Cuatro.

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Una vez comenzado el segundo tiempo, Messi anotó en su lista de deseos la idea de robar la atención de Ochoa una vez más.

La situación estaba tensa, intensa y probablemente extensa; ahora que la parte dos del partido daba comienzo, ambos equipos estaban sacando lo mejor de sí para poder coronarse como campeones. Ya no podían estar boludeando; era todo o nada, ahora o nunca.

Y claro, con eso en mente y la adrenalina zumbándole en las venas, ¿de qué otra manera buscaría Lionel conseguir la atención de Ochoa, si no era con un buen gol bien metido? Dale, es que Memo era el portero, estaba clarísimo que para robarle atención Messi tenía que meter un gol. Modo de ligar legendario.

Porque, sí; cuando se dio la oportunidad, estando él en el centro y recibiendo la deseada pelota, el capitán de la selección argentina efectuó una patada que voló a una velocidad capaz de helar a cualquiera.

E incluso si Memo logró reaccionar ante este claro ataque gracias a su habilidad como arquero, no fue suficiente para parar la pelota que se dirigió directo al arco, marcando así el primer gol de Argentina en aquél partido.

La euforia y emoción por parte de los hinchas argentinos explotó de la manera en la que solo ellos sabían encenderla; los gritos de alegría, los vítores al son del "goooool", las palmadas estruendosas y los abrazos efusivos emergieron como una ola explosiva cargada de pasión tanto en las gradas como dentro de la cancha.

Messi sintió tanto su propia emoción como la de sus compañeros, quienes no dudaron en correr hacia él para abrazarlo y empujarlo con una brusquedad guiada por la emoción imposible de retener. Correspondió con gritos, con apretones, con saltos y con sonrisas dolorosas, de esa manera que solo él podía dejar a la vista rodeado de sus amigos y compañeros.

Y sin embargo, pudo detenerse un instante para mirar hacia el arco contrario, buscando a Memo para poder verlo. Al hallar sus ojos apenas un instante después de llamarlo con su propia mirada, Leo le guiñó un ojo. Pero ya era demasiado tarde cuando se dio cuenta de que era lento al leer el ambiente y que, claro, luego de calmar su emoción y quedarse quieto para fijarse bien, encontró una mirada preocupada, con detalles de culpa en aquél agraciado rostro que no deberían ni tener cabida. Sintió un vuelco en su pecho al ver que su expresión se aseveraba en una de irritación y molestia, apartandole la mirada con coraje.

¡Por supuesto! ¿¡Qué esperaba?! Meterle un gol no era una manera muy inteligente de ligar, la verdad. Pelotudo.

🥅

Un truco demasiado bajo para venir del llamado "mejor del mundo". Guillermo fue a la banca mexicana rápidamente en lo que los argentinos seguían festejando y escupió su chicle a la basura. Ni siquiera era Messi con quien estaba enojado, sino con él mismo. Desde sus inicios con el fútbol profesional, desde que se presentó como omega a los 16 años le habían advertido de esto. Incluso ya habían querido aplicarsela tanto en el fútbol mexicano como en Europa y en juegos internacionales, pero Memo nunca bajó la guardia como esta vez.

Era humillante. Los alfas constantemente intentaban distraerlo con miraditas, palabras coquetas y caricias inocentes que buscaban conectar con él, pero un cortejo de medio tiempo no lo engañaba. Uno sabe —o cree saber— cuando hay interés sincero. Pero esta vez le daría puntos a Messi por ser tan buen actor como futbolista.

Aunque, admítelo, fue un golazo.

—Me lleva la chin– —respiró hondo, sacudió la cabeza y trotó a su puesto de nuevo, ignorando la mirada de Messi que lo seguía a donde vaya, buscando la suya.

El árbitro no tardó en pedir orden de nuevo y el partido continuó. Ochoa ahora concentrado en ambos el juego y en usar bastante de su fuerza de voluntad para seguir ignorando la insistente mirada del argentino.

Y al parecer estaba funcionando, pues en varias ocasiones después del gol del alfa, Memo tuvo más oportunidad de detener la pelota y salvar la portería mexicana de otros varios goles, incluyendo de Messi, que ahora le dejaba claro que no tendría piedad por más bonito que fuera. Resopló ante el pensamiento, pero se le escapó una sonrisa también.

El partido se le estaba escurriendo por entre los dedos. Dando casi por terminado el juego y ya mentalmente cansado por la tensión y presión, Memo tenía clavados sus ojos en los delanteros rivales cuando, a escasos tres minutos de dar por terminado el partido, la pelota se coló en su territorio una vez más.

Saltó y estiró su brazo con insistencia y fuerza, pero aun así pudo ver la pelota volar por encima de sus dedos hasta la red de la portería. Y, cuando cayó al pasto, se dio cuenta que México ya había perdido.

Esta vez le tomó un poco más de tiempo levantarse. Recuperó el aliento en un instante después y respiró hondo. «No estamos fuera, aún podemos remontar» intentaba animarse, con esa persistencia que lo caracterizaba y le daba esperanzas a sus compañeros y a su país. Yo voy al mundial a ganar el mundial, recordó que había dicho.

Pero es difícil ver la cima a través de tanta neblina. «Ojalá Javier estuviera aquí» pensó a su pesar. "Es que... ¡imaginémonos cosas chingonas, Memo!".

⚽️

De camino a los vestidores, entrando por aquél túnel, con la victoria palpitando en sus cuerpos como recién saboreada, la selección argentina se destacaba por moverse con ímpetu; no faltaban los saltos, las anchas sonrisas y las palabras de emoción cargadas de alegría.

Todo era bulla, gritos, canciones y mezclas inentendibles de elogios y puteadas. Entre los jugadores se abrazaban, se daban besos en la cara y en la cabeza (¡porque a la mierda la masculinidad tóxica!) y se regalaban palabras de aliento gritadas al cielo como si no estuvieran ahí mismo, todos pegados, sudados y excitados.

—Bueno Lio, andá y llevale la camiseta a Ochoa —dijo de golpe Di María una vez llegaron a la puerta del vestuario del equipo albiceleste, con sus manos sobre los hombros del capitán, como incitándolo con el gesto.

—¿No habíamos quedado en que no íbamos a hacer eso con el equipo de México? —preguntó De Paul, entrecerrando los ojos en una expresión de sospecha; se sabía que, cuando se trataba de Messi, De Paul podía ser una fiera—. No sé si sea buena idea, eu.

Messi apretó los labios; la verdad era que las cosas entre los dos equipos estaban bastante calientes (en el mal sentido de la palabra) como para iniciar aquél gesto de amistad que solía hacerse en la finalización de los partidos. Casi que optó por hacer caso y no lanzarse, pero las palabras siguientes de su compañero Julián cortaron la negativa que amenazó con salir de sus labios.

—Ah, dale, si es tradición —dijo Julián como quien no quiere la cosa, codeando a Enzo Fernández de la manera más disimulada que pudo—. Dejá que le lleve la camiseta a Memito. —Una sonrisa cargada de intención se tensionó en sus labios, cosa que no pasó desapercibida por el capitán.

Messi se encogió de hombros, fingiendo dejarse llevar por las palabras de su compañero. Como si no pudiera salvarse de efectuar la acción.

—Bueno, dale, si vos decís que es tradición.

Se alejó de su equipo, ignorando las risitas que borboteaban detrás de su espalda y un bufido muy probablemente lanzado por De Paul. Agradeció las palabras de Julián, incluso si era bastante obvio que el menor solo quería sacarlo a flote y darle un pequeño empujón para que pudiera continuar cortejando a Ochoa. «Estos pendejos de ahora... de lentos no tienen nada».

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Fanfic en colaboración con viajeestelar , la que de lenta no tiene nada.

Al octavo mes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora