Nacimiento

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Ancianas manos de un pronto rejuvenecer sostienen una nueva vida. Cuerpo del mismo tamaño de su cuerpo desarrollado. Lágrimas sonoras. Force de desprendimiento embriónico de alas. Líquido amniótico.

El querubín quitó el sudor de su frente con uno de sus brazos y, con una pequeña gasa, limpió la mucosa que se impregnaba en cada una de las plumas del arcángel. Luego lo cargó con una mano sobre la cabeza, y otra sobre las pompas, para sumergirlo de nuevo en la fuente de agua bendita. Una vez que dejó de llorar, lo envolvió en una sábana y lo entregó a otro querubín que se esfumó volando con el bebé en brazos.

El partero salió del Recinto de nacimiento. Ya no se escuchaba el llanto del arcángel y todo el sonido del contexto se había esfumado. Era un buen día. Caminó entre una delgada neblina violeta que llegaba a sus tobillos y sintió un viento sureño calentar sus pómulos y nariz. Pasó su muñeca acariciando su barba y cuello y, volteando con disimulo hacia atrás y sus extremos, tomó y alzó la falda de su túnica para limpiar su rostro.

De pronto escuchó un aleteó y alzó apenado su vista al cielo. Nada, no había nada hasta que reparó un quetzal albino desprendiéndose de una esponjosa nube nívea. Dio unos pasos hacia atrás. ¿Otro? Entonces extendió sus alas y lo siguió. Nunca habían sido dos el mismo día, ni en la misma semana, ni mes.

Una gota salada resbaló por su barbilla cuando el ave se detuvo sobre la cúpula del Recinto de nacimiento y escondió sus alas en su plumaje. El animal bajó su cuello hacia una pequeña hendidura y, alzándolo de nuevo, bebió agua. ¿Por qué no tenía pigmentación?

El querubín descendió sobre un estrecho camino de arena mostaza y trotó hacia la entrada. Un riachuelo sereno rodeaba el Recinto y se precipitaba en una cascada oculta antes de estrellarse contra las paredes del lugar.

Entró por una puerta de roca de granito; sin embargo, como era imposible abrirla, únicamente la atravesó sintiendo sobre su cuerpo la misma sensación de arena blanda que estaba debajo de las suelas de sus pies.

Si se le había permitido el acceso es que sí había nacido un arcángel. Una hiedra color salmón abrazaba las paredes, mientras que un centenar de espigas de trigo se levantaba dentro del recinto adornando un manantial sagrado. Era una fuente al nivel del suelo que en el centro acumulaba una circunferencia con agua aún más oscura.

Misma agua que se drenó y dejó descubierto un bebé con ojos cerrados y unas alas envolviendo su cuerpo en posición fetal. 

El querubín lavó sus propias manos y pies en el nivel externo de la fuente para adentrarse y tomar al ser con delicadeza. Una vez que lo tocó, el bebé inhaló por primera vez y lloró.

Era un arcángel realmente feo. Pensó al cargarlo. Pesado y flaco. Sin cachetes y con una imagen senil por su cabello albino. Aunque cuando contempló sus ojos sintió ternura. Algo debía tener de bonito.

Arcángel: IanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora