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Dos años de vivir con los Lorenz, Till tenía diecisiete y los mellizos quince, cumplirían dieciséis el noviembre de ese año. Liese iba al cementerio a diario aún, de vez en cuando su hermano le acompañaba de camino de casa a la iglesia, pero volvía a casa ya que su padre y Till necesitaban ayuda siempre.

Los hermanos Lorenz recibían tutorías privadas de profesores con títulos de las mejores universidades de Berlín que habían viajado a Leipzig para "enseñar y esparcir" conocimiento, pero solo la gente con dinero tenía el beneficio. Irónico.

El doctor Lorenz le ofrecería a Till un cupo de estudiante pero él lo rechazaría, repetía que el doctor le enseñaba lo que debía saber junto a los libros que rentaba de la librería de vez en cuando. Till juraba saber más que esos supuestos profesionales y razón era lo que sobraba en él.

Con el tiempo de esos dos años, Christian le habría agarrado cierto cariño a Till. Lo admiraba muchísimo, le trataba como un hermano mayor y recurría a él cuando necesitaba consejos, consuelo o conocimiento, a decir verdad, era un joven sabio. Till también le había agarrado cariño a Christian, llamándole Flake más a menudo y le había agarrado cariño a Liese también, la diferencia es que se había interesado en ella de otra forma. Él le había expresado estos sentimientos a cuantas paginas en su cuaderno de notas, aquel viejo cuaderno que su madre le había regalado. En una ocasión le había escrito ocho paginas completas expresando todo lo que amaba de Liese pero nunca compartía palabras sobre ello con nadie, ni con Flake.

Iba de camino a la habitación de su madre con dos girasoles en sus manos. Brigitte había enfermado hace unos meses atrás, el doctor Lorenz le diagnostico un cáncer pulmonar que probablemente se debía a las malas condiciones de vivienda en su antiguo hogar que tenía un techo de asbestos, material el cual mas que nada era creado a base de fibra de vidrio. Estas fibras compuestas de "fibrillas" que son liberadas a el atmósfera. Al estar expuesta todo el día y todos los días a ese techo fue afectada por el.
Le había hecho algunos exámenes a Till para asegurarse de que él estuviese libre de ello, afortunadamente estaba más sano que una mula, se sabía que a diferencia de Brigitte, Till salía de la casa para ir a la librería y pasar horas ahí y al hacerlo bajaba sus probabilidades de enfermar.

Todos los días, él en sus horas libres se sentaba en el suelo a un lado de la cama de su madre, el doctor no tenía el corazón para dejarla en la clínica, Gitte y Till eran parte de la familia para ese entonces y dejar a Gitte lejos de tanto Till como de los mellizos le partía el corazón, entonces se encargó de mover todo el equipo medico necesario para el tratamiento de Brigitte a su pequeña habitación que compartía con su hijo.

Puso los girasoles en la mesita de noche junto a dos cajas de pastillas que había enviado el doctor. Se arrodilló y tomó la mano de su madre, envolviéndola en las suyas, como ella solía hacerlo cuando él era un niño, eran las nueve de la noche y a pesar de estar cansado se posó junto a su madre.

—Te mejorarás, lo sé... —decía Till. Brigitte había perdido las esperanzas hace mucho. Por más que el doctor hiciese Brigitte no tenía forma de recuperarse y ella lo sabía, por lo mismo le pidió que parara con los tratamientos, ella no tenia forma de pagarle por ellos y perdía tiempo y medicamentos intentando mantener a una persona sin cura, que dejará de alargar su sufrimiento, así le decía ella. El doctor no estaba convencido sobre esto, pero como el ultimo deseo de Gitte él lo concedió pero nunca le comentaron nada a Till.

—Una vez que no esté aquí, ayúdale al doctor en todo lo que necesite... Te ama como su propio hijo, él fue el padre que mereciste. —hacía pausas entre sus palabras, le costaba respirar.

Till escondió su rostro en las manos de Brigitte, empezaba a sollozar y sus lagrimas caían de sus mejillas a las frías manos ajenas junto a las propias. Algunas de las gotas llenas de dolor eran la excepción y viajaban por su rostro hasta su cuello acariciando su tensa mandíbula en ese instante. Cerró sus ojos y entre lagrimas durmió.

LIEBE LIESE | T. LINDEMANNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora