrea y su optimismo a la hora de hablar de cada sujeto.
—Perdona Eden. Veo que los pacientes esta noche estarán bien atendidos.
Le miré con desdén. Él sonrió fingiendo una broma.
—Por último, llegamos al paciente 11-alfa-263. Acaba de llegar y esta aun en la cuna. Ya he comenzado a pasarle el suero restablecedor y aumentando la temperatura un grado cada hora. Seguramente esté listo para despertar poco antes de finalizar tu turno.
Apoyó las hojas sobre la mesa habiendo concluido su extenso y pomposo relevo.
—Bien. Descansa Francis —concluí la despedida con otra sonrisa.
—Bien, nos vemos dentro de tres días.
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Nido Blanco
Science FictionEden, un enfermero singular y un tanto huraño, trabaja en uno de los grandes hospitales de la ciudad de Valencia. En pleno año 32 de la era 2.000, la criogenización humana está a la vanguardia entre los grandes éxitos de la ciencia moderna. Una mu...