Empieza con el frío en la palma,
como si de hielo se tratara,
como si miles de diminutos alfileres en la piel penetraran.
Luego la luz, más celeste que el cielo y
más brillante que las estrellas.
La luz que fluye por mis venas, iluminando cada centímetro de mi cuerpo.
Empieza en los brazos y llega a los pies.
Y a mis ojos, que ahora no son más que cuencas resplandecientes,
y la sangre hierve,
y el aire que se va.
Y llega el turno de la carne, que tiembla, sucumbe.
Un escalofrío que llega hasta los huesos y me hace retorcer,
y siento el poder.
Y se que no podré regresar.
ESTÁS LEYENDO
No sé cómo nombrar un libro de poesía
PoesiaTan sola me encuentro que solo el papel puede escuchar mis lamentos.