Once: Reina noqueada

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Al entrar en la habitación, Harper juró encontrarla más cutre que como la había dejado, pero no se detuvo a asquearse por la podredumbre de las patas de la cama ni la asquerosidad de las paredes. Fue a por el teléfono.

Palpó la superficie del colchón, pero ahí no estaba.

—¿Buscabas esto? —inquirió una voz femenina. Al girar sobre su eje, vio una mano menuda sostener el dispositivo iluminado por un vaho de luz que entraba por la ventana.

Al avanzar, la silueta de Irene parecía modelar bajo la precaria oscuridad y el ambiente turbio que se tornaba aún más terrorífico por la orquesta de relámpagos que sonaba afuera.

Harper retrocedió por instinto al escucharla hasta que su espalda chocó contra la pared y estiró una mano hacia la perilla, abriendo la puerta sin perder tiempo y aventurándose a un extremo del pasillo que aún desconocía.

Se adentró a un cuarto donde se concentraba un penetrante olor nauseabundo, por el poco frío supuso que el espacio era reducido. A su favor, la electricidad regresó, mostrándole que se había metido en un cuarto de baño, que por cierto, le provocó unas ineludibles ganas de vomitar.

Se encorvó y aferró sus dedos al borde del lavabo y desechó la pizza que había comido en el coche aparcado en la gasolinería. Limpió su boca con el dorso de su mano después de ver que del grifo el agua salía amarilla. Se recompuso, un espejo mediano ubicado sobre el lavabo le regresó su reflejo, presentándole a la versión más demacrada de su rostro.

Tenía salpicaduras de sangre hasta en los párpados, en su pómulo derecho yacía un moretón del que no consiguió recordar su origen y toda su cara en particular tenía rasguños y manchas oscuras de polvo. Las bolsas de piel bajo sus ojos eran lo menos preocupante.

Detrás de ella, la pared de cerámica estaba cubierta por capas de musgo de las cuales emanaban ramificaciones sinoples y con diversos matices de verde, y ni hablar de las grietas del resto de las paredes.

Estiró su brazo hacia la derecha y abrió una mampara que escondía una bañera petada de agua manchada de carmesí y marrón que desprendía un olor putrefacto. Un defecto de la llave hacía que del grifo aún salieran gotas que pronto la harían desbordar.

El sanitario lleno de heces fecales y moscas rozándolo con devoción era lo menos asqueroso en ese baño.

La puerta emitió un estruendo al impactar contra una pared. Irene acababa de entrar un con una sonrisa diabólica y el celular aún en la mano, desvió la mirada al lavabo y su sonrisa creció mientras hundía el teléfono dentro del charco de vómito.

Harper tragó saliva, apretando el cuchillo sin mango y evitando dar importancia a los canales de sangre que se abrían en su palma. Inexperta en combates y desesperada al estar en un duelo a muerte donde sus contrincantes eran los únicos con privilegios, alzó la mano y se lanzó hacia Irene para intentar clavarle el cuchillo en el pecho, pero ésta se agachó y le rodeó el torso con sus brazos, desviando la puñalada hacia su espalda y levantando el cuerpo de Harper.

Al sentir el picor en su espalda, arrojó a Harper a la bañera y se apartó para evitar que el agua la salpicara al crear un charco a sus pies, llevó una mano a su espalda y retiró el cuchillo que Harper había logrado clavarle casi hasta la mitad.

Harper tragó de esa agua piche al no esperar menos que un puñetazo, al emerger, Irene la estaba contra la orilla, a duras penas pudo toser un poco por el repentino ahogando antes de que Irene acercara las manos a su cuello y la hundiera de nuevo en el líquido de mezclas fétidas y de dudosa salubridad.

Las burbujas ascendieron desde sus orificios nasales al expulsar el aire ser sus pulmones, sus manos se sacudían con torpeza en un vano intento de alcanzar la cabeza de Irene para jalarla y meterla al agua también, a cada nada volvía a meterlas para intentar liberarse del agarre, pero la maldita Zaldívar la tenía asida. Harper comenzaba a marearse y por su mente pasó un desfile de memorias junto a su familia; como cuando perdió su primer diente y lo escondía ansiosa bajo la almohada, también su cumpleaños número diez cuando le obsequiaron su primera tablet e incluso la penúltima navidad cuando se sentó con su hermano frente a la chimenea a criticar a los vecinos mientras bebían chocolate caliente; todo esto se proyectaba por encima de las aguas escarlata que danzaban con cada chapoteo que creaban sus manos al entrar y salir en busca de una defensa inútil.

MOTEL MORTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora