9.

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—¿Qué haces aquí? Deberías estar dormida. —era él, el chico de sus pensamientos y el dueño de su corazón. Le hablaba somnoliento y ella llegaba a escuchar amargura en su voz.
—Perdón, escuché algo en la cocina y me dejé llevar...
Liese le miraba con miedo, no sabía como él reaccionaría. Él miró el escritorio con sus palabras en la pagina del cuaderno que usaba para expresarse y entonces se exaltó. En ese cuaderno también habían cosas sobre y para Elizabeth.
—¿Has leído algo? —preguntó y su tono cambió para sonar más despierto. Se acercaba a Liese, quien en ese momento solo llevaba una bata de noche que consistía en un vestido corto pero holgado con tirantes de algún tono beige. Ella se ponía nerviosa con cada paso que él daba y se sonrojaba entre más tiempo le miraba. —Solo leí las primeras lineas.
«Seemann.» pensó Till. Así llamó lo que escribía. Cierto miedo y furia se acumulaba en él pero no se podría molestar de esa forma con Liese. 
—Afuera... ¿Si? —susurró conteniendo sus sentimientos.
—Till...
—Dime, Liese.
—¿Piensas que soy egoísta? —se quedó quieta y esperó la respuesta de Till con ansías.
Él en cambió sonrió y casi reía a causa de esa pregunta que le parecía absurda—¿Quién te ha dicho eso? —Elizabeth mantuvo el silencio y se mordió el labio inferior. —Papá.
La sonrisa burlona desapareció y Till tragó saliva. Se había perdido esa parte de la pelea entré el doctor y Liese, prefirió no escuchar después de la mención del sacerdote Schäfer.
—Liese, —tomó asiento en su propia cama.— no eres egoísta.
Ella se acercó y sostuvo el rostro ajeno entre sus manos, levantó la mirada de Till y lo miró con ternura. Él acarició la mano derecha de Liese que se encontraba en su mejilla, por un momento cerró sus ojos y sonrió. Amaba su toque, amaba su presencia, y amaba su silencio. Amaba a Elizabeth. Poco a poco ella se acercaba al rostro de Till, aún acariciando. Mientras lo sostenía apartó su cabello oscuro de su rostro y le regaló un beso en su frente descubierta, él abrió sus ojos y le observó notando sus mejillas más sonrosadas de lo normal. Ella le veía atónita cuando él se levanto y juntó sus labios con los ajenos, llevaba un tiempo con querer hacer eso.
En ese cálido beso ella aún le acariciaba el rostro y él la sostenía de la espalda baja, ahí él lo vió. Es decir, lo imaginó, su futuro con Liese.

Recostarse en el pasto, mirar las estrellas y bailar bajo la lluvia. Caminar descalzos por la playa, escuchar música clásica y escribir poesía. No era muy fanático de los niños, pero por Liese tendría muchos, muchos niños. Su corazón le pertenecería a ella solamente, la besaría hasta que sus labios sangren y le amaría por siempre.

Una vez que sus bocas se separaron él la miró, Liese nunca había besado y Till tampoco, pero de alguna forma ambos disfrutaron de ese inocente beso.
—Solo... te pido una cosa, Beth. —la soltó y apartó su cuerpo de Liese. —Comprende al doctor...
La mirada de Elizabeth cambió, ya no era dulce ni tierna. Perdió el brillo que la caracterizaba y su expresión se volvió seria.
—No es fácil para él y... —Liese interrumpió a Till, saliendo de la habitación en un impulso, dejándole solo. Acto seguido, él escuchó una puerta azotarse, la de Elizabeth.
«No eres egoísta, solo terca e impulsiva.» pensó poco antes de recostarse en su cama.

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La palabra se corría rápidamente y Johann Schäfer no tardó en llegar a la boca de la gente de Leipzig. Conducía el auto que era de su padre ya que decidió no quedarse en casa escuchando las lastimas de su madre y como si su propio padre no hubiese muerto evitaba a todo el pueblo y solo buscaba a Liese con la mirada. «¿Dónde estás?» pensó.

Estuvo cuantas horas analizando el asesinato y recordó cuando le dijo a Liese lo de la visita a su padre, fue una mentira para que ella fuera a la iglesia sola de nuevo. Johann conocía bien lo que su padre hacía pero él le prometió que Liese terminaría casándose con él, entonces lo encubrió. Ella fue la ultima en estar ahí y solía ir con Till, por lo tanto pensó en inculparlo a él por la muerte del sacerdote. Lo que no sabía es que Till no estuvo presente esa tarde, tampoco sabía que la culpable de ese crimen fue la propia Elizabeth.

LIEBE LIESE | T. LINDEMANNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora