Catorce: Sin tablas

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Cuando entró, no encontró a Donovan en ninguna parte. En su lugar, halló el tablero en la mesita sólo con un peón negro en el centro, un caballo blanco al frente y ambos reyes junto a éstos.

Era absurdo que estuviese oculto en la mansión, invirtiendo los roles, pretendiendo que fuera Harper quien lo buscara. Así que ella volvió a cruzar la puerta y salió.

Un relámpago rugió en las alturas y por consiguiente la efímera luz de un rato que señaló en dirección a un lago que Harper no había notado hasta entonces. En la esquina del muelle vislumbró la silueta de Donovan de espaldas a ella, contemplando el amanecer que empezaba a ponerse por detrás de los nubarrones.

Anduvo sin prisa, pensando que era imposible ejecutar un ataque sorpresa porque Donovan suponía que ella regresaría a por él. Tal vez sí la conocía lo suficiente para aceptar que no era una cobarde. O sus movidas en ataque y defensa se lo habían demostrado incluso a ella.

—¿Por qué? —inquirió Harper al detenerse pocos metros detrás de Donovan.

Él sólo se alzó de hombros en respuesta.

—¿Cómo te sentirías si en mi lugar estuviera tu hija?

—Eso no va a pasar nunca, Harp.

—O tu madre, o tu maldita esposa. ¡También son mujeres, y tú no eres el único depravado con planes tan macabros! ¡Puede pasarle a cualquiera de ellas!

—No a mi hija.

—¿Por qué no?

—Porque su padre soy yo —argumentó él como si fuese odio.

—¡Yo también soy hija de alguien! ¿Qué te hace diferente a ti del resto de los padres?

Se hartó, y al ver que no respondía, avanzó y lo empujó, pero Donovan estuvo a tiempo de jalarla por un brazo y llevársela consigo al agua.

En las profundidades Harper quedó aún más ciega, la creciente claridad del cielo aún no se apiadaba de la penumbra del lago. Movió su mano en todas direcciones hasta que el filo del retrovisor se clavó en algo. Al localizar a Donovan, sacó el pedazo y lo incrustó muchas veces más. Aferró sus manos a la tela de su ropa y movió la pierna buena para emerger. Salió del agua y emitió un grito fuerte al sacar el otro cuerpo y darse cuenta de que era el de Inés.

Algo la jaló desde las profundidades, y por más que luchó moviéndose con desespero, acabó hundida otra vez.

Donovan ataba a sus piés una soga que luego amarró a una de las patas del muelle. Harper trató de alcanzar el amarre para cortarlo con el trozo de retrovisor, pero se percató de que lo había soltado al agarrar a la anciana.

Se estaba quedando sin oxígeno ni posiblidades de salir. Como pudo introdujo sus dedos entre la soga y la madera comenzó a deslizarla hacia arriba, logrando subir también hasta que volvió a sentir el aire entrar a sus pulmones. Seguía atada, pero estaba afuera.

Estampó las palmas de sus manos contra el piso del muelle, tomando impulso para alzar su cuerpo y quedar acostada boca abajo. La lluvia estaba cesando, pero los relámpagos seguían retumbando en su interior con ansias por dejar tan sólo el peón sobre el tablero.

Podía ver a Donovan caminar de regreso a la mansión, jugando que ya había acabado con ella. Harper se quedó ahí, pensando en cómo liberarse de la atadura e ir a por el caballo, pero pronto tuvo que sumergirse al ver que Donovan salía de la mansión e iba en dirección al muelle otra vez.

Se metió en el agua y giró de manera que su cabeza quedara bajo la madera del muelle para poder seguir respirando. Por una mínima rendija vió que Donovan tenía un cúter en la mano, supuso que era para cortar la soga y sacar su supuesto cadáver.

Donovan, por supuesto, se lanzó con la guardia baja por jurar que Harper había muerto por ahogamiento, así que no esperó recibir un mordisco en la muñeca que le haría soltar el cúter, pasando a ser posesión del rival.

Harper le hizo un corte no muy profundo justo en el pecho, bajó por todo el torso hasta crear un camino de sangre que terminaba en su pelvis. Las burbujas ascendieron hasta la superficie, provenientes del grito ahogado de Donovan.

Harper se apresuró a cortar la soga y, justo cuando Donovan salía del agua, le regresó un par de jugadas al encajar el filo del cúter en una de sus piernas, abriendo un profundo canal a lo largo de su pantorrilla, y lo jaló de vuelta al agua, donde lo ató a la madera desde el torso.

Horas atrás se habría conformado con descartarlo como una amenaza, pero ya había amanecido y las circunstancias la obligaban a acabarlo de una vez por todas. Enterró el cúter en su entrepierna, justo en esa parte que tantos orgasmos le había provocado. Lo extraño tras girar la hoja en su interior y al final se lo clavó en el pecho, a sabiendas de que moriría ahogado, desangrado o de agonía.

Aunque se había liberado, no se preocupó en apresurarse a subir al coche. Antes de irse, tenía una tarea pendiente.

MOTEL MORTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora