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El capataz fue el primero en despertarse en un dormitorio que no era el suyo y cuando se dio vuelta y la miró supo que se había quedado consolándola y abrazándola hasta que ella se quedó dormida y por consiguiente él también

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El capataz fue el primero en despertarse en un dormitorio que no era el suyo y cuando se dio vuelta y la miró supo que se había quedado consolándola y abrazándola hasta que ella se quedó dormida y por consiguiente él también.

El cabello rubio matizado era una maraña que le caía sobre la cara y en la almohada también. Los dedos de Desmond desearon enterrarse en aquella cabellera, pero lo único que atinó a hacer fue sacarle un par de mechones del rostro para verla dormir con tranquilidad.

Cuando le acomodó el pelo, ella le clavó la mirada en la suya, verde contra verde y Desmond supo con exactitud que aquellos ojos, quería ver junto a él todos los días.

Snowflake y cinco de los siete sobrinos se subieron a la cama de Brisa saltando para despertarla. La sacudían de tal manera que por poco la rompen. Se sorprendieron cuando vieron a su tío en la misma cama y frenaron para arrodillarse.

—¿Por qué estás acá? —le cuestionó intrigada Avery mirando a uno y luego al otro.

—Bree no se sentía muy bien anoche y me quedé a cuidarla.

—¿Se van a casar? —la pregunta de Oliver dejó descolocado al hombre.

—Tienes siete años, ¿tú qué sabes de esa palabra? —Frunció el ceño su tío.

Brisa se rio a carcajadas contra la almohada.

—Sí, tío. ¿Te vas a casar con BreeBree? —Fue el turno de Theodore preguntar lo mismo.

—Ya vayan con sus padres que ni se saben limpiar el trasero todavía, vamos —les dijo riéndose y dándoles palmadas en las nalgas para bajarlos de la cama.

Los cinco gritaron mientras se reían también.

—Iré a ducharme —le dijo ella y bajó de la cama—. Gracias por quedarte anoche a mi lado.

—No fue nada, iré a darme una ducha yo también.

Aquel día, luego de desayunar, Tarren se quedó con sus hijos en la casa, Desmond fue a hacer el recorrido de todas las mañanas y Beverly junto a Brisa y Snowflake fueron a la casita de té para abrirla y atenderla.

Durante la semana, Brisa estuvo ayudando a la hermana de Desmond y solo faltaban dos días para Noche Buena, lo más raro era que todavía no había comprado los pasajes del micro y el avión, se quedó sentada en el cuartito detrás del mostrador para contar todo lo que había juntado en propina toda aquella semana. Antes del cierre del negocio, le pidió a Beverly salir antes para ir a comprar algo que necesitaba. Regresó casi a la hora del cierre y fue la americana quien la encaró en el cuarto de la casita.

—Compraste los pasajes, ¿verdad?

Brisa no sabía qué decirle, pero tampoco podía mentirle y fue con la verdad.

—Sí, regreso el veintiséis.

—¿Ni siquiera podías esperar dos o tres días más? ¿Y mi hermano qué? ¿No te importa? —cuestionó preocupada.

Un beso bajo el Muérdago ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora