Nueve: ¿Jaque mate?

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No continúo conjeturando con la identidad del rey, pues una nueva preocupación caló sus latidos, y era que alguien había entrado a la habitación. Por la delgada abertura que quedaba entre las puertas del armario, Harper reconoció la sombra de un cuerpo esbelto delineado por la luz amarillenta de un velón, supo al instante que era Irene.

Se agachó y colocó el cuerpo chorriante en el suelo para revisar debajo de la cama.

—Estoy segura de que no te has escondido lo suficientemente bien —farfulló, recogiendo el velón y pasando a trazar el camino directo al armario.

Harper cubrió su boca con su mano para no emitir ningún chillido como producto del miedo. Retrocedió un par de pasos hasta que las prendas colgadas ocultaron de su torso hacia arriba, introdujo la otra mano en el bolsillo de su chaqueta y apretó lo único que a duras penas le servía para no sentirse tan desprotegida; el filoso trozo de espejo.

Irene abrió las puertas de par en par, causando que golpearan estrepitosamente contra las paredes en pleno silencio. Las sombras del pequeño espacio ayudaban a que los pies de Harper no pudieran verse entre la oscuridad, pero aún así ella temía que su respiración estuviese tan pesada como para hacerse perceptible ante los oídos de Irene.

La jóven Zaldívar juntó sus manos y las acercó al centro de los trajes, dispuesta a correrlos con todo y ganchos para descartar o encontrar a la víctima, no obstante, sus uñas apenas alcanzaron a rodar un par de vestidos, alguien la llamó.

—Irene, ven aquí —era Frankie, y por el tono bajo de su voz, parecía que fue proyectada desde la sala.

La luz de un rayo se escabulló por las cortinas lo suficientemente como para que Harper pudiese ver las facciones de la aludida de perfil. Era políticamente sensual con su nariz respingona, pómulos firmes y cejas delgadas, tan atractiva que incluso luce capaz de cometer un crímen, pero ninguna atrocidad que no implique recíproco placer.

Donovan tampoco lucía como un homicida, pero ahí estaba, siendo cómplice de semejante fechoría. Harper entendió entonces el precio de subestimar imágenes.

Pero tal vez ellos también la subestimaban, creyéndola incapaz de ser la primera en salvarse.

Harper había quedado descubierta por unos centímetros, y en ese momento sólo la salvó que Irene desviara su mirada en dirección a la voz de Frank y le diera la espalda para salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Ya había revisado ahí y se había cerciorado de que el cuarto estaba vacío, no volvería, ¿Verdad? Eso quería creer Harper, pero pensó al instante que quedarse ahí no era una opción. Tenía que ir derribando poco a poco unos cuantos peones, o al menos avanzar hasta otra casilla mientras desechaba incógnitas de su cabeza y trataba de concentrarse en trazar una utopía de huída.

Sus pies descalzos tocaron otra vez en suelo frío al salir del armario. Dió unos pocos pasos hacia adelante hasta que el sonido de la perilla la alertó otra vez. Consideró regresar al fondo del ropero, pero ya no llevaba chance, así que corrió hacia el marco de la puerta y ésta misma la ocultó al abrirse.

Su instinto de supervivencia afloró en ese momento, al estar oculta únicamente por la penumbra y encontrarse armada por un casi irrisorio pedazo de espejo. Sintió una extraña e impetuosa corriente cubrir cada fibra de su ser al alzar el brazo e incrustar la esquirla en el cuello de quien fuese que haya entrado a la recamara.

El cuerpo cayó inerte en el piso. A Harper le alivió un poco la sensación de unas gotas calientes recorrer el dorso de su mano, emitiendo un embiagador olor metálico.

No supo a quien había matado, pero en una mansión donde absolutamente todos eran verdugos importaba una mierda de quién era el cuerpo mientras ella continuara respirando. Sin embargo, la necesidad de saber quién era la carcomió un instante porque también era esencial saber por quién ya no debía temer.

MOTEL MORTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora