Quince: Tablero en llamas

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Se lanzó sobre el diván, recordando cómo hacían pocas horas desde que entró por la gran puerta, contemplando la inmundicia del espacio y dudando de la generosidad de Irene al recibirla.

Estiró un brazo y agarró el peón para acercarlo a sus labios y depositarle un beso sonoro.

Se levantó, lanzó hacia algún punto de la sala el caballo blanco, quitó también al rey negro del tablero y giró el blanco entre sus dedos.

Ellos habían empezado la partida, estaba claro que ella jugaba para las negras. Y aunque todo parecía estar planeado minuciosamente, con dos posibles reyes y reinas, un alfil que se movía con elocuencia y un caballo que prácticamente representaba a todas las piezas; un simple peón los destronó a toditos, hasta a la torre sorpresa.

Harper se levantó con el rey blanco bailando entre sus dedos, la cigarrera de Frankie también su encendedor, y sin premura llegó hasta el alféizar de una de las ventanas, donde yacía un vaso de licor medio vacío.

Remojó la pieza en ese alcohol y lo dejó junto a las cortinas que se mecían delicadamente con la brisa mañanera que entraba por el hueco del vidrio. Encendió el yesquero y acercó la llama amarillenta al rey alcoholizado, acercó un cigarrillo a sus labios y rozó la punta contra el fuego en crecimiento.

Quedó embelesada, admirando a su oponente envuelto en candela, propagando su derrota a las cortinas y las vigas del techo.

El sonido de un celular la sacó de su hipnosis.

Un número local desconocido apareció en la pantalla del celular de Donovan que todavía tenía un seis porciento de batería. Harper se sentó en el diván antes de descolgar mientras expulsaba una calada y deleitaba su audición con el crepitar del fuego lamiendo las paredes y reventando las ventanas.

—Novecientos once, ¿Cuál es su emergencia?

—¿Qué? —emitió Harper anonadada, no por el hecho de que no hubiese entendido a la operadora, sino porque socorrieron a su llamado.

Y claro, también porque el celular había sobrevivido al agua y todavía no se apagaba.

—Hace un rato llamó a la línea, pero desafortunadamente todas las operadoras estaban ocupadas. ¿Cómo se encuentra?

—Pues... —Harper sonrió al ver cómo los cuadros arcaicos que colgaban en las paredes se consumían con el fuego, y tomó una profunda calada antes de responder:—. Todo bien.

—¿Solicitará alguno de nuestros servicios o ya no nos necesita?

Harper guardó silencio durante varios segundo en los que se dedicó a contaminar sus pulmones, cohibiéndose de contestar con ironía.

—¿Podemos hacer algo por usted?

—Tengo una contunsión en la cabeza, puñetazos en la cara, una herida infectada en la mano derecha, una pierna un una yaga que abarca toda el área de la pantorrilla y pasé toda la noche y madrugada bajo la lluvia.

Harper alcanzó la botella de Whisky de la mesa y la estrelló contra la pared, el líquido sirvió como alimento para el fuego, que empezó a ennegrecer el papel tapiz hasta extinguirlo.

—¿Señorita...?

—Enviad una ambulancia.

—¿Dónde se encuentra?

Harper suspiró, en ese momento lo que menos le apetecía era dar explicaciones y direcciones de las cuales era ignorante.

—Rastrea la llamada.

—Eso tardará mucho tiempo, y si usted se encuentra tan herida no podemos darnos el lujo de esperar tan...

—Entonces que te den —farfulló y apagó el celular antes de sonreírle al rey que había originado el incendio del tablero y salió de la mansión, saboreando su apoteósico jaque mate.

MOTEL MORTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora