Hogar

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Con el transcurso de los días, Brandon se percataba que el niño parecía más una mascota que un arcángel: Esperaba dando vueltas por la cocina, jugando con su plato hasta que la comida se sirviera

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Con el transcurso de los días, Brandon se percataba que el niño parecía más una mascota que un arcángel: Esperaba dando vueltas por la cocina, jugando con su plato hasta que la comida se sirviera. La mitad de la casa le era inservible; como no podía volar, no alcanzaba las camas ni el baño. Se dormía abrazando sus piernas lo más cercano a la cama de él y, aunque hubiera un piso de distancia, estaba seguro de que sentía cómo se metía entre sus sábanas; siempre que despertaba asustado, volteaba de prisa hacia sus lados, pero el niño seguía en el suelo con la mirada clavada en él. Alguna vez se encontró una pequeña fosa detrás de su casa con todas las heces del pequeño enterradas. Poco después cometió el error de hacerle cariñitos debajo de su barbilla; y, cuando iban en las calles, el muchacho le enseñaba su cuello a cada persona que saludaban. Le daba pena, asco, era un poco más alto que él y seguía comportándose como un humano incivilizado.

Un ángel como él no merecía esto, ninguna creación, nadie.

Con la edad que tenía el niño debía ya de ir en un alto grado de estudios; así que lo regularizó hasta que se nivelara un poco con sus contemporáneos. Estudiaban mañana, tarde y noche; a excepción de los atardeceres en que el chico desaparecía justificando que un amigo lo esperaba en la montaña de rosas blancas. Era un amigo sin nombre y una montaña que no existía. No le sorprendía, el arcángel había pasado solo toda su vida; sin embargo, cierta tarde intentó buscarlo y nunca lo encontró. Así que asumió que tenía un excelente escondite donde disfrutaba horas de imaginación.

—Ian.

El niño volteó.

—¿Te gusta Ian?

—No, señor.

—Pues de hoy en adelante eres Ian.

—Sí, señor.

—Chico, no me digas así, dime Brandon, Braaandon.

—Y a mí, Ian. 


Pasó el tiempo, pronto la casa le quedaría pequeña. Le había enseñado que todo debía resolverlo por él mismo hasta el punto en el que se dedicara a hacer todos los deberes de la limpieza y cocina. Nunca le puso mucha atención; hasta que lo descubrió mirando fijamente la cama de invitados durante las madrugadas; realmente la tenía como protocolo por si se veía forzado, algún día, de que alguien pasara la noche en su hogar, pero siempre se las ideaba para evitarlo. Era un dormitorio que se encontraba a una altura de doble piso, al mismo nivel que la de él, sin puerta de entrada o barandal, únicamente expuesta a quienes pudieran llegar a ella; pero, para un arcángel que no podía volar aún, era inalcanzable. Durante horas oscuras, el niño flexionaba las piernas y alzaba sus manos para alcanzar el piso. Pero nunca logró brincar. Nunca imaginó un ser celestial con miedo a las alturas. Y allí siguió, noche tras noche, solo mirando hacia arriba.

Arcángel: IanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora