Valencia. Una noche de finales de febrero. Año 2032La noche fué tranquila y acogedora. Estaba en el salón de mi apartamento, con la televisión apagada e inhalando el humo proveniente del cigarrillo. La habitación estaba casi a oscuras, pues tan solo la pequeña lámpara que ocupaba la mesa estaba encendida.
Me encontraba meditando, pensando… intentando dilucidar, porque mi mente instauraba constantemente el rostro de aquella mujer del hospital. Su nombre se repetía en mi cabeza.
Su voz se deslizaba por mi cerebro como una brisa fresca en plena ola canícula. Me sentía extraño. El solo hecho de pensar en ella aceleraba mi ritmo cardíaco.
Esa inquietud aumentaba mi ansia por encender de nuevo un cigarrillo. Me levanté exasperado del sofá. No entendía esta parte irracional de mi cerebro. Mi sistema límbico ha despertado un nuevo sentimiento en mí.
<<Estúpido sentimentalismo>>.
Que paradójico. Actuamos en consecuencia a nuestros sentimientos, aunque intentamos convencernos de que la razón impera en nuestra mente. Ahora es algo que me inquieta aún más.
El mero hecho de experimentar esta consecuente cascada de reacciones químicas, ha provocado una duda de vital importancia en mi yo. No puedo entender por qué no puedo obviar esa sonrisa perfecta de su rostro. Esos labios cautivadores y esa mirada imperfecta.
<<Que estupidez más abrumadora>> pensé mientras encendía de nuevo otro cigarrillo y me disponía a tomar asiento en el sofá, elucubrando y meditando aquel significado. No entiendo, no puedo despojarme de este pensamiento… se aferra a mi como un pulpo embravecido.
Sus tentáculos ahondan en mi cerebro y sus ventosas no dejan escapar un atisbo de pensamiento más allá de su mirada. <<Eres idiota>> me decía a mí mismo.
<<Esta noche no podré dormir tranquilo, pero ¿Qué noche es tranquila para mí?>>.
Tome las llaves del piso y salí hacia el mundo exterior, hacia las calles vacías y tranquilas de Valencia, hacia la soledad en la sociedad nocturna, en busca de una solución, un resquicio de coherencia en mis pensamientos y por supuesto, un entierro fidedigno para aquel sentimiento que hoy nacía pero que dentro de poco yacería inerte en lo más profundo de mi ser.
Anduve durante gran parte de la noche. Sin rumbo, sin dirección fija. Tan solo andaba por las calles de una Valencia silenciosa, y con escasa presencia humana a esas horas. Esta tranquilidad tan envolvente me relajaba y aclaraban mis ideas.
Llegué al mismo centro de Valencia. Las Torres de Serrano, se asentaban en la antigua entrada a la ciudad. Unas imponentes estructuras medievales que habían sido restauradas, y ahora era uno de los símbolos más emblemáticos y característicos de la tierra valenciana. La bandera hondaba en lo alto de la torre derecha.
El rio circulaba por su cauce. Lo que antes había sido creado para tal fin, ahora era utilizado. Este epicentro social y natural, donde los humanos realizaban todo tipo de actividades, ahora quedaba enterrado bajo toneladas de agua.
El 14 de octubre de 1957 conocido aquel día como la “gran riada de Valencia” azotó la ciudad dejando a su paso 81 muertos y numerosos daños materiales.
Debido a este desastre natural, se tomaron ciertas medidas para evitar que el agua volviera inundar la ciudad. Un proyecto se propuso en las mesas del gobierno de Valencia, pero nunca se llevó a cabo.
El rio nunca fue desviado y esto produjo un nuevo incidente fluvial en Valencia.
Crucé las Puertas de Serrano y me dirigí hacia el conocido Barrio del Carmen. Anduve por sus calles largo rato.
Todas vacías y en silencio. Se respiraba tranquilidad y paz. A pocos pasos, te encontrabas patrullas de policía custodiando, vigilando y manteniendo el orden cívico en el territorio.
Los dos agentes, uno con cierto sobrepeso y una mujer más joven, se quedaron fijamente mirando mi presencia ante ellos. Yo obvié tal observación y ellos hicieron lo mismo.
El distrito del Carmen era uno de los pocos que mantenía su antigua estructura. Debido a la gran crecida industrial y territorial, las nuevas edificaciones ahora gobernaban los cielos de Valencia. Cientos de rascacielos ocupaban las calles más concurridas.
Imponentes estructuras, estrechas y altas, ocupadas por cientos de humanos en cientos de viviendas. Junto a este, el distrito de Ruzafa seguía manteniendo su antigua arquitectura.
Ya eran pocos los lugares antiguos de la ciudad. Ahora la tecnología imperaba el nuevo orden arquitectónico valenciano. Los que ahora eran llamados distritos, antes apenas eran barrios comunes de la ciudad.
Se distribuyeron por distritos por pertenecer al elenco único que mantenía la arquitectura antigua de Valencia y por ser los barrios de mayor relevancia a nivel nacional y mundial.
Dichos distritos gozaban de la multiculturalidad humana.
Diversas culturas convivían en entre ellas y compartían costumbres y creencias. Un enriquecimiento no al alcance de todos los lugares de esta ciudad.
La metrópoli financiera, de congresos, mediática, cultural y literaria valenciana, se ubicaba en los alrededores del ayuntamiento. Junto a ésta, estaba el gran apogeo comercial.
Las inmensas calles llenas de comercios de todo tipo. Un monopolio consumista que acogía a diario a multitud de viandantes. Una zona reinada por el dinero. Circulaba tan rápido entre manos humanas que era casi imperceptible.
Conseguí (en cierta medida), dejar aquel quebradero de cabeza. Aquella ponzoña que asediaba mi cerebro. Mantenerlo aislado, era la única manera de no caer en las redes de aquella nimiedad sentimental.
Después de una travesía que había durado unas horas, encamine mis pasos de regreso a mi apartamento. Eran casi las cuatro y media de la madrugada del miércoles cuando atravesaba la puerta de mi morada.
Fui directo a mi habitación y tal cual, caí rendido a los pies de la cama. Doble la almohada por la mitad y acurruqué la cabeza en ella. Ahora si estaba cansado, había desconectado y mi mente se cernía en un sueño profundo, en un abismo oscuro e impenetrable para otro humano que no fuera yo mismo… o eso es lo que yo pensaba.
![](https://img.wattpad.com/cover/329217284-288-k321858.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Nido Blanco
Science FictionEden, un enfermero singular y un tanto huraño, trabaja en uno de los grandes hospitales de la ciudad de Valencia. En pleno año 32 de la era 2.000, la criogenización humana está a la vanguardia entre los grandes éxitos de la ciencia moderna. Una mu...