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Al siguiente día, el silencio dominaba en la oficina de el doctor, Flake examinaba un libro que Till había traído de la librería hace unos días para él y Till lavaba instrumentos, bañándolos en alcohol etílico mirando el día que se hacía afuera, nublado y gris. 

—En conjunto las bandas segunda y tercera constituyen la capa medular externa... —Leyó Flake en voz alta llamando la atención de Till quien colocaba los instrumentos en un estante para que llegaran a escurrirse.

—¿Le entiendes, Flake?

—Es algo confuso en un principio.

—Sí, por cierto—Lindemann secó sus manos—¿Has pensado sobre lo de el servicio militar?

—No me gustaría asistir... Pero de verdad me gustaría estudiar para ser un cirujano.

—¿No lo puedes aprender con tu padre?

—Nunca se especializo en eso. Tal vez solo trabajaré en alguna farmacia de por ahí.

El doctor Lorenz entró, se quitaba su fedora y lo colocaba en el perchero de pie que Till había hecho para él personalmente, aprendió carpintería años atrás, años en los que Werner aún estaba vivo y él era un niño de doce o trece años, edad a la que en su momento también empezó a practicar natación, al mudarse con los Lorenz a los quince lo dejó de hacer a pesar de tener la oportunidad por la piscina de la casa.

—Till, hijo, Elizabeth ira a la iglesia ¿Te molesta acompañarla? Necesito a Flake.

Till obedientemente asintió y se quitó la bata que debían usar en la oficina. Se despidió de Flake con una sonrisa discreta.

Salió de la casa igual de silenciosa que la oficina y miró a Liese, esperando con la biblia en sus manos y viendo a la gente pasar. Llevaba un vestido blanco con la falda acampanada, medias a los tobillos como solía usarlas con zapatillas negras. En su cabello llevaba un accesorio floral. Los rayos de sol bañaban su hermoso cabello, él deseaba siempre perderse en ese bello y sedoso cabello, acariciarle hasta dormir, arrullarle aquellos versos que escribió solo para ella, Oh, su querida Liese.

—Buenas tardes.—Anunció su llegada.

Liese al escuchar la voz de Till se exaltó, esperaba a su delgado mellizo y al contrario se encontró con un robusto joven. Juntó los labios y sintió sus mejillas calentarse, apretó la biblia en sus manos y miró los bellos ojos verdes de Till, ese verde que tanto le recordaba a el pasto del jardín, un suave y gentil pasto pero al mismo tiempo esa mirada tenía ese punzante sentimiento de las espinas que protegían a las más bellas rosas, ojos del bosque que parecían tener hadas paseando aquí y allá.

—Wernerovich...

—Dime Till ¿te parece?

Sin una palabra más Liese caminó a las rejillas de la casa, detrás de ella el chico. Se le hacía más difícil hablar con Till que hablar con Flake, claro, eran mellizos e iban a tener esa conexión siempre pero Till le daba un tipo de dificultad para expresarse que ella no entendería a su joven edad, ni aquél supuesto amor suyo le había hecho sentir de esa forma, Johann Schäfer no era nada más que patrañas de su padre, nunca quiso nada que ver con ese joven que le daba miradas rencorosas, mucho menos con su padre, el muy bien visto sacerdote de Leipzig.

—¿Te sientes mejor que ayer? —preguntó Till. Irónicamente Liese había llorado a Gitte mucho más que él, era cierto que desde pequeño el viejo Werner le repetía que un hombre no lloraría a menos a que su madre muera, la muerte era fuerte y el corazón débil, pero por qué llorarle a Brigitte cuando está muerta y ya no puede consolar a su hijo y decirle que todo esta bien. ¿Cuál era el sentido?

LIEBE LIESE | T. LINDEMANNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora