Un contrato para olvidar

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Aquel hombre destilaba elegancia hasta en el más minúsculo de sus movimientos; y ella hedía terriblemente a ajo. Claro que el señor Bellingham no estaba allí para juzgar su olor corporal, sino por cuestiones que les desvelaban a los dos: a él desde del punto de vista empresarial; y a ella, sentimental. Pero ambas preocupaciones compartían el mismo nombre y apellido...

Después de que la enfermera abandonara el recinto, dejándolos a solas, Bellingham no demoró en transparentar los motivos de su visita:

—Madame, en verdad lamento que éstas sean las circunstancias en las que nos toca conocernos —comenzó excusándose —, y también lamento tener que incomodarla. Pero sé que usted, al igual que yo, sufre el mismo miedo.

Bellingham tenía toda la atención de Hermione. Sus ojos la delataban: estaba expectante y ansiosa. Su intuición y una vocecilla suave le decían con exactitud hacia donde se dirigía la conversación. Aún así, ella fingió no entender.

—Disculpe, no...

—Me refiero a Remus, y a lo comprometido que está por usted. Y lo digo en el más amplio sentido de la palabra... —explicó, resaltando lo dicho al fijar sus ojos en los de ella.

Hermione esquivó los ojos celestes y penetrantes de Edward Bellingham, bajó la cabeza y trató de guardar la compostura.

—Usted es quien financia el trabajo de Remus —dedujo, mientras jugaba con la cucharilla en el té.

—Correcto, Madame. He de confesarle que me encanta tratar con personas inteligentes, como lo es usted, porque con pocas palabras se puede llegar al punto clave del problema.

—¿Qué es lo que quiere pedirme?

—Oh no, yo no he venido a solicitar nada; al contrario, vine a ofrecer soluciones. Las cuales, nos beneficiará y mantendrá a salvo al artista que nos desvela. Tanto usted como yo, no queremos que él termine preso por sus obras de arte.

Hermione hizo un asentimiento leve con la cabeza. Lo había hecho sin darse cuenta, con ese simple gesto le dio la razón a aquel hombre de modales elegantes. Por su parte, Bellingham, al obtener su aprobación prosiguió a entrar en detalles:

—Jamás me entrometo ni cuestiono el trabajo de Remus, confío plenamente en el talento de mi empleado y considero que es uno de los mejores "dibujantes" que ha pisado mi fábrica. Mi familia y yo llevamos muchas décadas financiando este negocio "artístico"; y como todo inversionista, cuido celosamente de mi inversión.

—Básicamente, usted está diciéndome que se encuentra al tanto de todo lo ocurrido entre él y yo —resumió Hermione.

Bellingham sonrió complaciente e hizo un leve asentimiento con la cabeza.

—Espero no me juzgue mal, Madame. No soy un cotilla.

—No. Usted solamente está "cuidando su inversión" —dijo Hermione en un leve tono sarcástico.

—Les di varias oportunidades a Pansy y a Remus para que se sincerasen conmigo, pero esos dos son muy leales el uno al otro y...

—¿Pansy Parkinson? —lo interrumpió intrigada. ¿Acaso ella también estaba involucrada en el negocio?

—Así es. Imaginaba que él ya se lo habría dicho, pero me percato de que no es así —le confirmó Edward —Pansy es discípula de Remus. Y para él, Pansy es como su hija, para él, ella es sangre de su sangre. Remus la rescató de la miseria cuando Perseus la expulsó de casa. Estaba sola, desamparada y con un bebé en camino. Desde entonces ella le guarda una férrea lealtad a su maestro, y hasta me atrevo a decir que lo ama más que a su padre biológico. No la culpo; yo jamás hubiese echado a mi hija de casa, estando embarazada y además viuda.

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