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EL LUGAR DONDE SE HABÍAN ENCONTRADO con los faunos era, desde luego, el Prado Danzarín, y allí Caspian y sus amigos permanecieron hasta la noche del Gran Consejo. Dormir bajo las estrellas, no beber otra cosa que agua de manantial y alimentarse principalmente de nueces y frutos silvestres fue una experiencia extraña para Caspian, después de su lecho de sábanas de seda en una habitación cubierta de tapices en el castillo, con comidas servidas en platos de oro y plata en la antesala, y sirvientes listos para acudir a cualquier llamada suya.

Sin embargo nunca había disfrutado tanto. Jamás el sueño había resultado tan reparador ni la comida más sabrosa, y empezaba ya a tornarse más aguerrido y su rostro mostraba una expresión más regia.

Cuando llegó la gran noche, y sus diferentes y curiosos súbditos penetraron a hurtadillas en el prado de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres o de seis en seis y de siete en siete —con la luna brillando casi totalmente llena—, su corazón se hinchó al ver cuántos eran y escuchar sus saludos.

Todos aquellos que había conocido se hallaban allí: Osos Barrigudos, enanos rojos y enanos negros, topos y tejones, liebres y puercoespines, y otros a los que no había visto antes; cinco sátiros rojos como zorros, todo el contingente de ratones parlantes, armados hasta los dientes y siguiendo el agudo toque de una trompeta, algunos búhos y el Viejo Cuervo de Cuervocaur.

Por último, y fue algo que dejó a Caspian sin respiración, con los centauros llegó un pequeño pero genuino gigante, Turbión de la Colina del Hombre Muerto, que transportaba a la espalda un cesto lleno de enanos medio mareados que habían aceptado su oferta de transporte y que en aquellos momentos desearían no haberlo hecho y haber llegado hasta allí por sus propios pies.

Los Osos Barrigudos se mostraron muy ansiosos por celebrar el banquete primero y dejar el consejo para después; tal vez hasta la mañana siguiente. Reepicheep y sus ratones declararon que tanto consejos como banquetes podían esperar, y propusieron atacar a Miraz en su propio castillo aquella misma noche. Piesligeros y las otras ardillas dijeron que podían charlar y comer al mismo tiempo, de modo que ¿por qué no celebrar el banquete y el consejo simultáneamente? Los topos propusieron levantar trincheras alrededor del prado antes de hacer cualquier otra cosa.

Los faunos pensaron que sería mejor empezar con una danza solemne, y el Viejo Cuervo, si bien estuvo de acuerdo con los osos en que llevaría demasiado tiempo celebrar todo un consejo antes de la cena, rogó se le permitiera dirigir un breve discurso a todos los reunidos. Pero Caspian, los centauros y los enanos decidieron en contra de todas aquellas sugerencias e insistieron en celebrar un auténtico consejo de guerra al momento.

Una vez que se consiguió persuadir a todas las demás criaturas para que se sentaran en silencio en un gran círculo, y una vez que —con bastantes más dificultades— consiguieron que Piesligeros dejara de correr de un lado a otro diciendo: «¡Silencio! Acallar todos, el rey va a hablar», Caspian, algo nervioso, se levantó.

—¡Narnianos! —empezó a decir, pero no consiguió ir más allá, pues en aquel momento la liebre Camilo dijo:

—¡Silencio! Hay un humano por aquí.

Todas eran criaturas salvajes, acostumbradas a que las cazaran, y todas se quedaron inmóviles como estatuas. Los animales volvieron los hocicos en la dirección que Camilo había indicado.

—Huele a hombre, aunque no del todo a hombre —susurró Buscatrufas.

—Se aproxima cada vez más —indicó la liebre.

—Dos tejones y ustedes tres, enanos, con los arcos preparados, marchad en silencio para salirle al paso —ordenó Caspian.

—Nos ocuparemos de él —declaró un enano negro en tono sombrío, encajando una flecha en la cuerda de su arco.

1. ¿𝘀𝗼𝗺𝗼𝘀 𝗿𝗼𝗺𝗲𝗼 𝘆 𝗷𝘂𝗹𝗶𝗲𝘁𝗮?. 𝗅𝗎𝖼𝗒 𝗉𝖾𝗏𝖾𝗇𝗌𝗂𝖾 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora