Ocurrió en la madrugada

133 12 34
                                    

Ella sentía que aunque no pertenecía a ese lugar, éste formaba parte de algo importante en su vida: Hermione caminaba por la costa de una playa de cielo nacarado. La playa era custodiada por monumentales relojes de arena. Se sentía sola allí, y sin darse cuenta a cada momento buscaba a alguien con la mirada, pero no lograba encontrarlo... Y tampoco sabía exactamente a quién buscaba.

A lo lejos, sobre el mar que bañaba la costa, la vio, pero con mucha más claridad esta vez: La pequeña. Era la niña que se había quedado a su lado cuando moría de frío sobre la nieve.

Hermione la veía correr descalza sobre el mar, persiguiendo un nubarrón que parecía tener vida propia y burlarse de ella. Cuando la pequeña estaba cerca de atraparla con sus manos, esa nube autónoma se dispersaba para rodearla y acecharla. A Hermione le hizo mucha gracia cuando la niña comenzó a correr, huyendo de lo que había estado persiguiendo con tanto esmero en un inicio; y ahora era al revés... Correteaba de un lado a otro sobre ese mar que hacía de espejo del cielo indefinido. Era difícil determinar si ese en lugar había un eterno atardecer, o amanecer.

La pequeña era bastante veloz, y sorprendía el hecho de que a pesar de la velocidad con la que corría, no perdía el equilibrio al dar una curva para escapar de la nube.

En un instante, ambas conectaron miradas. Ella la contemplaba desde el mar; y Hermione lo hacía desde la costa continuamente provista de arena de los relojes.

—¡No te quedes ahí mirándome! Ven y ayúdame a atrapar una —dijo la pequeña con un tono imperativo, y continuó correteando de un lado a otro, para volver a perseguir a la burlona nube.

Hermione miró a su alrededor por si había alguien más allí. Pero no, evidentemente esa pequeña le había dado una orden a ella. Nadie más las acompañaba...

Dudando, puso un pie sobre el agua y luego el otro. Comenzó a caminar sobre el mar, abandonando la seguridad del suelo de arena para acercarse a la niña que jugaba con la nube. O al menos, eso era lo que Hermione creía. Porque al ir acercándose cada vez más, se dio cuenta de lo que realmente estaba viendo: la nube era un numeroso conjunto de maripositas revoloteando de manera sincronizada.

—Solo necesito una... —decía ella, mientras se esmeraba en cazar

—¿Y para qué? —cuestionó Hermione, rodeada de todas ellas, pero sin llegar a rozarlas.

—Porque es mi intención —respondió, sin abandonar su tarea —Tú también deberías atrapar una, Hermione.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le preguntó, pero la niña no respondió. Ella estaba inmersa en lograr lograr su intención.

Al no obtener respuestas, ni tampoco tener nada mejor que hacer, la acompañó en la tarea de atrapar una de esas mariposas. Todas eran de diferentes colores y especies. Hermione jamás había visto especímenes como esos... Lo más irónico de todo era que habían cientos revoloteando alrededor de ambas, y ninguna de las dos podía siquiera llegar a rozarlas con la yema de los dedos.

Las risas y chillidos de frustración hacían eco en esa playa casi desierta. Las dos corrían descalzas, chapoteando sobre la frescura del mar, y sin tener éxito en la cacería. Cuando una de las dos se acercaba bastante a lograr un objetivo, la otra le alentaba.

Sin darse cuenta, Hermione se divertía, pues para ella solo era un juego; en cambio, para aquella niña la razón de su vida era atrapar una mariposa... Hubo un momento en que la pequeña por poco lo logra, pero en su carrera tropezó con un débil oleaje que la hizo caer de bruces sobre el agua. Hermione corrió hacia ella y le ayudó a ponerse de pie. Le dio ánimos para seguir, diciéndole que ya estaban cerca de lograrlo. En respuesta a sus alientos, la niña le dedicó una sonrisa espléndida.

InfidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora