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El grupo comía en lo que Ada y Matthias reían. Sólo ellos lo hacían, los demás jovenes de la mesa estaban visiblemente incómodos en la cena. Ninguno sabía que decir.
Christian estaba molesto, Elizabeth no dejaba de ver a Leoni con desaprobación. Leoni no levantaba la mirada de su plato, Alexander de vez en cuando miraba a Matthias y Ada. Till, mientras tanto no dejaba de pensar en el parecido que tenía con su madre, el mismo que Ada había mencionado. ¿Sabía ella lo que era Werner? ¿Era por eso que no le agradaba?

Un oscuro pensamiento de la ocasión de hace años atormentó a Till. ¿Qué tal si Werner nunca murió? ¿Andará paseándose por Alemania aún? Y acaso... ¿Ha pensado en su hijo alguna vez?

Sintió nauseas por un instante, pero se forzó a tragar lo que en ese momento masticaba. Acompañó con un sorbo de agua y volteó a Christian a su lado. Él no hablaba, sólo comía y comía continuamente. Cada vez que su plato quedaba vacío volvía a servirse porciones de los platos frente a él en la mesa. Se servía patatas al horno más que cualquier cosa y rápidamente se las acababa. Sólo quería llenar el orificio que sentía dentro. Sin embargo, no se daba cuenta que el sentimiento de ese hoyo no era de su estomago, era de su corazón.

En términos de ese órgano tan revoltoso y traicionero, el de Leoni se derretía. Esperaba con ansías la mirada, pero él parecía ver a todo el mundo, menos a ella. ¿Acaso era invisible?
«¿Por qué no me voltearás a ver, Till?»
Por un segundo, pensó que él le dirigía los ojos a ella, desafortunadamente apenas la miró, sus ojos apenas rozaron su presencia.

La miraba a ella, y le sonreía. «¿No tienes las agallas de verme a la cara, hm?». Siempre debe verla a ella, Leoni era más bella, ¿por qué no mirarla? 

La furia de Elizabeth sólo paró cuando su mirada se posó en ella. No había comido nada de su plato desde que ella se sentó a su lado, tenía tantos celos de esa niña que ni siquiera disimulaba el odio que sentía por ella. Till miró el plato propio nuevamente.

—Cariño, ¿te molesta pasarme el aderezo? —dijo Till, sin levantar la mirada de su plato.

Leoni miró la fuente con aderezo justo a su lado derecho. Estaba cerca de Liese, pero estaba más cerca de ella. Le hablaba a ella. ¿Verdad?  Estiró la mano para tomar la fuente con el espeso liquido preparado por Matthias. Estaba apunto de tomarlo cuando notó la mano delgada de Elizabeth tomarlo también. Era muy tarde cuando se percató de la situación.

¿Y ahora que le picaba? ¿Pensaba que ella era el cariño de Till también?  Elizabeth frunció el ceño, esa niña quería quitarle su lugar. Sin pensarlo, movió la fuente hacia la dirección de Leoni. Con un solo movimiento logró que todo el aderezo se derramara sobre el vestido de Leoni, empapando las puntas de su cabello también. Todos en la mesa miraban a Leoni cuando Liese se levantó de su silla y salió de el comedor a su habitación.

—¡Elizabeth Lorenz! —interpuso el doctor. Miró a Christian, aún sentado sin quitarle los ojos a las habichuelas en el plato.— ¿Y tú no iras por tu hermana?

—No. —respondió en un susurro.
—¿Qué has dicho niño?
—Matthias, estoy cansado de tener que ir tras  Elizabeth. Siempre debo arruinar sus desastres.—se levantó de la silla y tiró su tenedor a el plato. El impacto causó un estruendo.— Tal vez, sólo por esta vez, que ella aprenda a resolver sus problemas ella sola.

Matthias caminó a el lugar de Christian, le cacheteó. Sin moverse y casi inmutado Christian le miró con disgusto, con decepción. Fue por el caminó que su melliza había marcado previamente y se esfumó de el comedor. Ada se levantó y con un pañuelo comenzó a limpiar a Leoni. Limpió las pocas gotas de aderezo que habían caído de su rostro junto a las lagrimas que caían de sus ojos.
Con vergüenza, Till se levantó. Pidió permiso antes de salir tras ella, no, tras ellos. Ambos eran importantes para él.

Al irse Till, Alexander con su actitud serena miró a su padre. Matthias había encendido un puro de su chaqueta colgada en la entrada. Parecía estar transpirando, era como si un ataque se estuviese aproximando. 
—Por eso no deberías dejar a un extraño en tu hogar, pa. —siguió cenando, pasaba su cuchillo de mesa por la carne roja mientras escuchaba los sollozos de Leoni.
—Till no es un extraño, hijo.
—Es lo suficientemente extraño para causar estos desastres.
—Esto no es su culpa... —inhaló del puro y poco después dejó el humo salir de entre sus labios.—Él es un buen muchacho. 
—Cómo podría serlo, su progenitor es el mismo Werner Lindemann. —interrumpió Ada.
—¡¿Y tú que te tienes con el pobre poeta, mujer?!
—¡Mira como tu hija ha dejado a mi Leoni por culpa de ese protegido tuyo!
—Deberías mantenerlo alejado de ella.
—¿Cómo quieres que haga eso...?
—Déjamelo a mi, yo me aseguraré de mantenerlos lejos.

—¿Liese... Flake?—llamó con voz baja. Caminaba por el pasillo intentando encontrarlos en sus habitaciones. —¿Beth?

Llamó a la puerta de la habitación de Elizabeth, no respondió. Al abrir la puerta no había nadie en la habitación. Se rehusó a seguir buscando y con pesar fue a su cuarto. Sin embargo antes de entrar, escuchó el quiebre de un plato de mesa.
¡Pues él no te pertenece!
—¡¿Acaso a ti si?!

El fuerte sonido de la puerta principal siendo azotada resonó en la casa de los Lorenz. Elizabeth comenzó a llorar y Till bajó las escaleras al escuchar tales lamentos. Cada lloriqueo le daba una cicatriz en su corazón.

Al bajar, Till lo vio. Miró la mano abierta de Matthias que se aproximaba a la mejilla de Elizabeth hasta que notó su presencia. Con un suspiro y con la misma mano con la que hubiese golpeado a Elizabeth dirigió el puro a su boca, volteando a el desastre de el aderezo en el suelo.
—Llévatela, no puedo seguir viendo su estúpido e infantil rostro por hoy. 

Till nunca había escuchado tal expresión salir de la boca del doctor, es mas, él nunca le había hablado sin mirarle a los ojos. Con sorpresa en sus ojos tomó el débil brazo derecho de Elizabeth. Ella levantó su mirada y con temor lo miró, de alguna forma sentía lastima y placer de ver sus ojos cristalizados mirándole a él, sólo a él. 

La dirigió a su habitación, le sostenía entre sus brazos mientras ella dejaba de llorar. Al abrir la puerta, Christian sentado en la cama ajena les volteó a ver.

—Espero que no vengan a follar frente a mí... —musitó.

Till soltó a Liese de su agarre y con vergüenza, ella se quedó junto el marco de la puerta, su mirada escondida bajo su flequillo. Till se recostó en la cama, sin ninguna palabra cerró sus ojos. —¿Qué haces?

—Duermo.
Después de ver a Till por unos segundos, miró a Elizabeth con confusión.
—¿Acaso ustedes no son mellizos? Deben de haber dormido juntos al menos una vez en sus vidas. Hasta han compartido el vientre por nueve meses.
—Pero no lo hemos compartido con un extraño. —dijo Chris, el chiste se asomaba en su tono de hablar. —¿Extraño? ¿Yo? Venga... yo sé más de ti de lo que tú sabes de ti mismo. —sonrió y abrió el ojo derecho, mirando a Flake. —¿Te recuestas, Liese?

Elizabeth dudó. Miró a Chris analizando la sonrisa en su rostro. ¿Era ese el perdón que ella esperaba? Le sonrió devuelta, esta vez acercándose a la cama para recostarse al lado de Till.

Christian aún no se recostaba. Elizabeth jaló de su camisa para señalarle que podía acostarse junto a ellos. Antes de reposar, Christian se quitó sus lentes y los colocó en la mesa de noche. Tomando un borroso vistazo a la foto de Brigitte apagó la lámpara de la misma mesita y se recostó.
—Te quiero, Chris.
—Yo te estimó más que nada, Beth. Pero aveces me pregunto; ¿Por qué no te comí en el vientre?

LIEBE LIESE | T. LINDEMANNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora